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De cómo cambiar el mundo

Por Andrés Alsina

Hay una expresión latina que lo describe: suaviter in modo, fortitier in re, gentil en el modo y firme en la esencia. Él estudió latín y griego antiguo, de donde viene el tronco de los idiomas occidentales, pero hubiera preferido inglés y francés para manejarse mejor en el mundo de los organismos internacionales y en las sutilezas de los documentos y las negociaciones, tan concentrado está en su objetivo. Que no es menor: cambiar la política económica dominante en el mundo.

Jens Martens es alemán, tiene 38 años, una hija de 9 a la que le insiste, pobre chica, en que estudie idiomas, y planes de mudarse de Bonn a Berlín, porque la capital se mudó y con ella las sedes y filiales de los organismos gubernamentales y multilaterales en los que él hace buena parte de su trabajo. En su organización no gubernamental, Weed, él se ocupa de Naciones Unidas y de las políticas Norte-Sur de Europa. El nombre de la organización es divertido: en inglés quiere decir yuyo pero también sacar yuyos; también es uno de los nombres de la marihuana, podrá decirse que en honor de la juventud rebelde que siempre está en el origen de los cambios. Pero sin duda Weed es una alusión a esa palabra compuesta del inglés ‘grass root’ que significa las bases de un movimiento: grass (pasto) y roots (raíces) ; a los efectos oficiales, el nombre de la ONG es el acrónimo de World Economy, Ecology Development association. Y Weed tiene como cometido presionar en los lugares decisivos donde se toman las decisiones, pero con el compromiso fundamental de no desvincularse jamás de las bases de la sociedad civil.

Tal vez el sentido de su nombre sea una combinación de todos esos significados. La ONG fue fundada en Alemania en 1990 como una de las consecuencias de la campaña de la década anterior contra las políticas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. En 1988, el FMI y el BM se reunieron en Berlín, y esta gente y otra organizaron una multitudinaria conferencia alternativa que mostró una sociedad civil con ideas, elaboración intelectual y empuje.

Hasta ese momento no había en Alemania ninguna ONG que enfocara los temas de la economía mundial y Weed vino a llenar ese vacío. Es más: las ONG entonces existentes en Alemania, que trabajaban en temas de medio ambiente, desarrollo, etc., lo hacían con la perspectiva de apoyar a ONGs del sur, y Weed hizo un cambio fundamental en su trabajo de concentrarse en las instituciones financieras del Norte: no es el Norte el que ayuda al Sur de una manera paternalista sino que ambos se apoyan –“y de modo muy balanceado”, especifica- en un propósito común. “Vimos que era realmente necesario focalizar los esfuerzos más en el Norte, y fundamentalmente en las políticas económicas dominantes y organizaciones como FMI, BM y ONU, y considerar la posibilidad de modelos alternativos a las políticas gubernamentales. Y además, no hacerlo solos sino en un proceso de diálogo con ONGs de similar enfoque situadas no sólo en el Sur sino particularmente en Sudamérica, en EEUU y en Europa”.

Una cosa es decirlo y otra hacerlo. Presentar una política alternativa significa trabajar mucho, e incidir en los procesos de aprobación de políticas en los organismos multilaterales implica un trabajo cotidiano de elaboración, otro de cabildeo (lobby) en los organismos multilaterales y gubernamentales, luego instancias de deliberación y resolución con otras ONG y también expresiones públicas y multitudinarias contrarias a la globalización.

“Es una combinación de instrumentos para fortalecer un único objetivo. Control Ciudadano es un buen ejemplo de combinación de los distintos niveles de trabajo”, comentó en la primera asamblea de la red, en Roma en noviembre último (ver recuadro). Allí se lo vio intervenir poco, pero con precisión, marcando la necesidad de tener resueltas posiciones antes de la fecha de determinadas reuniones multilaterales, dando noticia de cambios de fecha de los encuentros, o transmitiendo la fineza de las vacilaciones existentes y sobre las cuales era posible presionar.

