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2003
Algunos comentarios sobre las comparaciones de pobreza entre países

Andrea Vigorito

Debido a la naturaleza altamente polémica de los estudios sobre la pobreza, algunos de los problemas planteados en mediciones internacionales son los mismos con los que se enfrentan los países cuando establecen líneas de pobreza nacionales. El Banco Mundial ha propuesto realizar estas comparaciones con relación al consumo o ingreso y, en particular, ha fijado un umbral de un dólar diario por persona en paridad de poderes de compra de 1985. Si bien puede ser útil recurrir a medidas basadas en el ingreso, éstas resultan insuficientes en un contexto en que los conceptos de pobreza se tornan más complejos y menos unidimensionales. Actualmente existe amplio consenso con respecto a que el acceso a la salud y la educación es tan importante como el ingreso y que, en el futuro, estos consensos probablemente involucrarán el empoderamiento y la participación en la vida ciudadana.

Introducción

El objetivo de este artículo es poner de relieve algunos problemas que se plantean a la hora de comparar tasas de pobreza entre países y en especial al tratar de fijar una base común en torno a la cual realizar estas comparaciones. Debe advertirse que muchos de estos problemas han sido tratados extensamente por los estudiosos del tema. Se examina en particular si la línea de pobreza internacional más difundida en el presente, el umbral de un dólar en paridad de poderes de compra de 1985, propuesto por el Banco Mundial, es un indicador adecuado de pobreza en los diversos países.

La discusión se ordena en cuatro secciones. En la sección I se discute la pertinencia de fijar una línea de pobreza internacional. En la sección II se analiza el contexto en el cual es conveniente realizar comparaciones de bienestar entre países y se repasa la discusión sobre las múltiples dimensiones de la pobreza. En la sección III se discute en qué medida es posible aproximarse a través de una medida única al nivel de pobreza de una sociedad y se cuestionan los límites del espacio del ingreso para evaluar el bienestar de la población. Dado que diversos trabajos comparativos entre países así como estudios nacionales ponen de manifiesto que no es éste el caso, la sección IV sugiere que los esfuerzos deberían dirigirse a la elección de un conjunto de indicadores que permita ordenar a los países en múltiples y diversos criterios, abandonando por tanto la idea de unidimensionalidad. En particular, los indicadores que recoge Social Watch permitirían reforzar los esfuerzos ya realizados en ese sentido.

I.       Por qué fijar una línea de pobreza internacional

La fijación de líneas de pobreza nacionales tiene un papel importante en la formulación de políticas económicas y sociales. En ese sentido, Atkinson (1993) propuso considerar la existencia de líneas de pobreza como instituciones y da cuenta del relevante rol de las mismas en la evaluación del desempeño social de un país a lo largo del tiempo. Cabe entonces plantearse si es válido extender este razonamiento a escala internacional y en consecuencia, preguntarse si el establecer una línea de pobreza mundial puede coadyuvar a evaluar los esfuerzos realizados en materia de su reducción, tal como se propone por ejemplo, en los Objetivos de Desarrollo para el Milenio. Sin discutir aquí la pertinencia de una meta en particular en materia de reducción de la pobreza, se repasarán los problemas que presenta establecer una línea única de pobreza internacional. Debido a la naturaleza altamente polémica de los estudios sobre la pobreza, algunos de los problemas planteados son los mismos con los que se enfrentan los países cuando establecen líneas de pobreza nacionales.

Las comparaciones de pobreza entre países persiguen diversos objetivos, como por ejemplo, la evaluación comparativa de las condiciones de vida de la población en distintas regiones o países o la asignación de recursos de ayuda financiera internacional. Sin embargo, muchas veces se encuentra que la concentración de esfuerzos por identificar a los pobres se da sin mucha discusión acerca de los conceptos implícitos en las comparaciones de bienestar entre personas, dado que la mayor parte de los estudios hace contribuciones a las controversias sobre políticas o se refiere al propio diseño de políticas.

Sin embargo, explícito o no, el hecho de realizar comparaciones internacionales de privación entre países requiere establecer varios criterios como puntos de partida. En particular, requiere resolver si es necesario, y también posible, establecer una línea de pobreza común contra la cual comparar a todos los países así como determinar las características de la misma.

