1999
La mujer en el mundo del trabajo: ¿y el compromiso?
Jessica Stern
En la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social de 1995, gobiernos de todo el mundo se comprometieron a promover las metas del pleno empleo y de los derechos de los trabajadores (compromiso 3) y en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer de ese mismo año, se comprometieron a lograr el progreso necesario de las mujeres. Tres años después, los objetivos del pleno empleo y los derechos de las trabajadoras aún siguen siendo más fantasía que realidad. Aunque se presta mayor atención a los derechos de las mujeres, el discurso no se tradujo en políticas de trabajo integrales en favor de la mujer. La mayoría de los gobiernos se muestra reacia a realizar cambios de política sustantivos. El ajuste estructural y el libre comercio son los obstáculos principales para lograr el pleno empleo.
En este contexto, la consecución de «medios de
vida seguros y sostenibles (para las mujeres) mediante el trabajo y el empleo
productivos elegidos libremente» se encuentra, en el mejor de los casos,
limitada. La cantidad de mujeres desempleadas es superior a la cantidad de
hombres en igual situación, y las mujeres también están subempleadas. A medida
que aumenta la feminización de la pobreza, estos fracasos representan más que
palabras vacías y teorías abstractas: millones de mujeres están pasando hambre,
viven sin techo, mueren al dar a luz y padecen una mala calidad de vida.
La posibilidad del pleno empleo
Tras la segunda guerra mundial, se consideraba
que la mayoría de los países industrializados había logrado el pleno empleo. El
informe de 1996/97 sobre el empleo mundial de la Organización Internacional del
Trabajo (OIT) establece que el pleno empleo sigue siendo una valiosa meta de la
política, pero que ya no es el objetivo gubernamental que era antes de 1972.2
Hoy, los países de Europa oriental están más
comprometidos con la liberalización, la privatización y la transición hacia la
economía de mercado que con las metas de pleno empleo del pasado. El nivel de
empleo de las mujeres se vio perjudicado, en parte debido a los recortes de los
servicios sociales que permitían competir a las mujeres. En la Federación Rusa
antes de la transición, los salarios de las mujeres representaban el 70% de los
de los hombres; ahora, las mujeres ganan un 40% de lo que ganan ellos.3
En Europa occidental, los gobiernos intentan
lidiar con las altas tasas de desempleo. Las políticas macroeconómicas parecen
provocar la pérdida de trabajo de las mujeres a un ritmo igual o superior que el
de los hombres. En Finlandia, aunque el desempleo aumentó tanto entre hombres
como entre mujeres, el desempleo de éstas desciende a menor ritmo que el de los
hombres. Alemania, Polonia, Portugal, España y Gran Bretaña adoptaron licencias
de maternidad y servicios de atención infantil mejorados, y Alemania y Gran
Bretaña invierten en la capacitación laboral de las mujeres.4
El pleno empleo está lejos de ser una realidad en
la mayoría de los países africanos, donde causan estragos la paralizante deuda
externa y los programas de ajuste estructural. En África subsahariana, las
medidas de austeridad provocaron altos niveles de desempleo. Las mujeres pierden
el trabajo antes que los hombres. En Tanzanía, son despedidas antes: se las
considera «menos eficientes» porque pasan tiempo fuera del trabajo cuidando a
los hijos y haciendo otras tareas. Estadísticas recientes en la región del Cabo
Occidental de Sudáfrica revelan la sorprendente cifra de un 36,9% de desempleo
para las mujeres y 16,6% para los hombres.
