10/07/2006
Té con Putin
Roberto Bissio
Social Watch
Moscú, Julio 2006 – Esperábamos verlo bajar las escaleras de la villa afrancesada donde reside en las afueras de Moscú, pero en cambio llegó caminando con aire despreocupado desde el bosque a donde había salido a pasear su enorme perra negra. Nos habían dicho que la vestimenta era informal, pero Vladimir Vladimirovich Putin vestía traje oscuro y corbata impecables. Nuestro sentimiento de inadecuación con las reglas de protocolo se disipó rápidamente. El dueño de casa nos invitó a pasar, hizo retirar a la prensa, ofreció expulsar a su perra, ya que “a veces hay gente alérgica”, escuchó las presentaciones mientras se servía el té y evitó hacer un discurso de apertura. “Ningún tema está excluido”, anunció simplemente y cedió la palabra a los visitantes.
Así comenzó,
en torno a una mesa generosamente provista de dulces y, por supuesto, canapés de
caviar, una experiencia inédita: No sólo era ésta la primera vez que las
organizaciones no gubernamentales internacionales se encontraban colectivamente
con el presidente ruso, sino que también por primera vez el presidente en
ejercicio del Grupo de los Ocho se prestaba a rendir cuentas ante la llamada
“sociedad civil global” sobre la reunión cumbre del club más selecto del mundo
(Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia).
Una vez al año los presidentes o primeros ministros de las ocho principales
potencias económicas y militares del planeta se reúnen en privado, sin prensa ni
observadores a discutir temas “de interés común”.
Tales reuniones se volvieron un blanco preferido de los manifestantes
antiglobalizadores (o “alterglobalistas” como prefieren autodescribirse) y en el
caso de la reunión del año pasado en Gran Bretaña de terroristas suicidas. A las
demandas de diálogo y transparencia se solía responder que “este es un club
privado y no una institución”, o “los presidentes también tenemos derechos
humanos y podemos reunirnos con nuestros amigos en privado”. Como el pueblo (y
la prensa) siempre quiere saber de qué se trata se le encomendaba al jefe de
estado anfitrión que diera su resumen informal de los temas en discusión. Luego
se comenzó a publicar un comunicado conjunto, que por supuesto no es negociado
por los presidentes sino por representantes especiales, llamados “sherpas” en la
jerga diplomática (porque como sus pares en el Himalaya, ayudan a los
expedicionarios a escalar las cumbres). A partir de 2003 algunos sherpas
aceptaron escuchar (en privado y “sin compromiso”) las demandas y propuestas de
la sociedad civil antes de la cumbre y el año pasado, en vísperas de la
reunión del G8 en Escocia, Tony Blair se entrevistó con una veintena de ONGs.
Sin embargo en este caso el temario estaba limitado a aquellos temas en los
cuales Tony Blair, las ONGs y los artistas de los conciertos “Live8” estaban de
acuerdo: cambio climático y pobreza en Africa. Nada de incomodar al primer
ministro con preguntas incómodas sobre la Guerra en Irak…
Sin temas excluidos de antemano, Gerd Leipold, director de Greenpeace
Internacional abrió el fuego con una pregunta que sonaba a examen de fe: ¿Cree
Usted en el cambio climático y en que éste es debido a la actividad humana?
-- No sé, honestamente no sé qué creer, respondió Putin. Los científicos que
consulto me dan opiniones contradictorias…
Y antes de que alguien lo interrumpiera ofreciendo evidencias científicas el
presidente ruso redondeó la idea: “Parece claro que el cambio climático existe,
y si bien hay polémica sobre sus causas, los riesgos son tan grandes que, ante
la duda, resolví firmar el protocolo de Kyoto” (que limita las emisiones de
gases con “efecto invernadero”).
Uno a cero para Putin. Los ambientalistas se vieron obligados a agradecerle por
la firma del protocolo, que no hubiera entrado en vigencia sin el acuerdo de
Rusia. A lo cual Putin respondió expresando sus quejas: La contribución rusa a
atenuar el cambio climático gracias a los bosques no es tenida en cuenta y
China, Brasil y la India no tienen que limitar sus propias emisiones de la misma
manera que Rusia, con lo que se anunció grandes peleas cuando Kyoto entre en
revisión en 2012. Agradeció la oferta de traer científicos a debatir con sus
asesores, pero no, no gracias, “manden los científicos a quienes no firmaron, no
a mí”, en clara alusión a su colega George W. Bush.
Los tiros por elevación al presidente de Estados Unidos no pararon ahí. Putin no
mencionó, pero sabía que todos los presentes sabían, que Bush hijo se negó a
recibir a las ONGs cuando le tocó presidir el G8 en 2004. Pero cuando Irene Khan
y Carroll Bogert de Amnesty International y Human Rights Watch le preguntaron
sobre las violaciones a los derechos humanos en su propia guerra contra el
terrorismo en Chechenia, Putin comenzó recordando que, a diferencia de Estados
Unidos, Rusia abolió la pena de muerte y firmó el Tratado de Roma que creó la
Corte Penal Internacional. “Las guerras siempre propician excesos, pero como
comandante en jefe yo no eludo las responsabilidades. Hay dos mil efectivos del
ejército procesados por violaciones a los derechos humanos en Chechenia”.
