Guatemala con más de un muro
Por Andrés Alsina
Roma.- En Guatemala, el capitalismo
salvaje no sólo es un giro idiomático sino también,
y sobre todo, lo que las crudas palabras expresan. Los empresarios
no quieren saber nada de impuestos y si bien firmaron hace
poco un pacto social en el que aceptaban pagar el 12% de impuesto
al valor agregado, quedaron esperando la exoneración
de impuestos y el mantenimiento de una tarifa eléctrica
diferencial que en otras oportunidades al final todos los
gobiernos han terminado aceptando. El FMI y la embajada de
EEUU habían amenazado a los empresarios y terratenientes
con retirar a Guatemala de la lista de países preferenciales,
ahogando sus exportaciones si se resistían a los cambios,
y el BID se sumó a la presión, pero el presidente
Alfonso Portillo acaba de ceder a las demandas especulando
con un segundo mandato en el 2004.
Una reciente conferencia dada por
un empresario suizo a sus colegas guatemaltecos sobre la economía
de mercado y la necesidad de modernización despertó
oposición en el auditorio, desde donde se sostuvo que
pagar impuestos desestimulaba la producción. Yo
lo invitaría a ser empresario en mi país, replicó
el suizo. Lo que usted pide en Guatemala, en mi país
no existe. En las condiciones que usted exige, ser empresario
es lo más sencillo del mundo.
Del otro lado de las relaciones empresarias,
en el campo laboral, cualquier atisbo de organización
sindical hace que las maquiladoras levanten sus plantas y
se muden a El Salvador, dejándole el problema social
al gobierno, a un Estado anémico de recursos o simplemente
a la nada.
El sociólogo Elfidio Cano
del Cid insiste en criterios de justicia social y no abandona
la morosa esperanza de la persuasión. Le decía
yo a un empresario de Guatemala: dejen de lado ese temor a
que los pobres los asalten, que no quieren ellos vivir como
ustedes. Eso surge de nuestras encuestas: no quieren ellos
primera clase en aviones y hoteles sino sólo vivir
más dignamente; abandonen por lo tanto ustedes esta
política del todo o nada.
Bien puede percibirse que la prédica
de Elfidio Cano es en vano en medio de esa lucha entre fuerzas
muy primitivas, con empresarios de lo más arcaicos
y con la concentración de la propiedad de la tierra
en cifras que asustan, realmente asustan.
De todas maneras él sigue
adelante con la tarea de su Instituto de Investigación
y Autoformación Política: capacitación
política para la participación ciudadana en
una formación no tradicional, con cursos de una semana
o de tres meses con contenidos de análisis económico
y sociopolítico, nociones del aspecto jurídico
de la negociación colectiva; seguimiento de estos cursos
con talleres y conferencias y la introducción de un
tema que les es muy caro: la globalización y sus implicancias
específicas en el área sindical. Hicimos
una investigación para ver qué era la globalización
cuyas conclusiones están en un lenguaje llano. Luego
elaboramos un folleto al respecto para las organizaciones
sindicales y los talleres que satisfizo realmente a los participantes.
De modo que hoy la globalización no se rechaza por
razones exclusivamente ideológicas sino con conocimiento
de causa.
No todas son rosas. La primera
parte se hizo con la dirigencia sindical pero el resultado
no nos satisfizo. Queríamos generar la posibilidad
de un nuevo liderazgo, alimentando a los niveles medios y
a la base, pero los conocimientos se quedan en la cúpula.
Y una de las grandes quejas que percibimos es que el liderazgo
sindical es siempre el mismo. Lo cierto es que las cúpulas
son prácticamente inamovibles.
No por eso dejarán de insistir.
El sueño que se persigue es una dirigencia que no sólo
haga énfasis en la demanda salarial sino que tenga
en cuenta otras compensaciones que flexibilicen la negociación
y la saquen del terreno del todo o nada, que en definitiva
es el mismo en el que están los empresarios. Que se
incorpore a las tratativas protección médica,
guarderías para niños, sistema de cooperativas
para vivienda y tantos otras necesidades. Y ante todo,
la posibilidad misma de la negociación. Que si no se
obtiene el 100%, que sea posible el 80% y otros beneficios.
Esos temas están hoy a cargo
de organizaciones de la sociedad civil en un país en
el que la guerrilla y el gobierno firmaron la paz tras 36
años de guerra. Hoy hay democracia en Guatemala, pero
también puede leerse la situación en términos
de debilidad golpista y ausencia de fortaleza democrática,
porque eso implica el imperio del capitalismo salvaje y la
imposibilidad de modificar estructuras. Los índices
de la situación social, monitoreados por Control Ciudadano,
muestran 79% de la población en situación de
pobreza y de ese guarismo, el 59,3% en la pobreza extrema;
la fuerza laboral es de 3,4 millones, con una sindicalización
del 2,9%; los restantes 8 millones están desocupados
o en la economía informal: el analfabetismo es del
18% en las ciudades y 82% en el área rural; las mujeres
tienen un 50% más de analfabetismo que los hombres.
Estos son guarismos que Cano presenta
en la asamblea de Control Ciudadano a fin de noviembre en
Roma, y esto es tres años después del acuerdo
de paz del 29 de diciembre de 1996, tras 36 años de
lucha guerrillera embanderada con la situación social.
Desde la sociedad civil el proceso muestra un perfil ligeramente
distinto porque siguen actuando, encontrando intersticios
en un muro y otro y tratando de desgastar la resistencia que
encuentra a ambos lados del camino.
El proceso democrático que
se inició por 1985 se profundiza con la firma del acuerdo
de 1996 porque (con él) se terminan las excusas,
señala Cano. La organización de la que es director
ejecutivo, Instituto de Investigación y Autoformación
Política, existe desde 1990 e integró la asamblea
multisectorial de la sociedad civil. Con ella, once sectores
religiosos, políticos, ONGs, institutos de investigación,
universidades, población indígena, organizaciones
de derechos humanos, de mujeres, etc, discutieron bajo la
conducción de monseñor Rodolfo Quesada Toruño
la misma agenda de paz que tenían sobre la mesa gobierno
y guerrilla. Las resoluciones logradas fueron enviadas a las
partes pero lamentablemente no tenían carácter
subrogante. Las respetaron, es cierto, y algunos elementos
incorporaron. Pero nuestras resoluciones eran más audaces,
en terrenos como la socioeconomía, la identidad de
los pueblos indígenas, la redefinición del rol
del ejército y el gran tema del esclarecimiento histórico
de las violaciones a los derechos humanos por distintos sectores
de la URNG y el Ejército.
Era, según reflexiona hoy
Cano, lo posible y lo deseable; eso nos dicen ahora
para justificar la situación. Cierto es que la URNG
salió favorecida pues pusieron en la agenda nacional
cosas por las que había luchado 36 años, incluyendo
el apoyo de la comunidad internacional; y al final hasta EEUU
los apoyó. Pero la guerrilla terminó colocada
desfavorablemente al final de la negociación.
El ejército reclamó que aquellos militarmente
derrotados no deberían ser vencedores en el terreno
político y eso aún está en el discurso
político del país. Si hoy se observa la realidad
política se percibe que ellos fueron mediatizados y
absorbidos por el sistema.
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