2000
Globalización y extremismo: un llamado a un enfoque más moderado
Ann Pettifor
Coalición Jubileo 2000
Darle un nombre nuevo a las cosas equivale a reinventarlas. Para reinventar una compañía, un partido político o un orden económico, se debe inventar en primer lugar una imagen y un nombre nuevos. Monsanto, la compañía de alimentos modificados genéticamente, acaba de cambiar su nombre a Pharmacia. Así son las cosas en la economía abierta. La globalización es la imagen y el nombre nuevos de un viejo orden: la apertura de la economía mundial a la dominación de los países capitalistas más poderosos. El objetivo actual es el mismo que ha sido siempre: asegurar que “los capitalistas de las economías más fuertes aprovechen las oportunidades de lucro posibles en otros países”.
Desde la Cumbre
de Copenhague en 1995, los líderes mundiales de las economías más fuertes
abogaron por la reducción de la pobreza, por un lado, y aceleraron el proceso de
apertura o “globalización” de las economías, por el otro. Hay contradicciones
inherentes en este enfoque, que se han explorado en gran parte de la literatura
del desarrollo y los líderes de los países con economías dominantes y sus
agentes –el personal del FMI- padecen contradicciones e incoherencias en su
enfoque hacia la propia globalización. Aunque promueven la apertura, son reacios
a cumplir las reglas de ésta y a cumplir con sus responsabilidades hacia
aquellos que se adaptan a la apertura.
Esta
“flexibilidad” y omisión de responsabilidad con respecto al propio proyecto de
globalización desestabilizará aun más, el sistema financiero internacional.
Apelamos a las naciones dominantes para que adopten un enfoque más responsable y
moderado. Sobre todo, pedimos que se apliquen las normas y la disciplina en las
relaciones financieras internacionales.
El continuum
Los méritos y
deméritos de las economías abiertas o cerradas han estado en el centro del
debate económico durante gran parte de la historia económica.
Con las
recientes crisis en Asia oriental, Rusia y América Latina, estos debates
salieron a la luz en forma diferente y se encuentran en el centro de las
tensiones del capitalismo contemporáneo. Enfrentada a los defensores del libre
comercio en la reunión de la OMC en Seattle había una extraordinaria alianza de
activistas que de hecho exigían el proteccionismo, o economías más cerradas.
No hay opciones
definidas en la realidad cotidiana de la economía internacional. En su lugar
existe un continuum entre el máximo “cerramiento” y la máxima apertura en que se
encuentran todos los países, ya que todos utilizan alguna combinación de
controles y libertad del mercado. Los protagonistas de las economías abiertas (EEUU,
Japón y el bloque europeo) son responsables a la vez de algunas de las barreras
más efectivas a las exportaciones de los países pobres.1]
En este sentido, los defensores del libre comercio de la era moderna no se
distinguen de sus antecesores de la “edad dorada” del siglo XIX: ellos
son quienes prohibieron las telas de algodón de la India en los mercados
británicos.
La responsabilidad de los países ricos
Para que el
sistema de la economía abierta funcione en la actualidad como en la “edad
dorada” no basta que los países dominantes actúen como los mandones del mundo a
través del FMI y la OTAN. En aras de la misma apertura que fomentan, también
deben defender un sistema normativo. El patrón oro fue un eficaz mecanismo de
control precisamente porque operó según reglas rigurosas, supervisadas y
aplicadas por el país más poderoso de esa época: Gran Bretaña.
Hoy en día,
esta responsabilidad de los países más poderosos revela señales de debilidad.
Señales evidentes de su intención de “flexibilizar las reglas” surgieron en
Seattle en la reunión de la OMC, en diciembre de 1999. El presidente de EEUU
enfrentó dos amenazas al sistema económico y político de su país. La primera: la
creciente competencia de otros países capitalistas, sobre todo de Asia oriental,
que el año anterior habían inundado el mercado estadounidense con productos
baratos y casi duplicaron el déficit comercial de EEUU. La segunda: la amenaza
de perder el apoyo sindical en las próximas elecciones de EEUU, ya que los
trabajadores creen que la apertura perjudica sus intereses.