En Asia, las políticas de pleno empleo y la vida
rural se están deteriorando. El impacto del ajuste estructural sobre los
servicios sociales y los programas de apoyo rural (notablemente en el Sudeste
asiático y en China, Malasia, Pakistán y Filipinas, respectivamente) –programas
que hasta hace poco ayudaron a las mujeres en situación de pobreza– es
desconocido aún, pero las mujeres parecen cargar con el mayor peso de la crisis.5
América del Norte no se jacta de tener políticas
de pleno empleo, pero Estados Unidos y Canadá tienen en la actualidad bajas
tasas de desempleo. Hay más mujeres subempleadas que hombres: aunque la mayoría
de las mujeres dice aspirar a trabajos de tiempo completo, dos tercios de los
trabajadores de tiempo parcial y dos de cada tres trabajadores zafrales en
Estados Unidos son mujeres.6
Las mujeres de color y las aborígenes padecen tasas de desempleo más elevadas y
ganan menos que las mujeres blancas. La tasa de desempleo entre las aborígenes
canadienses varía entre un 20 y un 80%, según vivan o no en reservas indígenas,7
frente al desempleo de 9,4% para las mujeres en general.8
En América Latina, los efectos perdurables de la
crisis de la deuda externa de los años 1980 y los programas de ajuste
estructural son el alto desempleo y el trabajo no especializado, informal y con
baja remuneración. Aunque los servicios sociales y el desarrollo intensivo en
mano de obra beneficiaron a las mujeres en países como Chile y Costa Rica, en
general, el desempleo de éstas es más elevado que el de los hombres (en
República Dominicana, la cantidad de mujeres desempleadas triplica a la de los
hombres) y las violaciones a las leyes de trabajo son generalizadas (el
Departamento de Trabajo estadounidense informó que en algunas fábricas
mexicanas, las mujeres embarazadas son despedidas para evitar pagarles la
licencia por maternidad).9
Aunque los gobiernos adoptan medidas positivas
para apoyar a las mujeres, estos ejemplos indican que se necesita hacer más. A
pesar de la licencia de maternidad y las políticas de atención infantil
mejoradas en algunos países europeos, los ajustes estructurales perjudican a
las mujeres. Esta situación sugiere que el compromiso con el progreso de
las mujeres exige cuestionar la misma naturaleza de los programas de ajuste
estructural. A menos que se encare el trabajo de las mujeres simultáneamente
a través de una multitud de frentes (como la inversión en los servicios
sociales, programas de créditos para las pequeñas empresas y la protección de
las leyes laborales), persistirán las desigualdades y, por consiguiente, la
inferior calidad de vida y la pobreza de las mujeres.
El género y el trabajo deben progresar a la
par
Desde 1995, los problemas de la violencia
doméstica, los derechos reproductivos y la participación política de las mujeres
se hicieron más visibles. Pero existe una persistente brecha en la intersección
de las cuestiones de género y de empleo.
Control Ciudadano 1998 señala: «Por debajo
[del]... promedio se encuentra [la ejecución] de planes... en el área «Empleo»,
y por encima, superando el 80% de planes en ejecución, se destaca... «Mujer y
Desigualdad de Género»... En otras palabras, el área «Empleo» aparece como un
área de menor prioridad relativa, mientras que «Mujer y Desigualdad de
Género»... [se revela como un área]... de mayor prioridad política relativa, en
lo que hace a las medidas tomadas por los gobiernos, previstas en los acuerdos
de Copenhague y Beijing».10
De los quince países investigados para este
informe, sólo Bolivia, Bulgaria y El Salvador desarrollaron planes de equidad de
género y empleo a partir de 1995 y algunos revelan cierto nivel de
implementación. Bulgaria, sin embargo, tiene pocos mecanismos para
implementar su plan y las mujeres fueron de las más afectadas por los despidos
provocados por la campaña de privatización.11
Aunque quince países constituyen una muestra
reducida, la información que presentan indica una tendencia mayor. También se
debe destacar que la atención al empleo de las mujeres suele restringirse a la
licencia por maternidad, el cuidado de los hijos y los planes crediticios.
Aunque éstos son importantes, no son integrales.
