Estado
de Derecho en Malasia
El aliento de una voz que agradece
Por Andrés Alsina
Un día, hace menos de veinte
años, Meena Raman descubrió que la carrera de
leyes que estudiaba tenía en verdad que ver con la
vida de la gente que ni siquiera sabía que existía
el Derecho. Esa gente se encontró con que existían
abogados cuando cesó de ser, murió su vivir
cotidiano de los bienes de la naturaleza como siempre lo habían
hecho sus antepasados. La muerte tomo la forma de represas,
deforestación, deshechos industriales que envenenaban
las aguas y corporaciones multinacionales etéreas como
dioses. Y entonces esa joven decidió ser la voz de
los que no tenían voz en los tribunales, y los grandes
aprendieron a arrepentirse.
Cuando entonces, en 1981, Meena Raman
era una joven estudiante de leyes, vivía en la ciudad
universitaria de Kuala Lumpur y supo que una Asociación
de Consumidores de Penang, CAP en su sigla en inglés,
hagbía golpeado las puertas de su facultad proponiendo
no restringir la formación a la abogacía que
precisa la vida de las corporaciones sino abrir la enseñanza
a otras materias de modo de sensibilizar la formación
de los estudiantes a cuestiones de masivo interés público,
como la legislación que hace a la vida cotidiana y
al medio ambiente. Era de esos proyectos a mediano plazo,
de cuya eficacia en general se duda mucho aún hoy.
Pero cambiar las cosas puede ser posible, y de hecho abrir
ventanas a otros temas dejó entrar un aire renovador.
Y así, el abrir sus estudios
a otros enfoques le cambió la perspectiva a Meena Raman
si no a muchos más, y bastantes cambios produjo eso.
Ella se involucró a través de ese proceso. Lo
primero que empecé a entender fue que lo que sabía
era sólo sobre un lado de la imagen. Y me gustó
mucho, mucho lo que aprendí. No se trataba sólo
de crecimiento económico. La gente dejó
de ser abstracta y sus problemas dejaron de ser teoría
y meros casos de estudio. Visitó lugares de trabajo
y no cuenta, por pudor, el fuerte impacto vital que eso le
produjo, pero su tono de voz igual lo trasluce.
Vi industrias que se desarrollaban
rápido, a cambio de afectar la vida económica
de los pescadores con los afluentes de sus deshechos industriales
al punto de hacerles perder la fuente de trabajo.
No era sólo que se perdieran
puestos de trabajo, sino que se tergiversaba la dimensión
misma de sus vidas. Gente que había vivido por generaciones
de una manera un día tenían que dejar de hacerlo
porque el agua envenenada ya no criaba más peces. Eso
era impensable hace cuatro generaciones, y hacía mucho
más que esos pueblos de pescadores estaban instalados.
Luego visitó y conoció la situación de
pequeños granjeros desplazados por la construcción
de un aeropuerto. Eso abrió mis ojos, dice,
y los abre, brillantes, penetrantes, humanos.
Al terminar sus estudios, en 1982,
ya estaba decidida a unirse a CAP y pusimos la primera
firma legal que atendía al consumidor. Ella y
sus colegas lograron mucho, muchísimo según
las historias que circulan, pero al evaluar lo hecho Meena
Raman tiene la cautela de quien sabe del peso de las palabras.
No es fácil cambiar las cosas. Lo que evolucionó
es un movimiento de conciencia sobre los temas de salud y
medio ambiente en la base. El resultado directo fue
que hubo más gente combatiendo los previsibles efectos
de malas prácticas industriales.
Buena falta que hace. Malasia es
el principal exportador mundial de madera tropical, mercado
con demanda creciente de los países industrializados
y hoy sólo queda la mitad de sus bosques tropicales,
de los 305.000 km2 originales a 157.000 km2. En 1991 se aprobaron
planes británicos para la construcción de una
represa hidroeléctrica en el río Pergau a un
costo de 350 millones de dólares, que implicaba daños
ecológicos de entidad a bosques y zonas de cultivo,
y que motivó fuertes reacciones de la sociedad civil.