El presidente
Clinton intentó reaccionar ante las amenazas en Seattle llevando a EEUU de la
apertura al “cerramiento” en el continuum. Los países en desarrollo
interpretaron que sus propuestas para exigir regulaciones laborales en todos los
acuerdos comerciales, y el uso de sanciones comerciales para aplicarlas, eran un
nuevo pretexto para restringir las importaciones. No fueron los únicos. El
diario estadounidense The Wall St. Journal fue de la misma opinión.2]
Clinton, según el diario, evadía la responsabilidad de defender las reglas del
mercado abierto o “globalizado”. “El gobierno y aquellos que apoyan el libre
comercio deberán responder con mayor firmeza”, escribió el órgano de prensa.
Pero Clinton reaccionó con debilidad. Así que los titulares de The Wall St.
Journal calificaron a Clinton del hombre que “arruinó la Cumbre de Seattle”.
Esta no fue la
única señal de debilidad en la defensa de las reglas del libre comercio. Otra
fue la resolución de los países ricos de imponer normas que fuercen la apertura
de los mercados de capital y la mantengan en épocas de crisis. Hay señales de
que esta resolución se está debilitando. El Banco Central de Alemania, en su
informe mensual correspondiente a diciembre de 1999, sugiere que “el ritmo de
liberalización de las transacciones de capital se deberá reducir si la situación
económica subyacente del país en cuestión no es tan sólida aún como para
soportar la tensión”.3]
Un informe reciente del FMI, el organismo que mejor representa los intereses y
responsabilidades de los países más ricos, es otra señal. Sugiere que los
controles que limitan y disciplinan los movimientos de capital pueden ser
“útiles”.4]
El informe, “Experiencias de Países con el Uso y la Liberalización de los
Controles de Capital”, reconoce que “en India y China, países con controles
generalizados adoptados hace tiempo y con un enfoque de cautela hacia la
liberalización, los controles (de capital) quizá hayan ayudado a reducir la
vulnerabilidad ante la crisis financiera asiática”.
Financiando el ajuste
Además de
defender las reglas del libre comercio y del libre movimiento de capitales, los
países capitalistas tienen una segunda responsabilidad si han de mantener la
apertura del orden monetario internacional. Deben movilizar grandes sumas de
capital para ayudar a los países con dificultades en sus balanzas de pagos
durante la transición a la apertura. El crédito internacional puede suavizar el
proceso de ajuste y ayuda a trasladar la economía del hermetismo a la apertura.
Esa fue la función que cumplió Gran Bretaña durante la “edad dorada” de la
apertura.
Los países
ricos promueven la globalización, pero evaden estas responsabilidades con el
propio proyecto de globalización. Los fondos destinados a la ayuda se redujeron
a 51.900 millones de dólares en 1998, 8.000 millones menos que en 1994. En 1980,
la ayuda correspondía a un promedio de 0,37 % del PNB de los donantes. Con el
fin de la Guerra Fría, la ayuda se redujo a tan sólo 0,24 % del PNB combinado de
los donantes, mucho menos que el nivel de 0,7 % recomendado por la ONU, y la
proporción más baja de la historia.
Los movimientos
de capital hacia los países en desarrollo de medianos ingresos aumentaron
considerablemente de 50.000 millones de dólares en 1990 a 290.000 millones en
1997. Pero los movimientos de corto plazo resultaron tremendamente
desestabilizantes; 10% del PNB de Asia oriental salió de la región debido al
pánico de los inversores durante la reciente crisis asiática. Según datos del
Banco Mundial, la financiación mensual promedio de los mercados de todos los
países en desarrollo descendió de 25.700 millones de dólares en julio-diciembre
de 1997 a 11.800 millones en julio-diciembre de 1998.
El capital privado de
los países más ricos siguió sin beneficiar a la gran cantidad de países en
desarrollo de bajos ingresos que se adaptan a la globalización. En 1997, Asia
meridional y África Subsahariana recibieron en conjunto sólo 6% de la inversión
extranjera directa y 12% de los flujos de recursos agregados netos a todos los
países en desarrollo.