Kanbur (2001) ha argumentado en forma muy convincente que esta idea de contar a los pobres del mundo en base a una línea común se enmarca en lo que ha llamado “el enfoque del ministerio de finanzas” y refleja la preocupación de muchas instituciones por diseñar políticas de lucha contra la pobreza. Sin embargo, estas preocupaciones no son percibidas de la misma forma por la sociedad civil y ello acarrea enfrentamientos, pues las perspectivas y los horizontes temporales de comparación difieren. Desde el punto de vista de los organismos internacionales y, en particular, de las instituciones financieras internacionales, resulta relevante confeccionar ordenamientos de países. Sin embargo, esos ordenamientos hechos sobre la base de un único umbral, simplifican necesariamente la realidad y dejan de lado muchos aspectos que resultan importantes desde la perspectiva nacional o de la sociedad civil.

En este sentido, el Banco Mundial (BM) ha planteado la conveniencia de realizar estas comparaciones con relación al consumo o ingreso y, en particular, ha fijado un umbral de un dólar diario por persona en paridad de poderes de compra de 1985.[1] En defensa de esa posición, Ravallion (2002) argumenta que el uso de líneas nacionales para realizar comparaciones internacionales lleva a tratar distinto a personas u hogares cuyos niveles de consumo real son similares. También reconoce que esta línea de pobreza extrema del BM es conservadora, en tanto de acuerdo a este criterio personas que son consideradas pobres por estándares nacionales, no lo son al usar esta línea. Aún cuando se esté de acuerdo en el uso de líneas de pobreza comparativas entre países, debe determinarse en qué medida éstas deben ser absolutas o relativas. En ese sentido, cabe preguntarse si debería una medida internacional de pobreza considerar falta de ingreso absoluta o también debería considerar la desigualdad de ingresos. Ravallion proporciona evidencia de que el BM ha preparado líneas de pobreza relativas que aun se basan en una línea de pobreza internacional común.

Por otro lado, Ravallion también indica que al analizar regiones o países, los expertos del BM no usan estas estimaciones internacionales sino que se basan en las líneas de pobreza nacionales, hecho que se pone de manifiesto, por ejemplo, en los informes de países elaborados por dicha institución.

Uno de los cuestionamientos a esta línea de pobreza del BM es el hecho de que no se deriva de un criterio de capacidades o canasta de necesidades básicas, aspecto que ha sido criticado por diversos autores, entre otros Pogge y Reddy (2002). Difícilmente una línea de consumo básica mundial podría fijarse de esa forma cuando existe una enorme diversidad en las formas de lograr los requerimientos básicos calóricos y nutricionales en las diferentes partes del mundo o aún dentro de regiones. Cualquier criterio de este tipo llevaría seguramente a establecer canastas cuyos valores monetarios diferirían entre países. A su vez, el pasaje de la canasta alimenticia a una línea de pobreza también generaría nuevos problemas pues los precios relativos de los bienes no alimenticios difieren significativamente entre países.

En América Latina, la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) ha elegido un camino intermedio pues sus estimaciones de pobreza se realizan en base a canastas básicas alimenticias nacionales, las que surgen a partir de encuestas de gasto o provienen de canastas normativas según el país, y luego se multiplican por un coeficiente de Orshansky común para obtener las líneas de pobreza regionales (CEPAL, 2000). Esta metodología que pretende armonizar hábitos nacionales con criterios de comparabilidad internacional también ha sido cuestionada en el contexto regional debido a la arbitrariedad de fijar en 0,5 el coeficiente de Engel, si bien este valor proviene de estimaciones previas realizadas por dicho organismo.

El umbral del BM probablemente resulte bajo en regiones donde si bien los ingresos son medianos, la incidencia de la pobreza es alta y la desigualdad es muy elevada, como es el caso de América Latina, subcontinente que ha sido catalogado como la región más desigual del mundo, especialmente en relación a su PBI per cápita. Si bien es probable que la proporción de personas que está por debajo de este umbral en América Latina sea menor que la correspondiente a vastas zonas de Asia y África, en la región hay severos problemas de desnutrición y las canastas básicas alimenticias fijadas por muchos países superan el límite del BM. Un umbral excesivamente bajo, si bien tendrá la virtud de poner de relieve regiones donde las condiciones de vida son muy extremas, dejará de lado, al ser considerado aisladamente, otras realidades no tan agudas pero igualmente problemáticas en términos de equidad regional. Para que situaciones no tan extremas sean visibles será necesario recurrir a otras medidas o indicadores adicionales.

