2003
La comercialización de la reproducción social en la nueva economía dirigida por los servicios
Marina Fe B. Durano
Development Alternatives with Women for a New Era (DAWN)
Las políticas se implementan en un contexto institucional que dicta la distribución de costos y beneficios. Entre los desafíos que enfrentamos hoy está la necesidad de crear un conjunto de instrumentos políticos y jurídicos que reconstruyan el contexto institucional sesgado por el género en el cual funciona la globalización. Mientras los mercados generaron una estructura de incentivos que alienta a las mujeres a asumir actividades productivas, prácticamente no conocemos incentivos que alienten a los hombres a asumir responsabilidades de cuidado. El resultado es la expulsión de la reproducción social del hogar a la esfera privatizada del mercado, en lo que parece ser un paso de mal en peor.
Introducción
Entre las
características de la ola de globalización en curso está el advenimiento de la
industria de los servicios y el incremento del comercio de las actividades de
servicios. Los países desarrollados que marcan el camino se transformaron
progresivamente en economías dirigidas por los servicios en las últimas dos
décadas. Estas economías han valorado los servicios intensivos en
especialización, conocimientos y tecnología, ya que son éstos los que
proporcionan los rendimientos más altos y el mayor valor agregado. Entre tanto,
los sectores manufactureros desindustrializados de los países desarrollados han
trasladado cada vez más sus operaciones a los países en desarrollo en la forma
de inversión extranjera directa, a la vez que retienen el control sobre las
actividades productivas en sus oficinas centrales.
El sector de los
servicios en los países en desarrollo refleja las características de la
naturaleza poco especializada y con bajo valor agregado de sus sectores
industriales, que han decaído como consecuencia de las amenazas que representa
la competencia de los sustitutos importados por la liberalización comercial.
Así, la polarización entre los mundos desarrollado y en desarrollo perdura y
hasta se intensifica.
A medida que
sucede este cambio estructural industrial y laboral, las mujeres no pueden subir
la escalera del valor agregado ya que la posesión de especialización,
conocimiento y tecnología sigue favoreciendo a los hombres. Asimismo, los
sectores de servicios que respaldan la labor reproductiva social,
como los servicios comunitarios, sociales y personales, los servicios educativos
y sanitarios, están perdiendo el respaldo financiero público ya que el mercado
se presenta como un método más eficaz para suministrar estos servicios. Esto
ocurre en un momento en que la estabilidad de los presupuestos de gobierno se ve
amenazada constantemente por crisis financieras y económicas.
Sin embargo, la
provisión de cuidados debe continuar y se confía en que el “altruismo
socialmente impuesto” asegure que ese suministro se produzca. Asignar roles de
proveedoras de cuidado a las mujeres las coloca bajo la doble carga del trabajo
productivo y reproductivo social. La naturaleza de los subsectores de servicios
donde las mujeres tienen gran participación está determinada por estas
expectativas de roles. Los subsectores varían según si las mujeres actúan
predominantemente como consumidoras o tanto como consumidoras y productoras. En
este último caso, los servicios son menos valorados ya que tienden a ser
dicotomizados entre lo regulado formalmente y lo regulado informalmente, siendo
las mujeres en el sector informal las más vulnerables ante las crisis.
El proceso de
liberalización comercial y globalización puso en el centro de atención al sector
de los servicios, que solía considerarse no comercializable. La insistencia de
la inversión
como forma de comercializar los servicios facilita la apertura de los mercados
de servicios a los intereses extranjeros. Cuando se aúna con la privatización de
los bienes y corporaciones del Estado en este sector, la comercialización de los
servicios para la reproducción social está prácticamente garantizada.
El ascenso de la
economía de servicios
Las negociaciones
sobre aranceles de las exportaciones manufacturadas no sólo perdieron relevancia
en las últimas décadas, sino que las economías desarrolladas también han
transferido su estructura industrial y de empleo de la manufactura a los
servicios, principalmente debido a los avances tecnológicos y a la constante
especialización. A mediados de los años 90 la proporción de servicios en el PBI
de los países industrializados rondaba el 70%. La proporción representa entre
50% y 60% en las economías recientemente industrializadas, y se aproxima al 40%
en los países en desarrollo (Kang, 2000).