Los países pobres no tienen opción
Los políticos
de los países pobres también deben decidir en qué lugar del continuo de las
economías abiertas y cerradas deben ubicar a sus estados. Sin embargo, tienen
menos opciones. La superioridad de los países del G-7 en lo que respecta a las
armas nucleares, el control sobre el capital, la tecnología y las materias
primas les da gran poder sobre ellos.
De esta manera,
se obliga a los países no industrializados a abrir sus economías a los capitales
y las importaciones de los países ricos, mientras sus exportaciones a los
mercados industrializados sufren restricciones. A cambio, se les estimula a
solicitar préstamos en los mercados internacionales para financiar los ajustes y
el desarrollo. Sus economías no son competitivas en los mercados mundiales, y
sus mercados manufactureros a menudo no están diversificados. El impacto de la
apertura erosiona a los mercados locales, importa presiones deflacionarias,
agrava los déficits comerciales, daña el medio ambiente y perjudica a las
comunidades locales. El alto nivel de préstamos extranjeros a los que se someten
estos países para financiar el ajuste, combinado con la caída de los ingresos
por sus exportaciones, los conduce a un nivel de deuda insostenible.
¿Cuál es el camino?
Estos hechos
representan grandes desafíos para el futuro de la apertura, o globalización. El
resultado de estos desafíos es inseguro. Hay señales en los países dominantes de
que las presiones deflacionarias, el impacto adverso de las recientes crisis
financieras en los balances de pagos de EEUU y Europa, la degradación económica
de los países más pobres y la debacle en la OMC debilitarán la voluntad política
para el proyecto de globalización. En el mundo de las economías en desarrollo y
en transición, en algunos casos la situación linda con lo catastrófico. Los
gobernantes de muchos países, incluso de Rusia, Congo, Ecuador e Indonesia,
enfrentan la desintegración social, política y económica. Mientras tanto,
millones de personas perdieron sus vidas o fueron obligadas a abandonar sus
hogares. En 1980, cuando Thatcher y Reagan impulsaron la apertura de las
economías, había 2,5 millones de refugiados. Hoy hay 21 millones de personas
desplazadas por la guerra civil, las enfermedades, el hambre y los desastres
ecológicos.
Estas
reacciones al impacto desestabilizador de la liberalización del capital parecen
conducir a una bienvenida reducción del ritmo de liberalización. Se podría
desarrollar un orden internacional nuevo, más estable y justo, menos abierto que
el de la década pasada. En forma alternativa, la aceleración de la globalización
podría conducir al colapso absoluto del sistema monetario internacional, como
ocurrió en las décadas de 1920 y 1930.
Para evitar el
colapso del sistema monetario internacional y la ulterior degradación económica
y social, es preferible recrear un nuevo orden internacional que optar
simplemente, por mayor apertura e inestabilidad financiera. Pero no nos
detenemos ahí. Argumentamos que, para fomentar el desarrollo humano, resulta
vital y urgente que se den los pasos correspondientes para fundar un orden
económico internacional sobre la base de un continuum entre economías más o
menos cerradas y más o menos abiertas, sin la exigencia de una apertura total.
Afirmar los valores
humanos por encima de los monetarios
Para promover
el proyecto de globalización, los gobernantes y formadores de opinión de los
países dominantes tuvieron que afirmar la superioridad del valor del dinero por
encima de los valores humanos. Este marco ideológico permitió que el desarrollo
humano esté subordinado a los intereses del desarrollo del capital y las
compañías. Brindó el pretexto y el amparo para las políticas económicas que
causaron gran pérdida de vida humana y la catastrófica destrucción de potencial
humano en los países en desarrollo y en transición.
Jubileo 2000 es
un movimiento internacional de personas que reafirman la superioridad de los
valores humanos y abogan por el fin del control que ejercen los prestamistas de
dinero en los países más pobres. Si ha de manifestarse un verdadero compromiso
con la reducción de la pobreza y el desarrollo humano en la próxima Cumbre de la
ONU en Ginebra, entonces los valores humanos han de colocarse nuevamente sobre
los del dinero. El G-7 tendrá que dejar de mirar en ambas direcciones.