Cuando se lo escucha, es notorio que Jens Martens se preparó toda la vida para este trabajo. Él sitúa el inicio en el movimiento pacifista que mostró la fuerza de su ola de manifestantes contra la instalación de los misiles Pershing 2 en Alemania, entre 1981 y 1983, pero es evidente que llegó a ese momento de la historia armado de firmes valores éticos. En todo caso, él cuenta que en aquel momento le tocó hacer el servicio militar y él, objetor de conciencia, cumplió con la conscripción a los 19 años en la iglesia protestante, trabajando en el área de ayuda al desarrollo. “Allí me convencí de que si se quiere cambiar el mundo hay que comprometerse en el trabajo contra estructuras injustas, e influenciar las políticas económicas”.

Llegar a esa conclusión y ponerse a estudiar economía fue todo uno. De la Universidad de Berlín salió con un Master en Macroeconomía y otro en Ciencias Políticas. Cuando comenzó a estudiar, el centro de su interés estaba ya en la situación económica internacional y las organizaciones multilaterales, el papel de la sociedad civil y dentro de ella, en las ONG. Sus estudios sólo acentuaron su interés inicial. Eso era a mitad de los años ’80, y cuando terminó de estudiar en 1990 pudo empezar a trabajar en las etapas preparatorias de la Conferencia de Río de 1992, de ONU sobre medio ambiente.

Desde entonces no ha dejado de trabajar por cambiar el mundo, y la cautela con que usa el lenguaje, propia de quien debe manejarse con sus sutilezas, le impide ser terminante: “Es difícil decir si vale la pena hacer lo que hago. Veo los problemas que enfrentamos y la situación social que empeora, y eso hace necesario comprometerse y actuar en contra”.

Es cierto, “hacemos cambios en la conciencia pública, pero son instrumentales y son lentos, muy lentos; parecen ir al ritmo de un caracol”. En 1998 nació en él una súbita esperanza, con la alianza en el gobierno de Alemania de socialdemócratas y ambientalistas. Dos años después “no es que estemos frustrados sino que aprendimos que los cambios en política son muy lentos y siempre de largo aliento. Es más, no estoy seguro de verlos en vida, exagera, pero continuaré en la medida de mi habilidad y fuerzas”, promete.

Es necesario y casi cruel insistir en el tema. “A veces me canso, sí. Principalmente después de grandes conferencias de la ONU, de las que se esperó progresos en la situación, se preparó durante dos y más años en la expectativa de ese cambio y luego se ve que casi nada cambió. Entonces se piensa que realmente no vale la pena. Pero luego de dos semanas en casa se ve que los problemas siguen allí y son los mismos, y hay que retomar el trabajo. Y ante el hecho de que otros siguen trabajando en el mismo sentido, es notorio que ése es el único camino, y que tiene subidas y bajadas, aunque a uno a veces le parezca que sólo tiene bajadas. Es más, es evidente que el sentido general del camino es un movimiento con dirección positiva”.

El valor de ser horizontal (recuadro)

La ausencia de jerarquías en una organización, que durante siglos fue un concepto contrario a la idea misma de organización, hoy está mostrando sus posibilidades para aunar lo diverso. Para Jens Martens, el enorme potencial de Control Ciudadano está justamente en que no es una red jerárquica “como las ONGs tradicionales, que tienen un proceso de decisión vertical”.

Esto no implica de por sí reivindicar la anarquía, especifica, sino un proceso de decisión desde abajo, a partir de compromisos de distinta intensidad: unos de unos días y otros de todo el año; unos con organizaciones de diez personas, otros con redes completas.

“Hay que destacar que Control Ciudadano no es dirigido por organizaciones del Norte. Es bueno que una red mundial refleje la situación real del mundo, y ésta es que más de dos terceras partes del mundo vive en el Sur”. En la asamblea de Control Ciudadano en Roma donde hacía estas declaraciones había mucha más gente del Sur que del Norte, constató para su satisfacción. “Esa no es la situación en el Banco Mundial, por ejemplo”.

El poder también tiene una expresión cualitativa, y al respecto señala Martens que “las ONG no debemos reflejar el poder de los gobiernos. Esa es la perspectiva del Norte. Nosotros en Weed no podemos hablar por gente que no representamos. Y por eso es bueno que haya una estructura global que sí los exprese, y así achicar de manera equilibrada la brecha en materia de ideas y en el proceso de decisiones. No es que las ONG del Norte no tengan nada que decir, pero lo que tengan que decir pesará un 20% del todo, porque el restante 80% pertenece a las organizaciones del Sur”.

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