El hecho que «Mujer y Desigualdad de Género»
reciba atención por encima del promedio de parte de los gobiernos representa un
avance significativo. Este avance se retrasa, sin embargo, si
proporcionalmente se presta menos atención a los programas de empleo y si éstos
no son coordinados con los programas de igualdad de género. Pasar por alto
la importancia del status de la mujer como trabajadora (remunerada o no)
perpetúa la devaluación del trabajo de la mujer y la invisibilidad de la
trabajadora, y provoca políticas de trabajo insensibles a las cuestiones de
género. También ignora la realidad de que el tipo de trabajo que hacen las
mujeres y las condiciones en que trabajan están determinados por su género. De
manera coherente, es un «asunto femenino» el que tantas mujeres estén
concentradas en el sector informal (como en Ghana, donde muchas mujeres son
trabajadoras independientes sin beneficios de salud ni seguridad laboral). Es un
«asunto femenino» el que los trabajadores inmigrantes reciban poca protección
(por ejemplo, los 7,2 millones de filipinos que trabajan en el exterior, de los
cuales entre 55% y 65% son mujeres).12
Es un «asunto femenino» el que los dirigentes sindicales sean criticados y que
el movimiento sindical sea uno de los grupos de la sociedad civil menos
representados al decidir la política13
(se calcula que en Estados Unidos, uno de cada cuatro sindicalistas pierde su
empleo por participar en el movimiento sindical).
Asumir compromisos hacia la mujer significa
encarar todos estos problemas de la vida de las mujeres (desde la violencia
hasta el trabajo) y comprender que no se pueden resolver por separado. Por
ejemplo, la violencia contra la mujer nunca será erradicada si las mujeres no
tienen la estabilidad financiera o el acceso a los recursos financieros para
conseguir empleos que les permitan dejar relaciones abusivas y mantenerse a sí
mismas.
Trabajo «de mujeres»
Aunque cada vez más mujeres son remuneradas por
su trabajo, siguen realizando gran parte del trabajo no remunerado que, sin
embargo, es fundamental para la sociedad. Esta labor incluye desde el cuidado de
los hijos y la agricultura hasta «ayudar» en el negocio familiar. Puede ocupar
todo el tiempo de la mujer, o puede ser algo que ella haga en su tiempo «libre»
–el segundo turno que comienza cuando vuelve a casa de su trabajo remunerado al
trabajo no remunerado del hogar. La OIT señala que las mujeres de los países
en desarrollo pasan entre 31 y 40 horas por semana realizando labores sin
remunerar, comparado con sólo entre 5 y 15 horas de los hombres.14
El trabajo no remunerado de las mujeres proviene tanto de los roles de género
como de las «necesidades de la sociedad». Por ejemplo, en un país sin cuidado
universal para los niños, alguien debe quedarse en casa con los niños pequeños;
o donde no se aplican las leyes de salario mínimo, alguien debe cultivar
hortalizas para reducir el gasto de los alimentos. En la mayoría de los casos,
ese «alguien» es una mujer, y debe ser compensada si cubre las
necesidades de la sociedad. Las consecuencias de pagar a las mujeres por esta
labor repercutirían en toda la sociedad y el beneficio obtenido por el
crecimiento económico superaría por lejos los costos iniciales.
En Gender and Jobs: Sex Segregation in
Occupations in the World, una publicación de la OIT por Richard Anker,
surgen algunas tendencias generales.15
Las mujeres están superrepresentadas en la categoría profesional y técnica
(habitualmente confinada a la enseñanza y la enfermería), en el sector de
trabajo de oficina y en los puestos de servicio en todas las regiones (más
frecuentemente como empleadas domésticas, peluqueras y camareras). Las
mujeres están subrrepresentadas en los puestos productivos (que representan el
mayor porcentaje de empleos en el sector no agrícola) y tienen la menor tasa de
participación en el sector administrativo/gerencial (por lo general cargos
prestigiosos, bien remunerados). Las mujeres están superrepresentadas en la
categoría de ventas en la mayoría de los países de OCDE, África y América Latina
y el Caribe; en Asia, la situación es variada, y en la mayor parte del Medio
Oriente y África septentrional, hay muy pocas mujeres en este sector.
El estudio de Anker sugiere que las trabajadoras
siguen concentradas en empleos menos prestigiosos, con menores ingresos y
determinados por el género que reflejan estereotipos persistentes sobre la
capacidad «natural» y características «femeninas». En el sector administrativo/gerencial,
donde los trabajadores deben ser respetados y percibidos como dirigentes con
conocimientos, hay muy pocas mujeres. En el sector de servicios, donde los
trabajadores «hacen» para los demás, con frecuencia por bajos salarios, las
mujeres tienen una larga historia.