Limitar los
movimientos de capital
En la reunión
anual del FMI y el Banco Mundial celebrada en Hong Kong en 1997, el FMI fue
advertido de los riesgos que implica acelerar el ritmo de la liberalización de
capital. Estas advertencias se ignoraron arrogantemente. En consecuencia, la
crisis del sudeste asiático sacrificó los medios de vida de millones de
personas.
Joseph Stiglitz,
el ex Economista en Jefe del Banco Mundial, señaló que “muchas personas quedaron
sin trabajo, y en algunos casos más de 50% de las compañías se declararon en
bancarrota (durante la crisis financiera asiática de 1997/98), aunque fueron los
mercados financieros los que se encontraban en la raíz del problema”.5]
El FMI reconoce
tardíamente que la liberalización de los capitales tuvo que ver en la
desestabilización de las economías en la crisis asiática. Los países pobres
deben tener la libertad de aprender las lecciones y de controlar y administras
los movimientos de capitales en interés de su propio pueblo. Chile, Malasia,
China e India mostraron que esto se puede hacer. El poder del FMI sobre las
economías en desarrollo y en transición se debe reducir para que puedan seguir
esos ejemplos.
Introducir
la disciplina en los préstamos
Así como la
noche sucede al día, los préstamos internacionales imprudentes suceden a la
liberalización de capitales. Existe un fuerte riesgo moral en la ausencia de
regulación, como revelaron los préstamos otorgados a economías como las de
México, Tailandia y Rusia. La voluntad del FMI de estimular estos movimientos
condujo a su vez a políticas de rescate financiero de los propietarios del
capital que lo habían prestado sin cautela, todo a costa de los contribuyentes.
Las pérdidas se nacionalizaron y las generaciones futuras cargarán con la deuda.
Este marco
alentó las imperfecciones del mercado, sobre todo al eliminar los riesgos que
enfrentan los prestamistas internacionales. Estos acreedores no fueron sometidos
a la disciplina de las fuerzas del mercado ni de la ley a través de la
bancarrota formal. El movimiento internacional Jubileo 2000 promueve un proceso
nuevo, más justo, independiente, responsable y transparente para manejar las
relaciones entre países deudores y sus acreedores públicos y privados.
Un
procedimiento de arbitraje justo y transparente, no necesita ser burocrático. Se
podría modelar según el proceso aplicado a Alemania e Indonesia en 1953 y 1971
respectivamente. Un tasador independiente concedió a ambos países la masiva
cancelación de la deuda. El eminente banquero Herman Josef Abs supervisó las
negociaciones que distribuyeron las obligaciones y pérdidas más equitativamente
entre deudores y acreedores, y otorgó a ambos países la oportunidad de
recuperarse económicamente y de empezar de nuevo.
Las campañas de
Jubileo 2000 en África y América Latina argumentan que este proceso de arbitraje
podría impedir la corrupción que sucede cuando se firman préstamos secretos.
Estos acuerdos se firman con el conocimiento de que probablemente ninguna de las
partes del acuerdo sufra pérdidas si la deuda no se puede pagar. Las elites
prestatarias locales se dedicarán a otra cosa. Y las elites prestamistas podrán
apelar al rescate de la comunidad financiera internacional o esperar a que
retorne la estabilidad económica –cuando las deudas se paguen con intereses
compuestos. Una mayor transparencia limitará los préstamos secretos de los
Departamentos de Garantías para Créditos a la Exportación de los gobiernos del
G-7, que los utilizan para vender las armas y otras exportaciones improductivas
entre los países en desarrollo.
Un proceso
independiente de arbitraje tendría tres objetivos: primero, devolver cierta
justicia a un sistema en el cual los acreedores cumplen el papel de demandante,
juez y jurado; segundo, actuar como freno ante los movimientos de capital e
introducir disciplina en los préstamos de los países –y por lo tanto, impedir
crisis futuras: y tercero, neutralizar la corrupción en los préstamos
incorporando la responsabilidad mediante la prensa libre de la sociedad civil.
