El Perú posible
Pedirle peras al olmo, y plantar
perales
por Andrés Alsina
Roma.- La sede partidaria del actual
presidente del Perú, Acción Popular (AP), abrió
sus salas vacías como bostezos durante tres lustros,
en una decadencia imparable desde que terminó el segundo
gobierno de Fernando Belaúnde Terry, en 1985. En las
últimas elecciones, en el año 2000, las que
le dieron el tercer mandato a Alberto Fujimori, AP sacó
el 2% de los votos en lo que pareció su pálido
final. La noche anterior a que jurara la presidencia interina
del Perú don Valentín Paniagua, de nombre como
presagio, el local de AP estaba atestado de figuras políticas
en busca de un lugar en la nueva imagen del oficialismo. Ese
oportunismo, de olfato y velocidad de lebrel, es el que explica
que un congreso sometido por el ex oficialismo haya votado
sin más la invalidez permanente para el cargo de Fujimori.
La atención pública
es inducida a fijarse en Fujimori, o cuanto más en
él más un pequeño grupo, como responsable
exclusivo del ya insoportable fenómeno de corrupción,
autoritarismo y abuso, y el resto de los que han colaborado
a cambio de beneficios con el régimen depuesto se desplazan
hacia los nuevos triunfadores para reconquistar posiciones
de privilegio.
Tras eso está la cuasi desaparición
de los partidos políticos y la anémica debilidad
de los que quedan, la ausencia de mecanismos habilitados para
compensar sus falencias con aportes sistemáticos y
permanentes de la sociedad civil, y una atomización
de los valores éticos, para siempre alejados ya de
la política.
La mirada que observa la parte y
el todo de la formidable degradación política
y social del Perú es de un hombre que aparenta menos
de los 65 años que tiene. Eso, hasta que se lo escucha
hablar con precisión y cautela, y entonces aparenta
tener al menos un siglo de experiencia. Ni da vuelta la mirada
ni en sus ojos se empoza la resaca de todo lo perdido, como
dijo para siempre su coterráneo César Vallejo.
No. Sin por eso olvidar, los ojos vivaces de Héctor
Béjar sólo miran hacia adelante y si se detienen
es no más para calibrar la nueva forma adoptada por
el viejo desafío.
El fujimorismo es parte de
la sociedad, con su intercambiar favores por pagos y posponer
los escrúpulos. Eso está en la sociedad y atraviesa
todas las clases sociales. No hay que olvidar que Fujimori
tenía su mayor apoyo en los sectores de más
pobreza. No es que ellos no supieran lo que ocurría
sino que eligieron no querer verlo: una virtud del Perú
es que circula mucha información, y por lo tanto no
es ignorancia sino apreciación. Había reglas
morales pasibles de ser degradadas. Y eso pasó (sin
dar reposo, Béjar amplía su pensamiento en círculos
concéntricos) con Sendero Luminoso. No es casualidad
que las abuelas de (Vladimiro) Montesinos y (Abimael) Guzmán
fuesen hermanas. Hay tradiciones familiares que albergan casos
terribles de falta de escrúpulos y de explotación.
Un psicólogo diría hoy que en Perú lo
peligroso dejó de ser la calle y pasó a ser
el hogar. La historia muestra siempre su lógica
en las raíces enterradas en un tiempo muy anterior
cuando la cuenta un hombre como Béjar, tan... experiente.
Montesinos era de los capitanes radicales
del ejército en la época de Velasco Alvarado,
de los que exhibían posiciones siempre a la izquierda
de los generales, y 20 años después manejaba
a los nuevos generales a su antojo desde el oportunismo: algo
pasó en el medio. El golpe de Estado con el que
Juan Velasco fue derribado por su comandante general de Ejército
y primer ministro Francisco Morales Bermúdez el 29
de agosto de 1975, inicia la destrucción de las Fuerzas
Armadas como fuerza nacional determinante. Empezaba a revertirse
un proceso iniciado en 1950, de actualización, capacitación
y visión de conjunto como fuerza nacional con el desarrollo
independiente como objetivo, en un país atomizado por
la geografía, la cultura y la conquista y ese nuevo
proceso había cristalizado en Velasco y su golpe de
Estado para el cambio radical de estructuras.
Lo que queda de esas fuerzas armadas,
destruidas hace tiempo como fuerza nacional, asisitieron inermes
a este fin de fiesta del fujimorato. Esto no es cuestión
de una persona ni de un día, sino que tiene una larga
evolución. Reconozcámoslo así; si no,
no construiremos nada. Es el régimen lo que tenemos
que cambiar.