Esta información es relevante porque demuestra
que tres años después de las conferencias de Copenhague y Beijing las mujeres
aún padecen segregación y estereotipos sexuales en el ámbito de trabajo. Una
política de género progresista ofrecería entrenamiento y/o programas de acción
afirmativa para combatir la segregación laboral. El gobierno de Luxemburgo es
uno de los primeros en intentar políticas de empleo de acción afirmativa, pero a
pesar del incremento del gasto en programas para la mujer, la acción afirmativa
ha sido difícil de implementar.16
Aunque el trabajo no agrícola de las mujeres se
incrementó en los últimos años, una gran cantidad de mujeres (y hombres) sigue
trabajando en el sector agrícola. En gran parte de África y Asia, la mayor parte
de las mujeres trabajadoras se encuentra en el sector agrícola. En once países
africanos, más del 90% de la mano de obra femenina corresponde a la agricultura.17
Aunque la agricultura varía según las regiones, es más probable que las mujeres
trabajen en la producción de cultivos de subsistencia y no en los comerciales, a
menudo como parte de la economía informal de las granjas rurales. El Banco
Mundial indicó que en 1994, de las mujeres que trabajaban en la agricultura, el
76% pertenecía al sector de menores ingresos, presumiblemente en situación de
pobreza.18
Entre los factores que afectan la vida de las
mujeres que viven en zonas agrícolas se incluyen la falta de derechos sobre la
propiedad y el acceso al crédito. Algunos gobiernos intentaron proteger estos
derechos y mejorar la situación desde las conferencias de Copenhague y Beijing.
En Zimbabwe, la Ley de Herencias de 1997 hizo posible que heredaran la tierra.
Pero en la práctica, poco cambió. En Malasia, la Ley de Distribución de 1958 fue
sustituida por la Ley (Modificada) de Distribución de 1997, que convirtió la
herencia de propiedades en algo neutral con respecto al género. Aunque las
mujeres en la agricultura en algunos casos consiguieron el acceso a la propiedad
y el derecho al crédito, la orientación exportadora de la política
macroeconómica suele contradecir estos avances de las mujeres en éste y otros
ámbitos.19
Ajustes estructurales y libre comercio
Los principales obstáculos para implementar los
compromisos asumidos en las conferencias de Copenhague y Beijing son las
políticas macroeconómicas de los ajustes estructurales y el libre comercio.
Aunque algunos países adoptan programas de ajuste estructural por su cuenta, en
la mayoría de los casos se aplican por recomendación de las instituciones
multilaterales de crédito, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional (FMI), como condición para recibir ayuda financiera. La fórmula
recomendada, supuestamente para corregir la situación que hizo necesaria la
ayuda, es coherente con los objetivos del capitalismo: libre mercado, gobiernos
más pequeños y puertas abiertas a la inversión extranjera.
Las políticas de ajuste estructural y libre
comercio suponen que, aunque los gobiernos quieran o no implementar los
compromisos asumidos en las cumbres de Copenhague y Beijing, no operan como
entes autónomos con libertad para elegir por su cuenta. En la práctica, los
ajustes estructurales y el libre comercio obstaculizan la realización de los
compromisos y crean problemas nuevos. El «progreso» se mide por la posición de
los países en los mercados mundiales y no por las tasas de pobreza o la
desigualdad en el ingreso (que casi siempre aumentan con los ajustes
estructurales). A medida que se alienta a los gobiernos a abrir sus puertas a
los inversores extranjeros, los países sacrifican sus estándares laborales y
retiran su protección y apoyo a las industrias nacionales, como ocurrió con
India.20
Cuando se reduce el tamaño del Estado, también se
reducen los servicios sociales que más necesitan las mujeres y disminuye la
cantidad de empleos públicos, en donde hay concentración de mujeres, como
ocurrió en Egipto.21
La realidad sugiere que las estrategias de ajuste
estructural no funcionan y con frecuencia empeoran la situación de los países.
