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  Acerca de...: Voces de los Watchers

Después del genocidio
Una suave insistencia en Camboya

Por Andrés Alsina

Roma.- La pregunta es enorme, pero lo más valioso, y valeroso, es que haya un “sí” por respuesta. ¿Cómo se hace una organización de defensa de los derechos humanos en un país que hace apenas un cuarto de siglo sufrió un genocidio en el que murió entre un cuarto y un tercio de su población?. “Tuvimos suerte”, empieza la respuesta de Thida C. Khus.

Ella es una persona más bien baja para los criterios europeos pero es de suponer que normal en Camboya: mira directo a los ojos y las cosas que dice con su voz suave la muestran de una enorme estatura.

“Tuvimos suerte, sí. Creemos haber sido muy afortunados en contar con un acuerdo de paz (en setiembre 1991) y con la preocupación de muchas organizaciones internacionales, y luego con las elecciones en mayo de 1993”.

Esos fueron los pasos de normalización a que se vio obligada la comunidad internacional luego que el régimen del Khmer Rojo y su líder Pol Pot mataran a entre 1,7 y 2,2 millones de un total de entre 6 y 7 millones de camboyanos, y que lo hiciera a partir de una inestabilidad política provocada por Estados Unidos como parte de su agresión contra Vietnam.

En 1965 Washington inició el bombardeo de Camboya y en 1970 el príncipe Norodom Sihanuk fue derrocado por un golpe de Estado organizado por la CIA. En la década siguiente, el apoyo de China y Estados Unidos al Khmer Rojo forzó que la ONU lo reconociera como el gobierno legítimo del país. Diez años después, gente como Thida C. Khus empezó a juntar los pedazos y a reconstruir lo posible.

“La suerte que tuvimos fue que las organizaciones no gubernamentales, otras organizaciones, activistas y grupos locales fueron apadrinados en ese momento (en 1993) para llevar adelante el monitoreo de la situación imperante en materia de derechos humanos, y empezar a educar a los funcionarios administrativos y policiales”.

Desde ya que a ella no le gusta exagerar, pero también es reacia a ser realista en sus palabras. Debe ser que la propia realidad es tan terrible. A veces admite decir una palabra fuerte, pero entonces mucho peor es lo que describe. “La tarea es de todas maneras gigantesca, sí. Enfrentamos el desafío de difundir información sobre la propia existencia de la Declaración (Universal) de Derechos Humanos de la ONU”, de 1948. Los funcionarios ni siquiera saben que existe.

Qué hacer entonces con el genocidio hecho a partir de 1975 con la excusa del traslado masivo de la población al campo. “Todavía no hemos podido enfrentar el pasado. No podemos manejar esa situación. Sólo podemos hoy aspirar a prevenir, de modo que los derechos de la gente estén protegidos”. En la Guía del Mundo 2000 se afirma que “pese a los esfuerzos internacionales por reconstruir la sociedad camboyana, la impunidad para funcionarios del estado implicados en graves violaciones a los derechos humanos no paró de azotar a la vida nacional. Amnistía Internacional denunció la matanza de centenares de opositores políticos y la existencia de un sistema judicial inoperante, débil y corrupto”.

Thida C. Khus no contradice eso. “Ni siquiera hemos podido encarar la cuestión de los derechos económicos”. Y hay un término que ella usa una y otra vez, suavemente, porque él define toda su estrategia para lograr pequeños cambios que se sumen. “Ahora, suavemente, estamos entrando en la vida cotidiana, pasamos por la política y vamos hacia el derecho social y económico. Lo hacemos suavemente, ahora que el gobierno está más acostumbrado a la idea y está en mejores condiciones de aceptar el concepto de derechos humanos. Bueno, todos lo aceptaban pero en verdad no sabían de qué se trataba. Y de hecho tratan a la gente con brutalidad y se cometen asesinatos extrajudiciales”.

