1999
¿Por qué las finanzas son de interés para el bien común?
Paul H. Dembinski; Marina Ponti.
Universidad de Friburgo & Observatoire de la Finance - Suiza; Manitese - Italia.
Las técnicas e
instrumentos financieros permitieron la expansión en el tiempo y el espacio de
las actividades de inversión y comercialización. Sin ellas, nunca hubieran sido
posibles ni el crecimiento ni la globalización económica. A lo largo de los
siglos, ha ido en aumento la especialización de las instituciones financieras y
de las finanzas, culminando en la aparición de un verdadero sistema financiero.
En las economías modernas, este sistema cumple tres funciones principales:
Asegura el
flujo de pagos del que depende el normal funcionamiento de la actividad
económica. Al hacerlo, el sistema financiero ayuda al dinero a operar como medio
de pago.
Asegura que los
recursos monetarios disponibles se usan efectivamente en toda la economía al
poner el exceso de liquidez de algunos agentes a disposición –en forma temporal
y por una recompensa- de otros actores que tienen planes de comercialización o
inversión, pero que carecen de la liquidez necesaria. Al hacerlo, el sistema
financiero permite que el dinero opere como un verdadero depósito de riqueza.
Crea bienes
financieros (es decir, contratos transferibles con derechos y obligaciones),
estima los riesgos inherentes, fija sus precios y facilita su intercambio. Al
fijar precios a los bienes, el sistema financiero amplía la función del dinero
como patrón de valor a una categoría específica de operaciones.
Esta
descripción del sistema financiero pone énfasis en su naturaleza secundaria y
derivativa. Por una parte, en cada una de las formas anteriores actúa como
extensión funcional del dinero, y en consecuencia aumenta su eficiencia y radio
de acción. Como extensión del dinero, las finanzas son dependientes de él y
siguen subordinadas al dinero, que en definitiva tiene un aspecto público. Por
otra parte, es vocación del sistema financiero servir a otras actividades
económicas (comerciales e industriales), que ayuda a mantener bien aceitadas y
en funcionamiento. La tradicional falta de autonomía del sector financiero
explica la relativa falta de interés que le prodigaron los economistas. Por esta
razón, hasta el día de hoy, los bienes financieros y sus operaciones
correspondientes están ausentes de las cuentas nacionales.
Cinco siglos
después de que las actividades financieras comenzaron a expandirse en Italia
septentrional, una nueva “ventana de oportunidad” se le abrió al sector
aproximadamente hace 30 años, en la forma de innovaciones tecnológicas del
procesamiento y trasmisión de información. El sector financiero aprovechó
plenamente las nuevas oportunidades, como lo demuestra su vigorosa expansión,
sin precedentes, de los últimos 15 años. En este período, las finanzas se
desarrollaron entre tres y siete veces más rápido que otras actividades
económicas.
Crecimiento de diversos ítems
económicos y financieros entre 1980 y 1995,
en términos nominales |
Item |
Creci-miento |
Facturación de las 500 empresas de « Fortune » |
140% |
Activos totales de las 500 empresas
de « Fortune » |
230% |
PBI nominal de OCDE |
300% |
Valor del comercio mundial de
mercancías |
440% |
Capitalización de los mercados de
valores mundiales |
970% |
Facturación de bolsas de valores del
mundo |
1170% |
Valor de operaciones con divisas (Forex) |
2100% |
Observatoire de la Finance, fuentes diversas |
Hoy,
las finanzas encabezan el llamado proceso de “globalización”, y como tal, gozan
de una visibilidad y un prestigio sin precedentes. La escala de los cambios
que se están sucediendo plantean inevitablemente interrogantes sobre la
verdadera naturaleza de éstas. ¿Se trata de un fenómeno puramente cuantitativo,
o estamos frente a una situación tecnológica y política totalmente nueva, en que
la relación entre las actividades financieras y otros ámbitos de la vida
económica, política y social fueron alterados fundamentalmente, en la que las
finanzas dejaron de ser dependientes de la política y la economía y se
convirtieron en una fuerza autónoma, o incluso dominante?