En este período
descendió el precio de los servicios, sobre todo para el transporte y las
comunicaciones. Jones y Kierzkowski (1990) piensan que la caída explica el mayor
uso, de parte de las firmas manufactureras, de las cadenas de producción
internacional como estrategia de producción. Así nos encontramos con una
fragmentación de la producción en bloques productivos que son distribuidos entre
varios países, en su mayoría en desarrollo. Por cierto, los artículos
intermedios producidos por estos bloques productivos constituyen gran parte del
comercio mundial actual. Según Milberg (1999), el comercio entre las firmas
representa ahora entre el 30% y el 50% del volumen de comercio de los
principales países industrializados. Esto significa que los insumos importados
son cada vez más importantes para estos países. Gran parte de esto fue
posibilitado por el descenso en el precio del transporte, que ha disminuido el
costo del movimiento físico de los productos, y por la caída del precio de las
comunicaciones, que ha reducido el costo de coordinación entre las oficinas
centrales y los bloques productivos.
Con la expansión
del proceso productivo por todo el mundo crece la necesidad de otros servicios
de apoyo, tales como servicios financieros, contables y jurídicos para hacer
frente a la fragmentación de la producción. Las corporaciones que utilizan esta
estrategia de producción deben decidir si estos servicios de apoyo serán
suministrados internamente por la firma o tercerizados al mercado de los
servicios. El incremento en el número de empresas de servicios indica que muchas
han optado por esto último. Los servicios deben adoptar un cariz transnacional
para atender a su clientela corporativa y, por lo tanto, hay un impulso para
abrir los mercados de servicios a las corporaciones transnacionales de
servicios.
Simultáneamente,
el sitio elegido para los bloques productivos depende de la disponibilidad de
mano de obra barata –por lo habitual femenina– y de un conjunto de incentivos
fiscales y económicos proporcionados por los gobiernos de los países en
desarrollo para fomentar la inversión extranjera directa.
La economía del
cuidado
La fragmentación
no sólo se produce entre las firmas de producción. Los hogares también
experimentan una fragmentación similar; cada vez más servicios socialmente
reproductivos son tercerizados a medida que más mujeres participan de
actividades productivas en el mercado. El incremento de la participación
femenina en la fuerza laboral, alentado por las políticas orientadas a la
exportación, no puede comprenderse sencillamente como una contribución al
crecimiento económico. Sin embargo, la participación femenina en la producción
está condicionada a la presencia de un sustituto para el trabajo de reproducción
social que queda descuidado.
El trabajo social
reproductivo abarca aquellos servicios con funciones claramente de cuidado, que
son particularmente importantes en un contexto donde existen personas
dependientes –niños, ancianos y enfermos. El papel de la mujer como principal
dispensadora de cuidado es una imposición social. Las normas sociales sobre las
obligaciones familiares asignan a las mujeres la mayor responsabilidad por este
cuidado. Las economistas feministas se refieren en ocasiones al suministro de
estos servicios como la “economía del cuidado”.
Cuando las mujeres
ingresan a la fuerza laboral, el trabajo que tradicionalmente hacían en el hogar
igual se debe desempeñar. La sustitución para la mujer que trabaja puede tomar
muchas formas: electrodomésticos que le ahorren tiempo, como lavarropas y
secarropas, lavaderos o aspiradoras; empleadas domésticas, cocineras de tiempo
parcial o cadenas de entrega de comida rápida; niñeras de tiempo completo o por
hora, o servicios de atención infantil; hijas mayores, abuelos u otros
integrantes de la familia. El incremento de servicios domésticos ayuda a
explicar en cierto grado al mercado informal de servicios, que está conformado
principalmente por estos servicios. Es así que la provisión de cuidado se
realiza de las siguientes maneras: a través de la labor no remunerada de las
mujeres de la casa, de los avances tecnológicos en los electrodomésticos o del
mercado de servicios.
La tercerización
de los servicios domésticos quizá no sea tan compleja como las cadenas de
producción internacional, pero sí adquiere un aspecto global. En los países
desarrollados donde tanto la participación masculina como la femenina en la
fuerza laboral es muy elevada, y los sistemas de parentesco ya no son una fuente
confiable de apoyo, los servicios domésticos deben adquirirse en el mercado.
