| Atila Roque cambia el paso 
                    La audacia de aprender
Por Andrés Alsina  Roma.- Atila Roque no es loco; por 
                    el contrario, es muy centrado en sus planteos, atisbando siempre 
                    un poco más allá de las palabras que escucha, 
                    y agudo en su definición de lo importante. Es loco 
                    sólo en el sentido en que hay que estarlo para creer 
                    que todo se puede cambiar, y además empeñar 
                    su vida en ello con la ligereza de un gesto, porque simplemente 
                    está convencido de que ha llegado el momento en que 
                    lo deseable es posible.  Quince años atrás, 
                    por ejemplo, Roque comenzaba su actividad en las organizaciones 
                    no gubernamentales y una importante observación sobre 
                    la que se trabajaba era que Japón era el tercer mayor 
                    inversor en Brasil, luego de Alemania y EEUU. Así que 
                    Roque fue el voluntario para ir a vivir a Japón en 
                    procura de información para su tarea y de construir 
                    una red de relaciones con la sociedad civil japonesa, todo 
                    a partir de un contacto no muy formal con un japonés 
                    en uno de esos encuentros internacionales y un somero intercambio 
                    de correspondencia.  Había un plan tras todo esto, 
                    siempre hay un plan. Su organización, Ibase, iniciaba 
                    así un programa de intercambio de personas por plazos 
                    de uno a cinco años para edificar relaciones con redes 
                    de la sociedad civil, con actores y movimientos sociales, 
                    y trabajar así a largo plazo. Así que 
                    enviaron a un brasileño loco como yo, y la idea resultó 
                    utópica, porque Japón resultó una sociedad 
                    más cerrada que la brasileña y no había 
                    allí información que recoger, y la que había 
                    yo no la entendía porque no sabía japonés. 
                   De modo que el primer año 
                    se dedicó literalmente a sobrevivir, y fui tan 
                    loco como para insistir y quedarme otro año, deprimido 
                    y todo como estaba. Ese segundo año empezó 
                    a ser productivo. Seguía disponiendo de menos dinero 
                    aún que palabras en japonés, pero conoció 
                    a Martin Khor, actual director del Instituto del Tercer Mundo, 
                    y se empezaron a tejer las relaciones con Asia. El proyecto 
                    funcionó como pudo. Tal vez en definitiva se 
                    transformó en otro proyecto, pero éste también 
                    era importante, era interesante y, esto tiene lo suyo, era 
                    viable. Al final del segundo año ya Atila Roque se 
                    sentía productivo y adaptado, al menos, todo lo adaptado 
                    que puede estarlo un carioca en Japón. Volver seguía 
                    siendo una alternativa, pero sin duda frustrante. Entonces 
                    tomamos la decisión de quedarme un tercer año. 
                    Se consolidaron las relaciones, y se hizo viable llevarse 
                    consigo a un japonés de regreso al Brasil. El favorecido 
                    fue Tomoya Inyaku, que por aquel entonces tendría 29 
                    años, uno más que Roque, y que por siempre fue 
                    conocido como Tomo san. Y él se quedó 
                    tres años en Brasil, por cierto en condiciones más 
                    favorables que las de Atila Roque en el país del sol 
                    naciente. Hoy hay a partir de esa experiencia loca toda 
                    una historia de relaciones con la sociedad civil japonesa 
                    que empezó conmigo. Y ya nadie se acuerda de mí 
                    pero no importa, porque ahora esas relaciones tienen vida 
                    propia. Se construyó una confianza política 
                    entre las organizaciones y hoy, con más traductores 
                    culturales, se ve que el problema no fue a falta de información 
                    sino la capacidad para aprovecharla. La ganancia está 
                    en las relaciones de confianza que crecieron y se afianzaron. 
                   El hombre que hoy tiene 41 años 
                    y que fue capaz de decidir ese combate por la gloria extendida 
                    de la sociedad civil digno de un samurai, era un bachiller 
                    de historia y con un doctorado entonces a medio camino en 
                    ciencias políticas, que venía de hacer una corta 
                    experiencia como asesor en materia de reforma agraria en el 
                    primer gobierno democrático tras la larga noche dictatorial 
                    del Brasil, en 1984.  Él cuenta que llegó 
                    al tema mismo de la reforma agraria por militancia política 
                    estudiantil y por la vía de la comprensión académica, 
                    pero a poco de hablar se nota que eso no es enteramente cierto, 
                    y que, si no antes, su preocupación social nació 
                    con 10 años vendiendo y voceando bananas y manzanas 
                    en las plazas junto a su padre Achiles Pinto Roque Filho, 
                    trágica víctima de un asalto a los 50 años. 