Ese proceso de arbitraje impondría la misma disciplina a los acreedores a la
cual se someten actualmente por las leyes de bancarrota de sus países, y creemos
que desalentaría el tipo de préstamos imprudentes que provocaron la crisis de
Asia oriental. Las decisiones en materia de préstamos se tomarían con mayor
cuidado, con mayor consideración a la capacidad de pago y con una distribución
más equitativa del riesgo entre los acreedores y los deudores soberanos.
Acceder a
una cancelación más profunda de la deuda
Los países
ricos tienen la responsabilidad de ayudar a los países pobres a superar las
crisis de balanzas de pagos y las deudas que son un efecto secundario necesario
del ajuste a la globalización. Pueden hacerlo por dos vías: ofreciendo una
reducción mucho mayor de la deuda, y aumentando masivamente el apoyo al balance
de pagos mediante donaciones.
La Iniciativa
de los Países Pobres Fuertemente Endeudados (PPFE) y la cancelación de 100.000
millones de dólares de deuda acordada en Colonia –aunque es un gran paso- no
obstante sigue siendo lamentablemente insuficiente. Clinton lo reconoció en su
discurso ante las reuniones anuales del FMI/Banco Mundial el 29 de septiembre.
El primer ministro Tony Blair concuerda y el canciller Schroeder de Alemania, en
un mensaje de Año Nuevo, dijo que “una de las principales tareas (de Alemania)
será emprender mayores esfuerzos para reducir el nivel de la deuda de los
países más pobres”.
El proceso
actual está totalmente dominado por acreedores que son profundamente reacios a
cancelar las deudas. Asimismo, está inmerso en la burocracia y las ortodoxas
condiciones macroeconómicas del FMI, y ofrece muy poco y muy tarde a los países
en crisis, como Guyana, Sierra Leona, Ruanda, Nigeria y Ecuador. La reducción
que ya se otorgó significa que los países deudores, incluso Mozambique,
Mauritania y Bolivia, seguirán gastando más para pagar la deuda a los ricos
acreedores de los países industrializados de lo que gastan en salud, educación y
agua potable.
Los grandes
países deudores no pueden conseguir la reducción de la deuda debido a un método
de selección que es tanto arbitrario como carente de rigor intelectual. Sólo
sirve a los intereses de los países dominantes que están dispuestos a cancelar
aquellas deudas que no se pagarían de todas maneras. El Banco Mundial y el FMI
definieron a Nigeria como un país en bancarrota y en necesidad de reducción de
la deuda cuando se elaboró por primera vez la Iniciativa PPFE. Pero los
acreedores la retiraron de la lista, sin explicaciones. Sólo podemos concluir
que estaban preocupados por sus propias pérdidas.6]
Muchos países más necesitan ayuda y deben tener la libertad de solicitar un
arbitraje independiente y la cancelación de la deuda de sus acreedores.
Permitir a
los países pobres pagar la deuda en sus propias monedas
Como el dólar
es la moneda dominante, se espera que los países más pobres paguen su deuda
externa en monedas fuertes, o sea en dólares, libras esterlinas o yenes. El
nivel de la deuda sería sustentable si se sigue el ejemplo de Estados Unidos y
se permite que los países paguen las deudas en sus propias monedas. Los
acreedores dudarían en otorgar préstamos en estas condiciones, pero a la vez
serían más disciplinados a la hora de prestar. El valor de las monedas de los
países pobres aumentaría, ya que los acreedores tendrían interés en mantener su
valor. Como están las cosas, los acreedores, por intermedio del FMI, tienen,
según las palabras de The Wall St. Journal, “un prejuicio hacia la
devaluación, que se supone ha de ‘avivar’ las exportaciones aun cuando la
inevitable inflación resultante disminuye rápidamente los ingresos y los activos
de la población residente. Empobrecer a la gente de esta manera es moralmente
indefendible y políticamente insustentable”.7]
Aumentar la
corriente de ayuda y capital hacia los países pobres
Se debe
revertir la reducción de la ayuda a los países en desarrollo. Una forma de
aumentar los ingresos con este fin sería posible con la introducción de un
Impuesto Tobin. Paul Bernard Spahn argumentó que un impuesto Tobin de 0,02 %
sobre la facturación diaria de los mercados de divisas que mueven 1,23 billones
de dólares podría generar 64.000 millones de dólares por año. Esta cantidad se
debe administrar abierta y democráticamente por la ONU, y los ingresos deben ser
usados y distribuidos para el desarrollo social.