El
reciente crecimiento explosivo de la influencia y la importancia del sector
financiero implica un cambio profundo en la relación entre las finanzas y la
búsqueda del bien común. La idea del “bien común” abarca dos intereses
distintos: por un lado, el interés social, que plantea la pregunta de qué aporta
el sector financiero a la comunidad; y por otro, el interés personal, que
plantea la pregunta de cómo las finanzas contribuyen con el crecimiento y la
autorrealización de cada uno y todos los integrantes de la sociedad. Por
consiguiente, la relación entre el sistema financiero actual y el bien común
plantea nuevas interrogantes, abre nuevos horizontes y exige nuevas
investigaciones. Al menos tres avenidas de investigación pueden ofrecer una
estructura básica para ver de qué manera las finanzas contribuyen con el bien
común.
Primera
dirección: Relación entre política y finanzas
El 15 de agosto
de 1971, el presidente Nixon desvinculó al dólar estadounidense del patrón oro,
exponiendo de esa manera la política pública –a través del dólar- a las fuerzas
del mercado. Esta decisión (que, huelga precisar, fue sencillamente una etapa de
un proceso mucho más extenso) representó un cambio profundo en la relación entre
las finanzas y la política.
Las finanzas se
precipitaron para ocupar el vacío que generó la decisión de Nixon en el sistema
de Bretton Woods. Tuvieron la ayuda de varios factores, incluyendo los avances
tecnológicos en la trasmisión y el procesamiento de datos y la creciente
armonización internacional de leyes y disposiciones. El haber retirado el dólar
del patrón oro fue el trampolín para el desarrollo a gran escala de las
actividades financieras nacionales y, sobre todo, internacionales. Les gustara o
no, la discordia o la debilidad de los gobiernos de entonces puso en movimiento
el colapso del control de los bancos centrales sobre la creación del dinero y el
valor de las monedas nacionales. Hoy el proceso está culminando en lo que se
podría calificar de “privatización del dinero”.
La
cambiante relación entre finanzas y dinero está a punto de provocar la amalgama
de dos ámbitos que otrora estaban jurídica e institucionalmente subordinados
entre sí. Mientras esta amalgama de dinero y finanzas implica cierto grado de
“privatización” del dinero, simultáneamente (y a cambio), las finanzas ahora
tienen consecuencias más inmediatas para el bien común – una dimensión que
tradicionalmente sólo correspondía al dinero. Esta nueva situación exige la
redefinición de los poderes y los medios de acción que están a disposición de
los órganos públicos nacionales, internacionales o supranacionales, sobre todo
en lo que refiere a la supervisión y regulación de las actividades financieras.
La exposición
de las monedas nacionales a las fuerzas del mercado significa someter la
política pública a la evaluación externa. No hay nada malo en esa evaluación en
sí; de hecho, podría ayudar a los gobiernos a evitar la aplicación de políticas
aberrantes. Sin embargo, plantea dos interrogantes. ¿Los gobernantes deberían
aceptar la posición subordinada a la que fueron relegados por los mercados? ¿Y
son los mercados financieros la autoridad más adecuada para evaluar la política
pública? En esta conexión, uno no puede dejar de señalar la asimetría existente
entre quienes emplean una moneda nacional a diario como su único medio de pago y
aquellos que la utilizan como un bien entre otros sólo para mantener o aumentar
su riqueza. Existe una creciente ambigüedad sobre los papeles de las finanzas,
que están globalizadas y en manos privadas, y del dinero, medio local de pago y
símbolo de soberanía que, al menos en teoría, está para servir al interés
nacional en general.
Segunda
dirección : El paradigma economista
Hasta hace
poco, todo intento de investigar los asuntos financieros equivalía a una
invasión de propiedad privada. Primero estaban los profesionales financieros,
interesados en mantener cierto tipo de pantalla en torno a su campo de acción.
Luego vino un pequeño círculo de académicos, que permitieron la aparición de un
paradigma que desde entonces llegó a imponerse entre los economistas
universitarios. Conocido como el paradigma Modigliani-Miller-Arrow-Debreu, sigue
dominando las publicaciones supuestamente científicas y decidiendo el
nombramiento de los cargos docentes. La lista de “guardianes del templo” es
extensa e impresionante, e incluye desde la prestigiosa cohorte de ganadores del
Nobel a investigadores que con demasiada frecuencia están limitados por su
propia metodología. A pesar de innegables innovaciones teóricas, esa
concentración de esfuerzos de complejos académicos y profesionales resultó en
el divorcio de las finanzas de su contexto económico, tanto de sujeto de estudio
como de actividad.