Béjar no lo dice, pero de
aquello que las palabras y las actitudes sugieren se percibe
su visión de que la contrarrevolución iniciada
en 1975, entonces llamado ajuste estructural y hoy globalización,
puede haber cumplido su ciclo, o al menos estar agotado. Aunque
el ministro de Economía sea premeditadamente el mismo,
como si tantos años no fueran nada, en el escenario
hay una fuerza que tomó las banderas caídas
de la democracia real y se llama sociedad civil.
En la caída de Alberto Fujimori
al inicio de su tercer gobierno autoritario se mostraron las
fuerzas reales que actúan y que no son músculos
de los corifeos del poder que inundaron la sede de AP. En
la laxitud de la conversación Béjar mencionó
dos; pueden ser más. Primero, el Departamento de Estado
de Estados Unidos en un papel ambiguo, complejo, en
el que necesitaba al Perú como una de las piezas para
intervenir en grande en Colombia (con el llamado Plan Colombia,
de erradicación de las plantaciones de coca) y que
por lo tanto debemos juzgar en el contexto de Brasil, Ecuador,
Perú y Panamá. Eso me decía un compañero,
y es perfectamente posible que así sea. Pero también
lo es que Fujimori ha roto todas las reglas, por ejemplo vendiéndole
armas a las FARC, y llega un momento en que tienes (el Departamento
de Estado tiene) que permitir que caiga, aunque adelante esté
el vacío. Hay que estar abierto a las situaciones que
se van presentando.
Y el otro empujón, sin el
cual quién sabe si se hubiese aceptado la posibilidad
de tirar a Fujimori, viene de los activistas sociales, principalmente
de las organizaciones de Derechos Humanos, que arriesgaron
su vida con valentía una y otra vez en la calle, y
la actividad de todos los movimientos sociales de mujeres,
de niños y niñas, de ancianos- en defensa de
reivindicaciones concretas. Las mujeres han estado en la calle
todos, todos los días. Una vez pasé por el centro
de Lima, por esa imitación del Capitolio con sus grandes
escalinatas que es el Palacio de Justicia. Y allí estaban
los jueces sentados en las escaleras, todos formales, ante
el paso de una procesión de Nuestro Señor de
los Milagros. Y del otro lado de la calle, en la plaza, unas
200 mujeres agitando banderas de democracia y de Abajo la
dictadura. La escena la hubiese envidiado una película
italiana. Eso ha sido el Perú de los últimos
tiempos.
Sobre el fin de la conversación,
arrinconado contra el hecho de que esboza utopías que
cree posibles, Héctor Béjar reconoce su secreto:
He ido descubriendo en todos, todos estos años,
lo que realmente quiero ver como posibilidad. No veo otra
forma de superar la situación de mi país.
Eso implica atar dos moscas por el rabo, la transformación
de la decadencia impune de quienes medran con el poder político
en responsabilidad ética, y revertir la realidad social.
Hay una desnutrición crónica de hasta el 80%
en niños de menos de 5 años en la zona andina.
Antes, eso se llamaba hambre, acota Béjar.
En 400 distritos, un 18% de la población total del
país, de 25 millones, entre el 60% y el 70% de los
niños están desnutridos. Hambre en un
país productor de alimentos es algo intolerable,
sentencia. El mismo problema se creó en su momento
al régimen de Velasco, urbanizando tierras fértiles
mientras el gobierno desgastaba fuerzas fertilizando tierras
estériles.
Pero hoy la situación es más
grave. A la deuda externa existente el gobierno de Fujimori
sumó desde 1993 a razón de 1.000 millones de
dólares anuales, y el pago de los servicios de la deuda
para el año 2001 es de 2.500 millones de dólares,
un promedio de 100 dólares por habitante; una
sangría brutal.
La deuda externa vuelve a la agenda
de prioridades políticas, pero no en los términos
en que se debatió su no pago en los años 80,
sino en los planteados por el Papa Juan Pablo II, de su no
cobro. La iglesia peruana es de las que más calurosamente
acogió la propuesta, y nuestra organización
junto con muchas otras y con el apoyo de la Comisión
Episcopal de Acción Social hicimos una campaña
a favor de ese no cobro, y recolectamos 1.800.000 firmas,
toda una hazaña. Esas firmas las recolectamos en iglesias
y parroquias, con el simple argumento de que un país
pobre como el Perú no puede pagarla. Ese enorme peso
económico hizo ver la deuda externa como un problema
y luego, que es posible renegociar su pago.
Esa acumulación de fuerzas
que sumó los granitos para esa montaña de firmas
no surgió por partenogénesis ni es mérito
primordial de una organización, sino de un movimiento
muy plural en el que se ha venido trabajando en forma especializada.
Lo que sucedía en Perú no era independiente
de lo que sucedía en otros países, y su reflejo
común se daba en la situación social y en las
políticas declaradas o reales para mejorarla.