El Impuesto
Tobin tendría un beneficio adicional. Daría disciplina y desalentaría la
actividad especulativa en los mercados financieros.
Cambiar el
enfoque del FMI
Joseph Stiglitz
planteó el poderoso argumento de que las economías de mayor éxito en la última
década –China, India y Estados Unidos- forzaron las reglas de la apertura y no
acataron las políticas macroeconómicas del FMI. “China constituyó dos tercios
del incremento total en los ingresos entre los países de bajos ingresos entre
1978 y 1995 al ignorar en gran medida el consenso de Washington”, señaló. (Economic
Journal, noviembre de 1999).
China es una
economía poderosa, no está paralizada por las deudas y tiene armas nucleares.
Los países deudores no tienen opción, deben adoptar las políticas del FMI. En
África, las consecuencias han sido desastrosas. Según el Banco Mundial, la
población que vive con menos de dos dólares diarios aumentó 90 millones entre
1990 y 1998 –el lapso en el cual el FMI dominó la política económica en el
continente.8]
El PBI por habitante en África subsahariana fue negativo entre 1989 y 1998.9]
En este mismo período aumentó 1.000 millones la cantidad de personas que vivían
con menos de dos dólares por día en las economías en desarrollo y en transición
(con excepción de China), según datos del Banco Mundial.
La escala de
este desastre económico trasciende la imaginación. Causó la desintegración
social, política y civil en grandes sectores del mundo en desarrollo. El costo
en vidas y potencial humano probablemente sea incalculable y quizá supere la
cantidad de vidas perdidas en el período posterior a 1914. Millones de vidas se
sacrificaron por un proyecto que no generó crecimiento económico en regiones
como África y América Latina.
En este
contexto, se debe apoyar el pedido del Secretario del Tesoro de Estados Unidos
para que el FMI deje de concederle préstamos blandos a los países en desarrollo
mientras aplica implícitamente su menú habitual de condiciones.1]
Pero esto sólo se debe aceptar si esa financiación sigue accesible a los países
en desarrollo.
Localización
sí, globalización no
Finalmente,
es poco realista y profundamente injusto esperar que los países más pobres
puedan comerciar y competir en igualdad de condiciones con los países más ricos.
Los campesinos pobres de Ruanda jamás podrán competir con los mercados de granos
subsidiados, altamente capitalizados y protegidos de Estados Unidos, Japón o
Europa.
Los países
deben tener la libertad de seguir el modelo occidental, es decir de instituir
altos niveles de protección para los mercados nacionales a medida que
evolucionan y maduran. Sólo una vez que los mercados nacionales hayan alcanzado
un estadio de competitividad auténtica se debe hacer la opción de ingresar a
mercados nuevos.
Las economías
industrializadas, como argumentara el gran economista africano Abdul Rahman Babu,
se basan en tres pilares: la agricultura, los textiles y la construcción. Estos
sectores permiten a cualquier país alimentar, vestir y alojar a su pueblo. En
los países industrializados siempre están protegidos. La apertura alienta a los
países en desarrollo a exportar materias primas, socavar la agricultura de
subsistencia y las compañías locales, y a convertir a estas sociedades en
mercados para la importación de alimentos y de productos de consumo
irrelevantes. En su lugar, deberían concentrar sus energías en servir los
intereses de la población local y de sus comunidades.
No obliguen a los pobres
a alcanzarlos
Siempre se
exhorta a los países en desarrollo a “alcanzar” a alguien. ¿A quién y con qué?
Japón recién “alcanzó” la industrialización 150 años después del Reino Unido;
Suecia lo hizo 50 años después que el resto de Europa. Las necesidades siempre
son relativas. En primer lugar, los países en desarrollo deben huir de la
esclavitud de la deuda. Luego deben alimentar, vestir y alojar a sus pueblos.
Sólo entonces podrán solicitar préstamos a los mercados financieros
internacionales, comerciar y crecer. Para satisfacer las necesidades básicas, no
necesitan los préstamos extranjeros.
Notas:
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