El Banco Mundial y el FMI operaron en Tailandia, Indonesia y la República de
Corea desde el comienzo de la crisis financiera en Asia, y a pesar de sus
esfuerzos coordinados con los gobiernos, la crisis se profundizó y tuvo graves
consecuencias de contagio en el exterior.22
Hasta que reconozcamos plenamente los fracasos de las organizaciones
multilaterales y de las políticas de libre comercio y desarrollemos un sistema
de responsabilidades, deberemos seguir enfrentándonos a las consecuencias reales
que los ajustes estructurales tienen en la vida de la gente.
Una definición superficial de lo que en
definitiva ocurre dentro del marco de los ajustes estructurales se traduce en el
deterioro de la vida de las mujeres y los pobres. Las mujeres, como mayoría
entre los pobres, se encuentran en una posición doblemente peligrosa. «Debido a
que... la preocupación prevaleciente... de la reforma económica es equilibrar
los presupuestos y liberalizar los mercados para fomentar el crecimiento, los
responsables de la política no están seriamente preocupados por los
desequilibrios de género con respecto al acceso y al control de los recursos».23
Aunque estas cuestiones son difíciles de medir,
las pruebas sugieren que estas políticas macroeconómicas son especialmente
nocivas para las trabajadoras. Por ejemplo, los ajustes estructurales y el libre
comercio generan:
- mayor número de mujeres que buscan trabajo
remunerado (estudios documentaron el aumento de la participación de las
mujeres trabajadoras en Argentina, Brasil, el Caribe, Chile, Costa Rica,
Filipinas, Perú, Turquía y Uruguay);
- el aumento de la diferencia salarial entre
hombres y mujeres (como ocurrió en Egipto y Sri Lanka);
- más mujeres desempleadas que hombres (a tres
años de aplicarse el ajuste estructural, las mujeres turcas pasaron de ser el
25% a ser las dos terceras partes de los trabajadores sin empleo; en Brasil,
más de un millón de personas, dos tercios de ellos mujeres, perdieron sus
empleos desde los ajustes estructurales de 1996);
- más mujeres trabajando en el sector informal
(mientras disminuyen las oportunidades de trabajo en el sector formal);
- peores condiciones de trabajo (las leyes de
trabajo debilitadas socavan la salud, la seguridad y la protección del derecho
de sindicalización, como ocurre con las maquilas –fábricas de procesamiento de
exportaciones– en Honduras, por ejemplo);
- el incremento del trabajo no remunerado de las
mujeres (se necesita más tiempo para compensar los precios más altos de las
necesidades básicas);
- mayor pobreza de las mujeres (debido a las
razones antes mencionadas).24
La crisis financiera asiática
Veinticinco países de Asia y el Pacífico
desarrollaron planes de acción tras la conferencia de Beijing, y según Control
Ciudadano de 1998, parecía probable que al menos doce alcanzaran los objetivos
asumidos para el año 2000.
Aunque muchos gobiernos de Asia demostraron
interés en el trabajo de la mujer tras Beijing y Copenhague, las trabajadoras en
los países en crisis fueron las primeras en perder sus empleos. Lai
Dilokvidhayarat señaló dos factores por los que las mujeres corren mayor riesgo
que los hombres de ser despedidas: «Primero, las mujeres siempre tuvieron menos
oportunidades de avanzar en el trabajo. Segundo, se considera que las mujeres no
ameritan la inversión o la capacitación de la compañía debido a la percepción
tradicional de que sus energías se dividen con las tareas del hogar».25
Se cree que la aprobación de nueva legislación
laboral que facilita el despido de los trabajadores aumentará el número de
desempleados y que las mujeres serán las primeras en irse. Una investigación
coreana sugiere que una vez que las mujeres pierden su trabajo, tienen mayor
dificultad para conseguir otro: hay dos veces más mujeres que hombres buscando
trabajo en la República de Corea. La fragilidad de los nuevos empleos creados en
las industrias exportadoras es cada vez más evidente. La mayoría de las
compañías que despiden a los trabajadores en Indonesia pertenece al sector
exportador, como la industria textil, donde la mayoría de los trabajadores son
mujeres. A estos problemas se suma el hecho de que las principales economías
asiáticas no tienen seguro de desempleo ni redes de previsión. La economía
informal está en crecimiento, pero permanece ajena a la mayoría de las leyes
laborales.26
Como se mencionó con anterioridad, la mayoría de
las mujeres asiáticas son agricultoras de pequeña escala. Los gobiernos
pretenden que se pase de una agricultura de subsistencia a una comercial. Una
manera de hacerlo es disminuyendo el apoyo a los pequeños agricultores y
aumentándolo a los grandes con cultivos dirigidos a la exportación (en contra de
los compromisos asumidos en Beijing a favor de los campesinos y las
oportunidades crediticias para la mujer). En Filipinas, más de 120 mil hectáreas
de terrenos agrícolas, bosques y comunidades rurales se están transformando para
atraer la inversión extranjera. En uno de estos proyectos, Calabarzon, las
campesinas y sus familias fueron desalojadas de sus tierras.