Por otro lado, el establecimiento de un umbral común en términos de ingreso o gasto deja de lado las grandes diferencias que existen entre los países en cuanto a costo y al acceso a los servicios. Así, si el acceso a servicios públicos de salud, vivienda y educación, difiere entre países, la insatisfacción de necesidades en cada uno de ellos será considerablemente distinta. En su estudio comparativo de países relativamente similares como son los miembros de la Unión Europea, en especial el Reino Unido y Francia, Gardiner et al. (1995) ponen de manifiesto los serios problemas de comparabilidad que se presentan al querer obtener series de ingresos compatibles y analizan los impactos de los distintos sistemas de salud y de vivienda en estas comparaciones. También señalan las dificultades que se presentan al querer fijar criterios que permitan compatibilizar la información. Sus resultados muestran que incluir una correcta imputación de las diferencias en acceso a la vivienda y diferencias en los sistemas de salud entre los países miembros de la Unión Europea lleva ordenamientos distintos de los países.

Las evaluaciones de pobreza de muchos países han evolucionado hacia concepciones más amplias que la mera carencia de ingresos, orientándose hacia la idea más comprehensiva –aunque a veces más vaga– de exclusión social. Los esfuerzos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que se cristalizan en el Índice de Desarrollo Humano, también apuntan en el sentido de ampliar las dimensiones en las que evaluar el desempeño de los diferentes países (véase, por ejemplo, PNUD, 2002). Podría entonces preguntarse por qué, si el concepto de pobreza cada vez se plantea como algo más amplio y complejo, se busca simplificar tanto los índices y los ordenamientos. Si bien es cierto que existe un vínculo relevante entre exclusión social y pobreza, el fenómeno de la exclusión social puede darse entre grupos que no difieran demasiado en lo económico.

Quizá para que las comparaciones se vuelvan más fructíferas sea necesario considerar conjuntamente los ordenamientos de pobreza entre países y la evolución de la pobreza en relación al umbral que cada país se fija. De hecho, los criterios de medición de la pobreza varían entre regiones. Mientras en todos los países del continente americano se usan líneas de pobreza absolutas, en la mayor parte de los países de la Unión Europea se prefieren líneas relativas debido a que se considera que, pasado cierto umbral de necesidades básicas, se vuelve más importante la distancia entre los individuos en el acceso a los recursos de la sociedad que sus niveles de satisfacción de necesidades en términos absolutos.

Por otro lado, el ingreso y el consumo son variables cuya medición resulta problemática especialmente en el contexto de los países subdesarrollados y en ese sentido el BM ha contribuido al desarrollo de mediciones y metodologías de corrección. El ingreso es una variable particularmente difícil de captar y medir y probablemente la calidad de los datos varíe significativamente entre países pues las encuestas de hogares usan criterios diferentes, cubren áreas diferentes, recogen distintas fuentes de ingreso y las poblaciones de los distintos países tienen distintas propensiones a la subdeclaración.

Además, usar sólo el ingreso en un momento dado es una fuente de error muy importante especialmente entre los pobres quienes tienen un ingreso muy errático y en muchos países todo o buena parte de su ingreso es en especie. Si bien se recomienda la utilización del consumo como indicador debido a que el ingreso es más fluctuante, en la práctica muchos países utilizan el ingreso pues no disponen de series periódicas de consumo.