¿Quiénes son estos héroes que todos los días enfrentan y educan a un gobierno así? Tal vez haya 2 o 3.000 activistas en las ONG de Camboya, estima, y en la diferencia muestra de paso cuán impreciso y precario es todo en ese país. No son abogados, seguramente porque no quedaron abogados luego del genocidio. Son simplemente gente, muchos de ellos maestros. Y los que se incorporan son ex funcionarios del gobierno, que abandonan la administración o toman licencia cuando entran en contacto con esta gente que trata de cambiar las cosas de manera suave. La propia Thida C. Khus es asistente social de profesión, y su ONG, Silaka, cuenta con quince personas. No es posible trabajar sólo en Derechos Humanos, porque no es que haya que construir la voz de la sociedad civil; hay que construir un país. De modo que también se trabaja en desarrollo social y ella trabaja específicamente en la capacitación de organizaciones, incluyendo el área de derechos humanos.

Y es trabajar largas horas, a veces sin un día de descanso a la semana, que es menos de lo que tuvo Dios. No se queja. “La tarea se va haciendo”. Ahora se está evaluando la situación en que están los presos. Hay unas 90 prisiones en el país con unos 400 presos cada una. Eso no incluye a los presos políticos, no. Ellos están alojados en prisiones militares, adonde los activistas no pueden acceder. Pero lo que más les preocupa no es las condiciones en que están: ni siquiera saben cuántos son “y el problema que tenemos es evitar que el gobierno y los militares los maten. Y nadie es procesado por eso”.

Pero, está dicho, la tarea se va haciendo. “Partimos de una situación en la que no se sabía nada y hoy se está desafiando la situación y reclamando por ellos ante las cortes, demandando el debido proceso y el respeto de la ley.” Eso tiene algún inconveniente y no siempre se debe lograr, porque “la justicia no es independiente del gobierno”.

Manejarse en esta situación todos los días y lograr avances obliga a la franqueza en el diálogo con el gobierno, aunque se haga con “suavidad”. Por lo tanto, la relación de las ONGs con el gobierno “es de franco odio, porque no les gusta que digamos las cosas, porque eso es lo que los obliga a cambiar. Pero en tanto trabajamos con la comunidad internacional también contamos con la presión de la comunidad internacional”. Lo dice de tal manera que es evidente que si no tuvieran ese respaldo bien podría sucederles una desgracia. Y en esa difícil relación con el gobierno, el gobierno acude a ellos para que asesoren y en la práctica lauden en las extendidas disputas de tierras que hoy ocupan la actualidad camboyana. Es que no hay estado de derecho y no hay títulos de propiedad de la tierra. Algunos granjeros la tienen desde hace generaciones en sus familias pero altos funcionarios administrativos del gobierno, militares y gente de dinero simplemente se las arrebatan y se la apropian. “De manera que nos llaman a mediar y a documentar la situación”. Por la manera en que lo cuenta, da la impresión que estas ONG son lo único que existe entre la fuerza de la represión y la nada. Ni siquiera pueden establecerse principios generales para estos casos. “Hay que resolverlos de a uno”.

Si así es con el presente, se entiende que lidiar con el pasado inmediato, un genocidio que sólo dejó victimarios y sobrevivientes en el país, escape de las posibilidades materiales de las ONG. Hoy esperan los resultados de las gestiones entre su gobierno y el de Washington para instaurar una corte internacional. El trámite formal es una resolución que espera ser aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas. Las ONG sí actuaron en la instancia previa, reuniendo dos millones de firmas de camboyanos “con las que afirmamos que queremos saber lo que pasó y que queremos un juicio justo. Y que no confiamos plenamente en las cortes camboyanas” para ese juicio, por lo que “queremos que participen en esas cortes las organizaciones internacionales”.

Este movimiento comenzó con 1999 y hoy esperan que el acuerdo político se alcance dentro del año 2001; realmente lo esperan con ansia. “Es importante saber la verdad, saber lo que pasó en verdad, por qué pasó y quiénes son los verdaderos responsables”. ¿Y será posible la reconciliación? “¿Es que tenemos opción?. Sólo podemos seguir adelante”.

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