El colapso de la agricultura rural provocó la
inseguridad alimentaria y la emigración de la mayoría de los países asiáticos
afectados por la crisis. Muchas mujeres que pierden su tierra tienen que
trabajar en las granjas de otros. Cuando no ganan lo suficiente, toman un
segundo trabajo y/o se trasladan a centros urbanos y zonas francas donde
trabajan como empleadas domésticas y en restoranes, clubes nocturnos y bares de
karaoké (que a menudo suelen ser pantallas para la prostitución). La
Organización de Mujeres Karen (Myanmar) calcula que 40 mil mujeres indígenas
de Myanmar trabajan en la actualidad como prostitutas en Tailandia. La
incidencia de las infecciones de VIH entre estas mujeres es muy alta.27
En consecuencia, cuando hablamos de objetivos
de desarrollo social y de igualdad de género, el Banco Mundial y el FMI también
deben sentarse a la mesa y asumir compromisos. Sus prácticas actuales
socavan la potencial mejoría de las políticas de gobierno y exacerban las
desigualdades. Los problemas de la mujer aumentaron su visibilidad en el
Banco Mundial. Por ejemplo, se lanzaron Planes de Acción de Género en
cada región. Por desgracia, el Banco no cuenta con un marco claro para
integrar la igualdad de género en sus políticas, su integración del análisis de
género ha sido lenta, no hay mecanismos de responsabilidad para conseguir que
las políticas sean sensibles al género, no tiene un proceso minucioso de
autocrítica para revisar estos temas y los ajustes estructurales no fueron
repensados para eliminar los efectos perjudiciales para las mujeres.28
Como subrayó un participante de la Primera Conferencia de la Acción Mundial de
los Pueblos contra el Libre Comercio y la Organización Mundial del Comercio,
«la globalización no es algo que cayó del cielo. No es inevitable: la hacen
seres humanos que toman decisiones en los países ricos. Podemos cambiar esas
reglas: en la OMC, el Banco Mundial y el FMI». Hagamos que esos cambios se den
pronto.29
Conclusión
A tres años de las conferencias de Copenhague y
Beijing, los derechos de la mujer reciben más atención de los gobiernos que
antes. Pero al trabajo de las mujeres, que es fundamental tanto para ellas
como para toda la sociedad, no se le otorga prioridad como tema multifacético
integrado a las prioridades de las políticas nacionales. La consecuencia es
la persistente desigualdad entre hombres y mujeres. Con las presiones que
existen sobre los gobiernos, en especial los programas de ajuste estructural,
estos problemas son comprensibles pero no aceptables. Pasar por alto a las
mujeres y su trabajo contradice el mismo propósito de la Cumbre Mundial de
Desarrollo Social: la erradicación de la pobreza. En consecuencia, la
feminización de la pobreza está en aumento, y según la tendencia actual, parece
improbable que se detenga a corto plazo.