                    Ese hombre, que no había estudiado más que primer 
                    año de escuela tenía inteligencia y una 
                    profunda sensibilidad social. Él lo recuerda 
                    indignado con los militares, tiene su imagen protestando ante 
                    los hechos cotidianos que niegan la esencia humana, lo sintió 
                    rezumar su desprecio al autoritarismo. Y lo escuchó 
                    explicarle con paciencia, él casi analfabeto, de las 
                    ventajas de la educación. De cómo y por qué 
                    debía estudiar, y hasta dónde podía él 
                    solventarle los estudios, y que si no lograba ingresar a la 
                    universidad pública debía conformarse con lo 
                    que lograra, porque plata para una universidad privada no 
                    había ni habría. Mientras pueda yo, tu 
                    aprovecha a estudiar, le decía.  Y eso hizo Atila, con tanta fuerza 
                    como la que empeñaba en vocear la fruta para subsistir 
                    o más, porque en ese estudio iba la vida de él 
                    pero también la de su padre.  Y Atila Roque era buen alumno, y 
                    ya sea por estrategia o por vocación, eligió 
                    cursos de la rama de las disciplinas sociales, estigmatizados 
                    en la época por izquierdistas y sólo frecuentados 
                    por barbudos desaliñados. No tenían el 
                    glamour de la carrera de medicina, es cierto, ríe 
                    ahora. Pero el vital examen de ingreso lo dio sin estar nervioso, 
                    cuenta, lo que habla de una larga y madurada decisión. 
                   Y con esa misma decisión por 
                    la que su vida podía estar rumbeada, detalle más 
                    o menos, cuando voceaba bananas en la plaza, ingresó 
                    a Ibase y aprendió de su fundador Bethiño, el 
                    legendario líder de la campaña contra el hambre, 
                    fue su amigo y lloró su muerte en 1997, y siguió 
                    adelante.  Atila Roque dice que tuvo suerte 
                    en el complicado mundo de las organizaciones no gubernamentales, 
                    ONGs. Me involucré en el mejor momento y con 
                    lo mejor. Fue un privilegio trabajar con Bethiño. 
                   Seguir adelante significa siempre 
                    animarse a innovar, y ése es el desafío que 
                    hoy gira en su cabeza inquieta. Lleva quince años haciendo 
                    un trabajo que sólo a él le parece rutinario, 
                    pero con eso alcanza. Quiero seguir, sí, pero 
                    también hacer otra cosa, pues arriesgo convertirme 
                    en un dinosaurio de las ONG. Mirando hacia atrás, lo 
                    que se esperaba de nosotros hace 20 años era muy sencillo; 
                    importante pero sencillo. Decíamos democratizar 
                    la información es democratizar la sociedad Eso 
                    se logró. Ahora hay que democratizar la economía, 
                    hay que tomar los desafíos de nuestro tiempo. Y eso 
                    implica una intervención de las ONG más calificada, 
                    más especializada, porque así lo demanda el 
                    tema. Hoy no sirve sólo sistematizar y difundir información, 
                    porque eso hay mucha gente haciéndolo; incluso la prensa 
                    libre lo hace. La información debe recibir una demanda 
                    técnica mayor.  Esa demanda viene de la propia realidad. 
                    Nuestra capacidad técnica tiene que ver con nuestra 
                    capacidad de dialogar con el gobierno. No podemos criticar 
                    los modelos de ajuste económico si no somos capaces 
                    de proponer alternativas. Y si queremos discutir temas económicos, 
                    tenemos que saber a quién tenemos enfrente, En Brasil, 
                    el actual ministro económico de gestión del 
                    presupuesto es un ex colaborador por años de Ibase. 
                    No estamos lidiando con cualquiera sino con gente con la que 
                    compartimos tertulias en los bares, seminarios y la autoría 
                    de artículos. El propio presidente de la república, 
                    Fernando Henrique Cardoso, no es para nada un incompetente 
                    y nosotros no estamos tratando con incompetentes; con ellos 
                    era fácil. No, éstos tienen cualidades y una 
                    fuerte técnica en lo que hacen, con los que trabajan 
                    sobre una idea y un modelo muy distinto al nuestro. Y por 
                    lo tanto tenemos que ser capaces de cuestionarlo con el mismo 
                    nivel de calidad; de lo contrario, quedaríamos simplemente 
                    desplazados y desmoralizados.  Reflexiona un instante antes de seguir 
                    deshilvanando su pensamiento. Ese es el desafío 
                    que tiene Control Ciudadano en Brasil. Cómo podemos 
                    desafiar la política pública si no es a partir 
                    de buenos indicadores y de buenos análisis. Estamos 
                    discutiendo con ex compañeros que hasta ayer estaban 
                    en la misma trinchera y que hoy ocupa con gran solvencia técnica 
                    puestos en ministerios de Salud, Educación, Trabajo. 
                    Hay que aprender a escuchar argumentos, a disentir con fundamento 
                    y a veces a estar de acuerdo. Esto nos propone nuevos retos 
                    ante los cuales no podemos seguir con viejas rutinas. Hay 
                    que avanzar. |