Esto deja a la
ciencia económica mal equipada para sopesar y analizar los múltiples y complejos
vínculos entre el sector financiero y el resto de la economía. Por consiguiente,
no está en posición de responder a una de las principales interrogantes del
mundo de hoy. Para poder hacer frente al desafío, la ciencia económica deberá
desarrollar un nuevo paradigma para la investigación y el análisis. Aunque
parecería que existen pocas posibilidades de que el nuevo paradigma surja desde
la propia disciplina, de todas maneras los problemas no se pueden resolver
mirando hacia el otro lado.
Esta es una
época de cambios, y las férreas certidumbres de ayer ceden bajo la presión de
los hechos indiscutibles. Es bastante evidente que las finanzas ya no se
pueden tratar como una actividad separada que está desvinculada de otras
dimensiones de la vida social y económica. Aunque el sector financiero aún
tiene dificultades para aceptar oposiciones fundamentales a su forma tradicional
de pensamiento, se empiezan a ver grietas en la torre de marfil. El mismo
crecimiento del sector financiero obliga a quienes no lo integran a observar con
mayor detenimiento la naturaleza de ese crecimiento y los problemas que plantea
– les guste o no a los guardianes del templo del pensamiento económico aceptado.
Tercera
dirección: Financiación de otras actividades económicas
Como otros
componentes del sistema financiero, las bolsas de valores se han expandido
prácticamente en forma continua en los últimos 20 años. Pero la mayor parte de
ese crecimiento (incluyendo el de los llamados mercados “emergentes”), en
términos de capitalización y volumen de las operaciones, no se puede explicar
satisfactoriamente por los datos económicos “fundamentales”. De hecho, la
cantidad de compañías que cotizan en las bolsas, su aporte al PNB y su
rentabilidad industrial permanecieron esencialmente sin cambiar.
La entrada de
liquidez a las bolsas de valores –incluyendo los mercados de valores emergentes-
se puede explicar en primer lugar por la generalización de modernos instrumentos
de ahorro como los fondos de inversión, y en segundo lugar porque los bancos
abandonaron su función tradicional de prestamistas. Esto afectó profundamente la
forma en que el sistema financiero realiza su función de convertir ahorros en
inversión.
Muchos bancos
en la actualidad preferirían vender lo que tienen sus clientes en los fondos de
inversión en lugar de hacerles un compromiso firme en una cuenta de ahorros y
luego prestarle el dinero –a su propio riesgo- a alguna empresa pequeña o
mediana poco conocida. Aunque esto es perfectamente comprensible desde la
perspectiva de los bancos, esta modificación en la manera en que los ahorros se
convierten en inversiones podría tener un doble impacto adverso en la economía
en general, y por tanto en la sociedad.
Se
calcula con seguridad que más del 90% de las operaciones de los principales
mercados de valores son sólo cambios en la propiedad de los títulos que ya están
en circulación – en otras palabras, son en gran medida mercados de segunda
mano. Esto significa que las operaciones con títulos nuevos rara vez
representan más del 10% del total. Mientras cierto grado de liquidez es
inudablemente esencial si los mercados han de operar con regularidad, sólo las
operaciones con títulos nuevos pueden darles a las
compañías las finanzas que necesitan y de esa manera realmente convertir los
ahorros en inversión.
La cotización
en los mercados de valores permite a las compañías reducir significativamente
sus costos de financiación (tanto en deudas como en capital accionario). Como
resultado, las compañías que coticen en las bolsas pueden obtener financiación a
mucho menor costo que las que no lo hacen, pues por lo general son compañías
pequeñas y medianas. No es de sorprender que las que cotizan tienen mayor
facilidad para sustituir el capital por mano de obra que las que no lo hacen.
Detrás de esta lógica financieramente impecable se encuentra el riesgo de un
vuelco hacia una economía de dos planos, y a una sociedad de dos planos.
Por un lado
existen las grandes compañías, con gran intensidad de capital financiero y que
emplean principalmente a personal altamente especializado. Por otra parte están
las compañías más pequeñas, que tienen costos financieros más elevados y
utilizan en forma intensiva la mano de obra. Estas emplean a la mano de obra
local, que tiene menor movilidad y con frecuencia es menos especializada.
Esta
característica de la operación del sistema financiero ha sido poco explorada.
Pero, a medida que avanza el espectro de una economía y una sociedad
polarizada, resulta una cuestión cada vez más
urgente.
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