Por otro lado, existen cuestionamientos específicos sobre la exactitud de la metodología del BM para determinar estándares internacionales de pobreza. Pogge y Reddy (2002) cuestionan diversos aspectos de estas estimaciones y, en particular, cuestionan la forma de utilización de los indicadores de paridad de poderes de compra (PPP). Estos autores critican el hecho que en la construcción de estos índices, el BM utiliza los precios de todos los bienes de consumo y no sólo los que son consumidos por los pobres. Esto se deriva del hecho de que los precios relativos entre países varían considerablemente entre bienes, especialmente entre bienes transables y no transables. Mientras que los primeros no varían significativamente entre países, los segundos experimentan cambios importantes. De acuerdo a Pogge y Reddy (2002), los PPP se estiman mediante la ponderación de los precios incorporados en el índice por el consumo promedio del rubro respectivo. Así, las comparaciones internacionales deberían basarse en los bienes y servicios consumidos por los pobres y no en otro tipo de bienes. Como resultado de esta opción metodológica y también debido a cambios recientes en los procedimientos de cálculo, las tasas de pobreza están significativamente subestimadas y las tendencias de la pobreza son equívocas. Estos autores consideran que sería posible hacer comparaciones internacionales de pobreza corrigiendo la estimación de PPP. Se necesitaría realizar un mayor esfuerzo en esta dirección.

En su respuesta a Pogge y Reddy, Ravallion (2002) reconoce que las estimaciones de PPP tienen problemas serios y que deberían tender a reflejar el consumo de los hogares de menos ingresos en la distribución pero, pese a ello, no considera que las propuestas metodológicas de Reddy y Pogge conduzcan a producir mejores estimaciones de pobreza. En especial, argumenta que la metodología de cálculo de PPP que Reddy y Pogge proponen tiene serios problemas.

II.     Las múltiples dimensiones de la pobreza

Kanbur (2001) señala que en contraste con lo que sucedía hace veinticinco años, en el presente existe un amplio consenso con respecto a que el acceso a la salud y la educación es tan importante como el ingreso y que en el futuro estos consensos probablemente involucrarán el empoderamiento y la participación en la vida ciudadana.

Por esa razón, el método del ingreso requiere complementarse con otras dimensiones que den cuenta de la calidad de vida de los hogares o individuos dado que no todos los individuos presentan la misma tasa de conversión de ingresos en lo que Sen (1992) ha llamado funcionamientos. Este concepto refiere a la insuficiencia de igualdad de oportunidades solamente, como mecanismo de evaluación de la equidad y la pobreza. Así, los funcionamientos serían la capacidad de aprovechar estas oportunidades en diferentes dimensiones (lograr alimentarse, el acceso a los servicios de salud, la vivienda, etc.).

De este enfoque resulta que la relación entre ingreso y capacidades es paramétricamente variable entre comunidades, familias y aún entre individuos dentro de una misma familia. Esto se origina en dos elementos. En primer lugar, se debe a diferencias de edades, género, roles sociales, localización geográfica del hogar y otras variables sobre las cuales los individuos pueden o no tener control. En segundo lugar, pueden existir dificultades individuales para convertir ingresos en funcionamientos: es probable que personas con distintas necesidades y talentos necesiten distintos montos de ingreso para alcanzar los mismos resultados y la desigualdad puede llegar a ser más intensa de lo que se percibe en el espacio de los ingresos.

Estas consideraciones apuntan a que la identificación de los pobres centrada exclusivamente en el método del ingreso deja fuera dimensiones que pueden ser muy relevantes a la hora de definir el acceso de un individuo a los recursos con los que cuenta la sociedad y en particular cuando se intenta hacer comparaciones internacionales.

“Si pasamos ahora al análisis de la pobreza, la identificación de la combinación mínima de capacidades básicas puede ser una buena forma de plantear el problema del diagnóstico y la medición de la pobreza. Puede llevar a resultados muy diferentes de los obtenidos al concentrarse en lo inadecuado del ingreso como criterio para identificar a los pobres. La conversión del ingreso en capacidades básicas puede variar mucho entre los individuos y también entre distintas sociedades, de modo que la posibilidad de alcanzar niveles mínimamente aceptables de las capacidades básicas puede estar asociada con diferentes niveles de ingresos mínimamente adecuados. El punto de vista de la pobreza que se concentra en el ingreso, basado en la especificación del ingreso en una ‘línea de pobreza’ que no varíe entre las personas, puede ser muy equivocado para identificar y evaluar pobreza.” (Sen, 1996, p. 68)

Sin embargo, ello no equivale a descartar la idea de fijar un umbral de ingresos. En efecto:

“Como no se desea un ingreso por sí mismo, cualquier noción de la pobreza basada en el ingreso debe referirse directa o indirectamente a esos fines básicos que promueve el ingreso en su función de medio para un fin. De hecho, en los estudios acerca de la pobreza que se refieren a los países en desarrollo, el ingreso de la ‘línea de la pobreza’ frecuentemente se deriva de manera explícita al hacer referencias a normas de nutrición. Una vez que se reconoce que la relación entre el ingreso y las capacidades varía entre las comunidades y entre personas de la misma comunidad, se considerará que el nivel de capacidad mínimamente aceptable es variable: dependerá de características personales y sociales. No obstante, mientras se puedan lograr las capacidades mínimas por medio del fortalecimiento del nivel de ingreso (dadas las demás características personales y sociales de las que dependen las capacidades) será posible (para las características sociales y personales especificadas) identificar un ingreso mínimo adecuado para llegar a los niveles de capacidad mínimamente aceptables. Una vez que se establezca esta correspondencia, ya no importará si se define a la pobreza en términos de una falla de la capacidad básica o como el fracaso para obtener el correspondiente ingreso mínimamente adecuado.” (Sen, 1995, p. 69)

Por otra parte, en su trabajo comparativo entre India y China, Sen pone de manifiesto como dos países cuyos PBI son muy similares, tienen grandes diferencias en términos de capacidades básicas de sobrevivencia y educación, hecho que alerta también sobre las limitaciones de las comparaciones unidimensionales.

III.    ¿Por qué utilizar el ingreso?

El análisis de la pobreza y la desigualdad realizado por economistas se ha interesado principalmente en el espacio del ingreso y el consumo y ha prestado poca atención a otras conceptualizaciones hasta muy avanzado el siglo XX. En su análisis de los orígenes de los estudios de pobreza, Ruggeri-Laderchi (2000) sugiere que esta falta de conceptualización es típica de los estudios de pobreza producidos por economistas desde el nacimiento de este campo de estudio en la Gran Bretaña del siglo XIX. Según su interpretación, la falta de interés en definiciones alternativas de pobreza se relaciona a la visión positivista predominante en los primeros análisis de pobreza, en particular en los estudios de Rowntree y Booth, donde la preocupación principal consistía más en la estimación de la pobreza y los mecanismos a seguir para su reducción que en cuestionar ideas acerca de la naturaleza de la misma.

Para muchos usuarios y productores de estudios de pobreza, el ingreso incorpora otras dimensiones del bienestar o al menos se considera que la insuficiencia de ingresos estará suficientemente correlacionada con la privación en otras dimensiones para servir como una buena medida de resumen. Además, en las regiones en las que la pobreza y desigualdad se ubican en niveles extremos y empeorando, puede ser comprensible que aproximaciones imperfectas como líneas de pobreza basadas en el consumo y comparaciones de bienestar basadas en el ingreso sean consideradas por muchos como atajos suficientemente buenos para llegar a los problemas más agudos.

Sin embargo, estudios empíricos realizados por Ruggeri-Laderchi para Perú y Chile ponen de manifiesto que no en todos los casos las otras dimensiones de la pobreza son consistentes con el ingreso. Lo mismo puede deducirse de la miríada de estudios que analizan la incidencia de las necesidades básicas insatisfechas y pobreza de ingresos o aun con los propios ordenamientos de países del Índice de Desarrollo Humano realizados por el PNUD.

También debe tomarse en cuenta que el ingreso es una variable sumamente atractiva para los economistas porque es conceptualmente más fácil de unir con el análisis estándar del cambio económico y permite ligar la evolución de la pobreza y la desigualdad con el resto de la economía, en particular con la evolución del mercado de trabajo. Esta posibilidad facilita que de estos análisis de pobreza puedan derivarse implicaciones y medidas en términos de políticas (Rius y Vigorito, 2000).

Además, el ingreso satisface los imperativos disciplinarios de cuantificabilidad que puede ser tratada como una variable continua. Esta diferencia entre el ingreso y otras variables que pueden ser utilizadas para cuantificar pobreza es muy importante. La sofisticación de técnicas disponibles para aplicar a indicadores basados en el ingreso también ayuda a dar la impresión de objetividad que parece tan crucial para la legitimación del análisis económico en muchas áreas (Rius y Vigorito, 2000).