Los salarios bajos
en situaciones de fuerte estrés caracterizan a muchos de los servicios
proporcionados por mujeres, como la enfermería, enseñanza y el trabajo
doméstico. Las reglas sobre inmigración se modifican convenientemente para
llenar los vacíos de mano de obra en estos sectores. Filipinas es conocida por
proveer de empleadas domésticas a familias de Hong Kong, por ejemplo. El sistema
de escuelas públicas de EE.UU. también recluta maestras en algunos países del
Caribe.
La segregación
ocupacional se refleja en la desigualdad salarial existente entre hombres y
mujeres. Esta segregación representa una parte importante de la brecha salarial
entre los géneros. Y dado que el advenimiento de la economía de servicios
depende en gran medida de la especialización, el conocimiento y la tecnología,
es de esperar que esta brecha se profundizará en el futuro. Sassen (1998) ya ha
señalado la intensificación de la desigualdad en las ganancias e ingresos en las
ciudades del mundo que actúan como base de las industrias de servicios. Un
estímulo adicional a la mayor desigualdad es la creciente “ocasionalización”
del empleo en el sector de servicios, a medida que las empresas tienen menos
demanda de puestos permanentes y de capacitación intermedia.
El ocaso de la
prestación de los servicios públicos
A veces no es
fácil identificar qué queremos decir con servicios prestados públicamente.
Existen muchos términos: servicios sociales, bienestar social, fondos sociales,
seguro social, redes de seguridad social, seguridad social, política social,
presupuestos sociales, etc. Estos términos refieren a la modalidad de la
prestación, pero todos contienen servicios sociales. Cualquiera sea el sentido
que le demos a los servicios prestados públicamente, la prestación de los mismos
está amenazada por los recortes fiscales y la privatización, especialmente en
las economías endeudadas. Los servicios prestados por el sector público fueron
vendidos a compañías privadas o utilizan un sistema de vales o tarifas de
usuario. Cuando la privatización se acopla a la liberalización comercial, la
experiencia general indica que la carga del cuidado social se intensificará para
las mujeres, dado que ellas son las proveedoras de cuidado por defecto.
Incluso cuando
existen servicios públicos deben plantearse algunas interrogantes acerca de la
naturaleza de los mismos. Los servicios de infraestructura no satisfacen las
necesidades de las mujeres. Los servicios sociales aplican un enfoque
paternalista a la provisión de cuidado. La seguridad y los seguros sociales
recurren al concepto del hombre proveedor a la hora de elaborar sus programas.
Los servicios
pueden dividirse en servicios de infraestructura y servicios sociales. Los dos
no podrían estar más alejados entre sí. Ambos, sin embargo, son muy importantes
para las mujeres. La diferencia entre los dos es la forma de participación de
las mujeres como productoras o como usuarias. Los servicios de infraestructura
tienden a estar impregnados de un sesgo masculino porque los hombres dominan los
aspectos de diseño, ingeniería y construcción, mientras las mujeres tienden a
ser usuarias de estos servicios. La infraestructura del agua y la energía en las
zonas rurales podría ayudar a reducir el tiempo que las niñas pasan recolectando
agua y leña, y así aumentar el tiempo disponible para asistir a la escuela, si
el planeamiento reconociera a las mujeres como principales usuarias de estos
servicios.
Un panorama
distinto surge con los servicios sociales donde las mujeres predominan tanto en
su producción como en su uso. Las mujeres no pueden controlar ni determinar la
naturaleza de la provisión como productoras y usuarias de los servicios
sociales, sino que tienen que aceptar que en la actualidad la provisión de
servicios es paternalista, sirviendo sólo para apoyar y reforzar los roles de
“dispensadoras de cuidado” de las mujeres. Dado que las mujeres participan
directamente en el cuidado de la familia, deberían ser quienes reciban apoyo en
sus ingresos o subsidios sociales. Los programas de vacunación, nutrición y
similares tienden a concentrarse en las madres, por ejemplo. Este enfoque puede
criticarse por tomar un punto de vista instrumentalista de las mujeres.