Esto no tiene por qué ser así. Como en Irán, los
gobiernos pueden compensar los ajustes estructurales con más cooperativas y
apoyo para los trabajadores del sector público. Como en Lituania, los gobiernos
pueden brindar viviendas y planes de acción afirmativa para las mujeres a través
de programas de recapacitación.30
Las mujeres no progresan cuando los gobiernos no adoptan un enfoque integral
hacia sus necesidades: cuando se otorga prioridad a la política macroeconómica
por sobre el gasto social, las leyes laborales, los derechos sindicales, el
entrenamiento para el trabajo y los sectores económicos donde se concentran las
mujeres. La calidad de vida y los derechos de las trabajadoras se pueden
mejorar, pero los gobiernos y los organismos internacionales deben trabajar más
para que ello ocurra pronto, porque la gente que padece no puede esperar para
siempre.
Notas
1 La autora llevó a cabo esta
investigación durante una pasantía para Control Ciudadano en 1998.
2 Empleo Mundial 1996/1997, Organización Internacional
del Trabajo, Ginebra, 1997, pp. 13-46.
3 Mapping Progress: Assessing Implementation of the Beijing
Platform 1998, Women’s Environment and Development Organization, Nueva York,
1998.
4 Ibid.
5 Constanza Moreira. «Estrategias de combate a la pobreza: una
perspectiva comparada», Control Ciudadano Nº 2 (1998), pp. 30-36.
6
http://135.145.13.100/woman/wwfacts.htm
7 Mapping Progress.
8 Banco Mundial 1998 Indicadores Mundiales de Desarrollo,
p. 66.
9 Mapping Progress, op. cit.
10 Control Ciudadano, 1998, p. 16.
11 Mapping Progress, op. cit.
12 Victoria Tauli-Corpuz. «Mujeres de Asia-Pacífico luchan con
la crisis financiera y la globalización». Third World Resurgence, Nº 94,
pp. 15-20.
13 Control Ciudadano 1998, pp. 16-18.
14
http://www.ilo.org/public/english/235press/pr/96-25.htm.
15 «La relación de representación se define, en sentido
relativo, como el porcentaje de mujeres en el principal grupo de ocupación
dividido por el porcentaje promedio de mujeres en la mano de obra no agrícola en
general. Una relación de 1.00 indica una proporción de empleo igual a la
proporción de la mujer en el empleo no agrícola en total. Por tanto, se puede
decir que las mujeres están superrepresentadas (en comparación con su
participación en el total de la mano de obra no agrícola) cuando la relación de
representación se encuentra por encima de 1.00, y subrrepresentadas cuando está
por debajo de 1.00» (Anker, p 162). Ver Richard Anker, 1998, Gender and Jobs:
Sex Segregation in Occupations in the World (Género y empleo: segregación
sexual en profesiones del mundo), Organización Internacional del Trabajo,
Ginebra, pp. 138-168, para un análisis más profundo de las categorías y las
variaciones de país en país.
16 Mapping Progress, op. cit.
17 Banco Mundial 1998 Indicadores mundiales de desarrollo,
pp. 58-60.
18 Ibid. p. 60.
19 Mapping Progress, op. cit.
20 Ibid.
21 Pamela Sparr. 1994. Mortgaging Women’s Lives: Feminist
Critiques of Structural Adjustment. Zed Books Ltd., Londres.
22 Nota del editor: De hecho, algunos observadores sugieren que
las políticas de ajuste estructural y libre comercio del Banco Mundial y del FMI
son al menos parcialmente responsables por la crisis financiera asiática.
23 Yassine Fall. «Promoting Sustainable Human Development
Rights for Women in Africa.» Third World Resurgence, Nº 94, pp. 23-29.
24 Pamela Sparr. pp. 20-29.
25 Prangtip Daorueng y Kafil Yamin. «Women: Last In, First Out»,
Third World Resurgence, Nº 94, pp. 21-22.
26 Ver Victoria Tauli-Corpuz en Third World Resurgence.
27 Ibid.
28 «Gender Equity and the World Bank Group: A Post-Beijing
Assessment», Women’s Eyes on the World Bank (US), 1997.
29 John Madeley, «Globalisation Under Attack... Or Not»,
Third World Network Features -primero apareció como una Panos Feature (30
abril de 1998).
30 Mapping Progress, op. cit.
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