IV.     Hacia evaluaciones de pobreza multidimensionales

Los párrafos anteriores apuntan a resaltar una vez más la necesidad de considerar la multiplicidad de los espacios donde se manifiestan las necesidades de la población mundial. Así, si bien puede ser útil recurrir a medidas basadas en el ingreso, éstas por sí mismas resultan insuficientes en un contexto en que los conceptos de pobreza se tornan más complejos y menos unidimensionales, como sostiene Kanbur (2001). A su vez, los estudios que ponen de manifiesto que los ordenamientos de países considerando los distintos tipos de necesidades medidos difieren, argumenta también a favor del uso de una multiplicidad de indicadores para evaluar el desempeño comparativo. Estos resultados muchas veces se enfrentan con los deseos de los hacedores de políticas, para quienes los ordenamientos unidimensionales resultan más sencillos y por ende más atractivos.

En síntesis, aunque el intento de realizar comparaciones internacionales en el espacio del ingreso no debe ser dejado de lado, los ordenamientos de países no pueden considerarse exclusivamente en este ámbito e incluir otros indicadores resulta más veraz que una única medida universal de pobreza absoluta. El esfuerzo de recolección y producción de información de Social Watch debería ser aprovechado en conjunción con otras fuentes de información internacional para generar clasificaciones más ricas avanzando en la sistematización y producción de nuevos y más valiosos indicadores. Así, las dimensiones de acceso a agua potable y saneamiento, desnutrición, esperanza de vida al nacer y distribución del ingreso probablemente ofrecerán, consideradas en su conjunto, un buen punto de partida para avanzar en la descripción de la evolución y el nivel actual de las condiciones de vida en los países en desarrollo.

Bibliografía

A. B. Atkinson (1993), The institution of an official poverty line and economic policy, WSP/98, STICERD, Escuela de Economía de Londres.

A. Rius y A. Vigorito (2000), “Sen meets the marketplace of ideas: The Capability Approach and poverty research in Latin America”, ponencia presentada al Seminario An operalisation of Sen’s capabilities approach, Universidad de Cambridge.

A. Sen (1992), Inequality reexamined, Cambridge University Press.

A. Sen (1996), “Vidas y capacidades” en M. Nussbaum y A. Sen (eds.) La calidad de vida, Fondo de Cultura Económica, México DF.

A. Sen (1999), Development as freedom, Anchor Books, Random House, Nueva York.

Banco Mundial (1999), World Development Report 1999/2000.

Banco Mundial (2000), World Development Indicators 2000.

C. Ruggeri-Laderchi (1999), The many dimensions of deprivation in Peru: theoretical debates and empirical evidence, Documento de trabajo No. 29, Queen Elizabeth House, Universidad de Oxford.

C. Ruggeri-Laderchi (2000), The monetary approach to poverty: a survey of concepts and methods, Documento de trabajo No. 58, Queen Elizabeth House, Universidad de Oxford.

Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) (2000), Panorama social de América Latina, Santiago de Chile.

K. Gardiner, J. Hills, J. Falkingham, V. Lechene y H. Sutherland (1995), The effects of differences in housing and health care systems on international comparisons of income distribution, WSP/110, STICERD, Escuela de Economía de Londres.

M. Evans, S. Paugam y J. Prèlis (1995), Chunnel vision: poverty, social exclusion and the debate on social welfare in France and Britain, Documento de discusión WSP/115, STICERD, Escuela de Economía de Londres.

M. Ravallion (2002), How not to count the poor? A response to Reddy and Pogge, mimeo, www.socialanalysis.org.

Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) (2002), Informe sobre Desarrollo Humano.

R. Kanbur (2001), Economic policy, distribution and poverty: the nature of disagreements, Documento de trabajo, Universidad de Cornell.

T. Pogge y S. Reddy (2002), How not to count the poor, mimeo, www.socialanalysis.org.

Nota:

[1] La metodología de derivación de la línea internacional de pobreza del Banco Mundial se describe en diversos documentos, entre otros, Banco Mundial (2000) Básicamente ésta se derivó a partir de un estudio de líneas de pobreza nacionales realizado en más de treinta países, tomándose las correspondientes a los países más pobres.

Andrea Vigorito es economista y realizó estudios de maestría en la London School of Economics. Actualmente se desempeña como investigadora y docente del Instituto de Economía, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de la República (Uruguay). Sus principales intereses de investigación se centran en la pobreza y en la desigualdad económica.

 

 


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