Como parte del contrato, Malasia comprometía compra
de material bélico a Gran Bretaña por 1.500
millones de dólares; lo que los británicos llamarían
a jolly good bussines. Y los ejemplos siguen.
Pero tal como reconoce Meena Raman,
algo se logra. Hemos logrado evitar, por ejemplo, que
la corporación Mitsubishi mantuviera una fábrica
cuyos deshechos radioactivos afectaban a 10.000 personas.
La gigantesca batalla incluyó manifestaciones, muchas
de ellas ilegales, y pese al apoyo del gobierno y del Estado
malayo al proyecto de Mitsubishi, incluyendo un fallo de la
Corte Suprema a favor de la corporación internacional,
ésta eligió retirarse ante la enorme presión
contraria que mantenía la opinión pública.
Esa presión incluyó las conexiones internacionales
nuestras, principalmente en Japón, señala
Raman. Esta mujer enérgica que vive demandando al Estado
y al gobierno por una y otra cosa, en un país de reglas
democráticas no muy asentadas, apuesta todo a la vigencia
del Estado de Derecho. Y si no está, apuesta a la necesidad
de que rija.
La lección parece ser que
las cosas se pueden lograr si el contrincante no tiene razón
y eso se sabe. Es de suponer que además se necesitan
combinar movilizaciones con acciones legales, y que se esté
en condiciones de recorrer con presión toda la pirámide
de poder hasta el gobierno nacional y más allá,
hasta la cueva misma de la globalización.
La que se enfrenta ya no es
más una situación en la que puedas trabajar
exclusivamente en tu propio país. La globalización
reclama, impone la necesidad de un trabajo internacional.
Parte de ese trabajo para tener y ampliar vínculos
internacionales explicaba la presencia de Raman en Roma, en
la asamblea de fin de noviembre de Control Ciudadano. Y el
monitoreo de los índices de mejoramiento de la situación
social en Malasia es interesante, pues no tenemos la
pobreza masiva de otros países asiáticos como
Indonesia y Filipinas. Pero pese a eso hay una creciente desigualdad.
Y naturalmente, por nuestra tarea, concentramos nuestra investigación
y análisis en las áreas de salud y educación.
Así que la vinculación con Control Ciudadano
surgió de manera natural.
Hay algo más: a CAP le es importante saber, si
hay problemas de pobreza, cuál es su origen y estar
en condiciones de combatir sus causas estructurales, particularmente
las no tradicionales. Por ejemplo, somos exportadores de caucho
y sin embargo hay bolsones de pobreza justamente allí.
El caucho es un producto no tradicional
de Malasia, y en su pequeña historia se entroncan los
hábitos de la globalización con los del colonialismo.
A finales del siglo XIX, los británicos sacaron de
contrabando semillas de uno de los árboles que da el
caucho, y la llevaron a Malasia para iniciar su plantación.
Así liquidaron la era del caucho en la
zona amazónica y propiciaron una fuerte corriente migratoria
de tamiles del sur de la India a Malasia para trabajar en
las nuevas plantaciones. Así, desde un territorio que
dominaban pudieron participar del negocio que abría
la naciente industria automovilística.
Pero Raman no está preocupada
por esas historias sino por las de hoy. Y respecto de ellas
también es necesario saber que no hay batallas chicas.
Comunidades pequeñas e individuos han dado origen a
litigios por medicamentos peligrosos y logramos, con
cabildeo e investigación, impedir su salida al mercado.
Allí parece haber algo más para aprender: pelear,
sí, pero no romper relaciones.
Para lograr todo esto se trabaja
sin horario, reconoce Raman; pero lo justifica de inmediato:
es que hay que responder a las necesidades de la gente.
Y a veces no hay domingos, es verdad. La vida del activista
está llena de desafíos. Pero es muy gratificante
ver que los ideales son apreciados por la gente. Para mí
es muy alentador que un pescador agradezca haber escuchado
nuestra voz junto a la de él.
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