Putin explicó la necesidad de procedimientos judiciales extraordinarios, “ya que
los jurados se han negado a condenar oficiales rusos, aun cuando la fiscalía
aportara pruebas contundentes” y comprometió su responsabilidad como comandante
en jefe a mejorar el entrenamiento de los ex rebeldes chechenos ahora enlistados
en la policía y ejército locales y sobre los cuales recaen casi todas las
denuncias en los últimos 18 meses.
Al abordar los temas de pobreza y desarrollo las coincidencias fueron mayores,
Barbara Stocking, de Oxfam, Ramesh Singh de ActionAid y quien esto escribe, en
representación de Social Watch, abordamos los temas de la ayuda, el comercio
internacional, la deuda externa y la reforma del Banco Mundial y el FMI. El
presidente ruso dijo apoyar las reivindicaciones de mayor ayuda y cancelación de
la deuda, “pero podemos cancelar la deuda una y otra vez y los países se van a
volver a endeudar mientras el comercio siga siendo tan injusto y Europa y
Estados Unidos sigan subsidiando masivamente su agricultura”. La deuda externa
es un tema que conoce de cerca: “Rusia recién termina de pagar, sin un centavo
de descuento, la deuda de los zares. Sin embargo se nos reclamó que condonáramos
ocho mil millones de dólares que nos debía Irak, para hacer posible la
reconstrucción. Ahora tengo que justificar a mi gente que regalamos esa fortuna,
que no es poca para Rusia y… ¿de qué sirvió? ¿Está mejor Irak ahora?”
Prometió que la reforma de las instituciones de Bretton Woods (el FMI y el Banco
Mundial) estaría en la agenda del Grupo de los Ocho cuando se reúna en San
Petersburgo: “Argentina tuvo en su momento mucho mejor trato del FMI que Rusia.
¿Por qué? Porque había que salvar empresas estadounidenses. Pero eso no evitó la
bancarrota argentina.” Y, en cuanto a los condicionamientos, “ustedes no se
imaginan el tipo de presiones que yo tuve que recibir del FMI, reclamos que no
tenían nada que ver con las finanzas… Si eso le pasaba a Rusia, sé que es peor
en países mucho más débiles.”
De allí a las negociaciones en marcha para que Rusia acceda a la Organización
Mundial de Comercio había un paso: “Yo sé que tal vez a largo plazo no haya más
alternativa que la liberalización, pero no estamos dispuestos a aceptar
cualquier concesión en cualquier momento”. Sólo falta el OK de Estados Unidos
para que Rusia acceda a la OMC, pero a cambio de eso Washington reclama la
apertura total del sistema bancario ruso a los bancos norteamericanos, con
posibilidad de control directo sobre sus filiales, y no como hasta ahora, a
través de empresas locales. Putin se niega. “Abrir las finanzas antes de estar
preparados es un paso muy peligroso”.
Concordamos en los peligros de la apertura económica, pero ¿por qué legislar de
manera tan restrictiva a las ONGs, incluyendo a las filiales locales de las
redes allí representadas?
“La crítica es necesaria, la sociedad civil es imprescindible para la
democracia, pero…” Con conocimiento detallado de la ley que está por ser
aprobada, Putin intentó convencer que ella no está dirigida contra la sociedad
civil, sino contra los intentos de potencias extranjeras de financiar oposición
política usando a las ONGs como fachada. La “revolución naranja” de Ucrania fue
aludida sin mencionarla. ¿Hay alguna oportunidad de suspender la aplicación de
la ley y ahorrarse de paso la contratación de miles de funcionarios que pasarán
a supervisar las cuentas y actividades de todas las organizaciones de la
sociedad civil? “De ninguna manera. Pero les prometo que vamos a revisar su
implementación y si hay excesos o efectos no deseados la ley será modificada.”
A Ella Pamfilova, militante rusa pro-derechos humanos, ex candidata presidencial
(5% de los votos) y organizadora del “G8 Cívico”, le brillaron los ojos. Esa
promesa era más de lo que esperaba conseguir. Y Putin aceptó de buena gana la
idea sugerida por Huguette
Labelle,
presidenta de Transparencia Internacional, de que la sociedad civil organizada
es una aliada en la cruzada contra la corrupción, uno de los temas predilectos
del presidente.
Las tazas de té se llenaron una y otra vez y la conversación se prolongó tres
horas, hasta entrada la noche. “¿A qué hora empieza el partido?”,
preguntó el presidente, como si no lo supiera. Era hora de distenderse. Todos
los que confesaron alguna preferencia, comenzando por el propio Putin, se
manifestaron hinchas de Alemania… con la única excepción del rioplatense con
sangre italiana. Los visitantes agradecieron el té, el tiempo concedido y la
franqueza. El presidente agradeció la oportunidad de “una discusión
intelectualmente estimulante como me gustaba tenerlas cuando estaba en la
universidad”.
¿Planes para el futuro? “Cuando deje la presidencia –los labios se le abrieron
en una sonrisa-, ¡capaz que me afilio a una ONG para cambiar el mundo!”
Roberto Bissio es Coordinador de Social Watch (Control Ciudadano), red de
ONGs que monitorea políticas gubernamentales de igualdad de género y
erradicación de la pobreza en 60 países.
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