Los programas de
seguridad social no se han adaptado al ascenso de la economía de servicios. A
medida que el mercado de trabajo se vuelve más informal y ocasional, los
regímenes de seguridad social basados en las relaciones tradicionales de empleo
manufacturero se tornan irrelevantes. Hace falta que la seguridad social se
despoje del sesgo del hombre como proveedor (Elson y Cagatay, 2000), y que
incluya a aquéllos que están excluidos del alcance regulatorio y a aquéllos que
comienzan a quedar fuera del alcance regulatorio del respaldo social público, en
concordancia con la reorganización del mercado de trabajo.
Esto no significa,
sin embargo, que este tipo de programas no ayude a las mujeres. Son necesarios y
respaldan sus funciones de cuidado y las ayudan a aligerar sus cargas de
reproducción social. La crítica que se puede hacer a estos programas refiere a
que no cuestionan las normas de género relativas al cuidado.
Conclusiones
Entre los desafíos
que enfrentamos hoy está la necesidad de crear un conjunto de instrumentos
políticos y jurídicos que reconstruyan el contexto institucional sesgado por el
género en el cual funciona la globalización. Las autoridades ya no pueden
ignorar las interacciones entre la política económica y las normas de género.
Estas últimas invariablemente dictan la conducta social y la reacción a las
políticas económicas.
Las políticas se
implementan en un contexto institucional que dicta la distribución de costos y
beneficios. Los instrumentos políticos rozan contra instituciones rígidas. No se
puede esperar que las políticas en sí cambien el marco institucional de los
derechos de propiedad y las obligaciones de cuidado porque no fueron creadas
para eso. Los resultados inconsistentes hallados por la literatura sobre género
y comercio se explican por esta separación entre el instrumento político y su
contexto institucional.
Aunque las mujeres
y sus movimientos se han opuesto a este marco institucional, la resistencia
sigue siendo fuerte. Sabemos que los mercados generaron una estructura de
incentivos que alienta a las mujeres a asumir actividades productivas. Pero
prácticamente no conocemos incentivos que alienten a los hombres a asumir
responsabilidades de cuidado.
Este es un dilema
para las activistas feministas. Las autoridades sólo quieren hablar de las
políticas y no de la interacción de las políticas con las instituciones. Si no
se presta la debida atención a las instituciones, la política económica siempre
le falla a las mujeres. En el peor de los casos, las políticas explotan a las
mujeres.
Finalmente, aunque
existen opiniones diferentes sobre el análisis de la economía del cuidado, hay
consenso sobre la “preocupación por la calidad futura de la vida en un mercado
capitalista en el cual los servicios de cuidado pagados tienen un papel cada vez
más importante” (Badgett y Folbre, 1999). Las políticas que no toman en cuenta
el género se aúnan para expulsar la reproducción social del hogar e insertarla
en la esfera privatizada del mercado, en lo que parece ser un paso de mal a
peor.
Referencias
Diane Elson y
Nilufer Cagatay. “The social content of macroeconomic policies,” World
Development, 28(7): pp. 1347-1364, 2000.
M.V. Lee Badgett y
Nancy Folbre. “Assigning care: gender norms and economic outcomes,”
International Labour Review, Vol. 138 (1999), No. 3, pp. 311-326, 1999.
Ronald W. Jones y
Henryk Kierzkowski . “The role of services in production and international trade:
a theoretical framework,” en Ronald R. Jones y Anne Krueger, eds. The
Political Economy of International Trade. Oxford: Basil Blackwell, 1990.
Jong-Soon Kang.
“The services sector in output and international trade,” en Christopher Findlay
y Tony Warren, eds. Impediments to Trade in Services: Measurement and Policy
Implications. Londres: Routledge, 2000.
William Milberg.
“Foreign Direct Investment and Development: Balancing Costs and Benefits,” en
International Monetary and Financial Issues for the 1990s Vol. XI, Ginebra:
UNCTAD, 1999.
Saskia Sassen.
Globalization and Its Discontents: Essays on the New Mobility of People and
Money. Nueva York: The New Press, 1998.
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