Ese estado de opinión condujo
a la Conferencia Mundial de Naciones Unidas para el Desarrollo
Social que se hizo en Copenhague del 6 al12 de marzo de 1995,
con participación de 117 gobiernos, en la mayor cumbre
de la historia. En ella los gobiernos se comprometieron a
una declaración y programa de acción política,
económica y social para erradicar la pobreza. Además,
participaron unas 20.000 personas de 180 países, y
las organizaciones no gubernamentales, ONG, cumplieron un
papel crucial en la preparación de la cumbre, con lo
que la conferencia no sólo fue un hito a nivel oficial
sino también en la relación entre ONU y las
organizaciones de la sociedad civil.
Pero el sentido último de
la cumbre no estaba en su realización sino en el seguimiento
de la palabra gubernamental empeñada. De allí
surgió Compromiso Ciudadano, una red que procura que
la sociedad civil monitoree los acuerdos de Copenhague a través
de sus organizaciones implicadas en la lucha contra la pobreza,
y mida el progreso hacia los objetivos acordados.
Nosotros hicimos todo el proceso
de Copenhague a partir de 1995 en forma muy activa y entusiasta,
porque nos permitía el seguimiento de las políticas
de gobierno, y además analizar la situación
local en el trabajo de base en relación a los standards
de Copenhague, como reducción del analfabetismo,
mortalidad infantil, discriminación de la mujer, etc.
Eso le dio a los múltiples
frentes de trabajo del Cedep y de otras organizaciones de
la sociedad civil peruana una coherencia entre tres niveles
de trabajo muy distintos: el local, el nacional y el internacional.
De tomar los compromisos como punto de referencia, en Perú
se pasó rápidamente a formas organizativas.
Desde hace 5 años, desde
1996 muchas organizaciones unimos fuerzas en la Conferencia
anual sobre el desarrollo social, Conades. La quinta se hizo
en octubre de 2000, con la participación de 400 organizaciones
sociales, precedida por 8 conferencias regionales, y 1200
delegados discutiendo durante tres días en Lima. Cada
año hay un tema específico que centra la discusión:
el Perú que se quiere, y el análisis de la pobreza
y sus causas. De ésta surgió el criterio de
que si aún en la perspectiva liberal la deuda externa
debe ser paga, es congruente exigir el pago de la deuda interna,
y por lo tanto discutir qué se puede hacer al respecto.
También se analizaron los gobiernos locales en Perú,
y de allí surgió la propuesta de reformular
un presupuesto de manera de descentralizar los recursos, pues
2000 gobiernos locales manejan hoy el 3,7% del gobierno nacional
y el ministerio de la Presidencia, que dirigía un hombre
puesto por Fujimori, el 20%.
Movilización y propuestas,
pero ¿hacia dónde?. Lo que queremos es
desarrollar un movimiento de ciudadanos del Perú y
con él construir una ciudadanía social,
gente que defienda sus derechos sociales en un país
que sepa respetarlos. Y creemos que eso es posible; en tanto
estamos construyendo planteamientos que tienden a habilitarlo.
En Perú hemos tenido una ciudadanía política
a medias, una subciudadanía, diría
yo. Esa sería la llave de una alternativa a esa
enfermedad endémica del sistema político enraizada
con la perversión de las familias dueñas del
poder que él mencionaba. A la llave le falta un tramo
para llegar a la puerta.
- Lo ideal, ideal, es que la sociedad
civil sea escuchada, pues vienen profundizando estudios serios
sobre la realidad. Pero se sabe que lo ideal no se cumple.
No están creados los mecanismos para que se imponga
una concepción modernizada del Estado, el que no sólo
debe representar al gobierno sino que también debe
albergar a la sociedad civil, con coordinación entre
ambos en todos los niveles, desde lo local hasta el gabinete.
Ese es el estado moderno que nosotros quisiéramos para
el Perú. Es una utopía pero es posible.
- Pero tarde o temprano eso llevará
a las organizaciones de la sociedad civil a integrar el sistema
político.
- Justamente no. Para que se pueda
cumplir este propósito, debe haber capacidad de presión
para participar de la elaboración de la agenda y capacidad
de convencer a la opinión pública de estar en
el mundo político sin convertirse en agentes políticos,
y sin entrar en la lógica del poder, que es distinta.
Y además, que los gobiernos, en conocimiento de esta
tendencia de cosas, sepan y comprueben que es ventajoso para
ellos, en tanto hay movilización y elaboración
que respalda esas propuestas. Los gobernantes razonan desde
el punto de vista político, que es el del poder, y
no razonan desde el punto de vista ético. No debería
ser así, pero esa es la realidad no sólo en
Perú sino en buena parte de América Latina.
Y hay que actuar sobre la realidad..
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