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El retoño crece en Suriname
Una dosis diaria de democracia

Por Andrés Alsina

Roma.- Maggie Schmeitz es tan alta que los hombres quedan inevitablemente a sus pies. Ella sólo quisiera que estuviesen a su altura, y por una igualdad real entre los hombres es que trabaja con notorio idealismo y poca ingenuidad.

No es fácil querer realmente ser democrático en Suriname y tal vez en ningún lado, porque eso implica conocer las desigualdades y luchar contra ellas no sólo a nivel político sino además en los enredos de la vida cotidiana.

Parece haberse preparado toda la vida para esta guerra de insistencia en la que se maneja con donaire; es más, es un raro caso en el que el título universitario en antropología cultural que tiene parece el adecuado para hacer lo que hace de la manera en que lo hace. Ella no lo expresa así, pero su tarea es esencialmente luchar contra los fuertes resabios de mentalidad colonial que quedan en su país de elección, y luchar porque su país, además de tener independencia formal de Holanda desde 1975, así como su himno y bandera, sea una nación. Su imagen de la relación de Holanda con Suriname es que el antiguo patrón colonial deja hacer, atento siempre a lo que sucede, y cuando las cosas demuestran haber salido mal, los rezonga: “vieron, vieron, se los dije...”.

No se sabe cuándo definió su enfoque sobre el problema. En 1991 fue a hacer su tesis de graduación a Suriname, y que algo debe haber empezado a germinar en ella, porque en 1994 se fue simplemente a vivir a la ex colonia holandesa.

Todavía tardaría en llegar a las conclusiones que ahora guían su trabajo con la convicción que exhibe. Se vinculó a una organización no gubernamental en la que pese a ocupar una posición muy destacada, no logró evitar que en la propia ONG se reprodujera el modelo de patronazgo que ella misma señala en la sociedad. Ella lo describe así: si se está en la cúspide de la sociedad se puede hacer todo, si se está abajo, no hay más remedio que aceptar; es más, el pisoteado lame la bota que pisa.

En un país con un presidente y 16 ministerios para algo menos de 450.000 habitantes, con el empleo público como principal fuente de ocupación y medio territorio sumergido en la selva amazónica, el ciudadano de a pié ni siquiera se molesta en hacer la denuncia si tiene un incidente con el auto de un alto funcionario, porque lo más seguro es que el asunto quede enterrado con una llamada telefónica.

Si la atropellada o chocada llegara a ser ella la situación sería muy distinta; pero es por eso, cuenta, que algunos niegan que ella sea surinamesa. Pero, tal como enseña la antropología, uno está en condiciones de integrar realmente una sociedad cuando entiende los chistes. Y ella entiende, y no sólo los chistes.

Entiende, por ejemplo, que el modelo cultural que impera es que quien se diferencia del resto en una organización por sus conocimientos tiene la tendencia natural a utilizarlo como ventaja, para conducir al resto en su ignorancia por rumbos que no están acordados e incluso son violatorios de convicciones políticas personales; que quien domina la comunicación está en condiciones de imponerse en las discusiones y de aprovechar el trabajo de los demás para su propio beneficio. El recurso habitual con el que el dirigente justifica ir más allá de su mandato, señala, es sostener “yo sé lo que es bueno para ti”.

Con ese modelo de comportamiento respecto del poder dentro de la propia organización, por más que esté formada con buenos propósitos, se mata lo que se está tratando de hacer. Y se genera resistencia a tener una mirada crítica hacia la propia organización y hacia uno mismo. Así es que se llega a la conclusión que se puede estar despotricando contra el gobierno por lo que no hace o hace y la actitud que tiene, pero si nosotros, esta organización, tuviéramos el mismo poder, no habría en verdad demasiada diferencia, pues mostramos el mismo tipo de conducta y valores respecto de nuestro entorno.

Se sabe que si se tiene un título universitario, lo que es inteligible de la política para uno no es para nada lo que otras personas que no lo tienen están en condiciones de entender. Por lo tanto, en mi concepto, si se quiere ayudar a otras personas a tener una conciencia política hay que saber traducir lo que pasa. Si no, la política es cosa de las clases altas y, como siempre decimos, si no quieres tener nada que ver con la política, la política tendrá que ver contigo.

Por eso, en la organización que ayudó a formar, Ultimate Purpose, el acento se pone en lo que se considera importante: el entrenamiento en comunicación y en saber manejarla de modo que realmente democratice las relaciones; en hacer consciente a la gente de la importancia de las relaciones públicas y, en última instancia, aprender que el éxito no está en lo que se logra sino en cómo se relacionan entre sí para lograrlo.

Ese entrenamiento se hace con elementos concretos, como nociones de contabilidad, cómo hacer una minuta y cómo dirigir una asamblea. Y hacen juego de roles para entrenarse: por ejemplo, cómo llevar una asamblea en forma dictatorial, en la que la gente es arrastrada a votar algo que no está claro por poco discutido o por oculto. Es un trámite que resulta breve, eficiente y que siempre incuba un conflicto, ya sea el de que todos responsabilicen a uno por los malos resultados o que sólo uno se apropie de los buenos resultados, en ambos casos yendo contra la coincidencia inicial que hizo que ese grupo humano formara una organización. En cambio, en el modelo democrático de asamblea se demanda respetar a la gente, procurar que exprese sus puntos de vista, tomarlos en cuenta, que el conjunto razone sobre los elementos que se pusieron a consideración y finalmente que se vote. “El resultado tiene que ser que todos compartan la decisión y sus implicancias. Y respetar a la gente multiplica la capacidad de la organización”, promete Maggie Schmeitz.

La lección es que “lo que importa cuando se trata de promover la democracia no es sólo el objetivo sino también el camino. Y éste está en el propio curso que se da sobre resolución de conflictos, gerenciamiento, desarrollo de la comunidad o lo que sea: lo que importa es que sea dado desde una perspectiva democrática y con equidad”.

Este problema comienza con la propia educación, que es a su juicio el problema específico más importante de este país que trata de ser nación. El actual método de enseñanza es imperativo y el modelo es aprender de memoria. “Eso establece la base del ‘sí’ como respuesta permanente al poder si es que se quiere llegar a algo en la vida. Y quien no lo acepta es simplemente echado de la clase. En definitiva, sólo se aprende obediencia”.

Y eso es posible en un determinado panorama de valores sociales. “Porque a veces en Suriname... Bueno, no a veces. Es lógico. Es una apatía que deviene de la resignación. Cuando se nació, no importa lo que haga, nació con el destino puesto y la situación no cambiará. Hay gente con derechos y gente con menos derechos. Y si eso se repite lo suficiente, lo cree hasta quien lo dice”. Ante esas dificultades como montañas puede resultar difícil encontrar el aliento de ver algún cambio en la situación. Pero tras seis años de trabajo, ella lo encuentra. Dice que en esa sociedad pequeña el retorno es cotidiano. “Cada vez que doy el entrenamiento aprendo algo y obtengo una perspectiva más rica”.

En esos entrenamientos, a veces ingresa en situaciones que son de temer. “Insisto en reclamar la opinión de la gente y ésta se resiste a darla, esperando que uno dé la propia para estar de acuerdo”. Pero con el tiempo se ven resultados, como presenciar cómo gente que tuvo el entrenamiento reclama con coraje sus derechos a quien dirige una deliberación: ‘Usted no me dio tiempo a exponer. Usted no fue democrático’. Y entonces todo vale la pena.

En esa sociedad pequeña también sucede que las relaciones son fluidas con otras ONG, y suele coordinar tareas particularmente con dos de ellas y asesorar a otras; si tiene suerte, lo hará en temas que son objetivos de trabajo de Ultimate Purpose: promoción de la democracia, igualdad de género y desarrollo, no sólo en Suriname, que está en América del Sur, sino en todo el Caribe.

Y también tiene una relación fluida con tres de los 16 ministros, lo cual no es un mal promedio, de lo que resultan tareas de asesoramiento y diálogos que a veces redundan en cambios de enfoque en las acciones de gobierno. Ella estima que la mitad de las tareas hechas el último año fueron producto de necesidades del gobierno que devinieron en contratos con el mundo de las ONG.

Y en 1999, cuando finalmente se decidió a aceptar la invitación del secretariado de Control Ciudadano y hacer el informe correspondiente para el monitorieo anual de los compromisos gubernamentales de política social adoptados en 1995, comprobó que eso fortalecía la posición negociadora de Ultimate Purpose ante el gobierno: “Ya no somos las quejosas mujeres de siempre, con la cantilena de la igualdad”. En ese año, en diciembre, fue la eclosión de la sociedad civil en la reunión de la Organización Mundial de Comercio en Seattle, en la que países del Sur, principalmente de Africa y el Caribe, condicionaron las negociaciones a la imprescindible transparencia de procedimientos, coincidiendo por esa vía con las posiciones de las ONG. “Eso fue muy impresionante. Y luego vino lo del Banco Mundial (en abril de 2000 en Praga), y yo veo eso y veo la apatía de Suriname y los pequeños pasitos que damos, y pienso que no tengo por qué desalentarme ni preguntarme si no estoy loca por no buscar un trabajo de consultora aquí en Roma. Porque el poder puede ser usado de otra manera, no?”

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