2007
Tendencias de la población en el siglo XXI: ¿Ancla o bono demográfico?
Daniel Ciganda
Secretariado de Social Watch
Las predicciones de envejecimiento acelerado de la población en los próximos años han sido el sustento de los argumentos conducentes a las reformas de la seguridad social en varios países, en general bajo la forma de previsiones pesimistas sobre su impacto futuro en los sistemas de pensiones. Pero los efectos de los cambios en la estructura etaria de la población son bastantes más complejos y no sólo acarrean cargas, sino también oportunidades. La posibilidad de aprovechar estas oportunidades no se dará automáticamente, pues depende de la adopción de políticas adecuadas.
Así como la urbanización y la disminución acelerada
de la fecundidad fueron los procesos demográficos que caracterizaron al siglo
XX, el siglo XXI enfrenta los desafíos planteados por dos fenómenos demográficos
que están ocupando gran parte de la atención de analistas y encargados del
diseño de políticas: el envejecimiento poblacional y las migraciones.
Como resultado de los movimientos migratorios ocurridos durante el siglo XX,
actualmente 191 millones de personas (3% de la población mundial) vive fuera de
su país de origen. Sólo al inicio del presente siglo, entre 2000 y 2005, las
regiones de mayor desarrollo recibieron 13,1 millones de inmigrantes desde la
regiones menos desarrolladas.
Las consecuencias políticas, sociales y económicas de estos movimientos se han
convertido en uno de los temas centrales en la agenda de los gobiernos de países
afectados ya sea por la salida o por el ingreso masivo de migrantes.
Aunque quizá más silencioso, el otro proceso demográfico que tiene y tendrá
consecuencias profundas sobre las posibilidades de desarrollo de las sociedades
contemporáneas es el envejecimiento poblacional. Las proyecciones de Naciones
Unidas señalan que para 2050 el número de personas mayores de 60 años – hoy
aproximadamente 700 millones – alcanzará los dos mil millones de personas,
momento en el cual la población adulta mayor superará la de niños menores de
14 años por primera vez en la historia de la humanidad.
Si bien en la actualidad el envejecimiento es más marcado en los países
desarrollados, las regiones menos desarrolladas están procesando estos cambios
de manera acelerada. Mientras que en los países de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico tomó 75 años duplicar el porcentaje de
personas de 65 o más años (de 7% a 14%), está previsto que los países de
ingresos medios y bajos procesen esta transición en 30 años.
No resulta difícil advertir que estas transformaciones tendrán efectos
profundos sobre las instituciones sociales en general y sobre la seguridad
social en particular, lo que está menos claro es de qué manera se expresarán
esos efectos.
Transiciones y oportunidades
Los cambios en la estructura por edades asociados con la primera transición
demográfica y sus efectos potenciales sobre el crecimiento económico han sido
ampliamente analizados. Básicamente, este proceso puede describirse de la
siguiente manera: el pasaje de un régimen de alta mortalidad y alta fecundidad
a uno de baja mortalidad y baja fecundidad produce una serie de cambios que
pueden ordenarse en tres etapas. Al principio la población rejuvenece, con un
aumento de la proporción de niños y niñas pues ellos son quienes más se
benefician de la reducción de la mortalidad. En una segunda etapa la proporción
de niños comienza a disminuir y la de personas adultas y ancianas aumenta a
medida que la fecundidad continúa su descenso. Luego de un tiempo de bajas
tasas de fecundidad y mortalidad, tanto la proporción de niños como de adultos
en edad activa disminuye y comienza el proceso de envejecimiento de la población.
Las posibilidades para el desarrollo que emergen de la segunda etapa – cuando
la proporción de adultos en edad activa es ampliamente superior a la de niños
y ancianos – han recibido el nombre de ‘bono demográfico’ o ‘ventana de
oportunidad demográfica’. El incremento de la población en edad activa debería
tener consecuencias positivas para la economía no sólo a través del
crecimiento del producto per capita sino también de una mayor recaudación
impositiva. La idea detrás de estos conceptos ha sido la de señalar este período
como un período de oportunidad, que no se traduce automáticamente en mayor
crecimiento o desarrollo, pero que puede hacerlo en la medida en que se
implementen las políticas necesarias.
Si bien esta ventana de oportunidades ya está cerrada en las regiones de mayor
desarrollo, América Latina y el Caribe y Asia se encuentran en una etapa de la
transición en la que todavía podrían sacar ventaja de estas condiciones
favorables. En varios países de África la situación es algo más compleja ya
que la transición a bajas tasas de mortalidad ha sido interrumpida por la
incidencia del VIH/sida.
Pero como lo demuestran varios de los capítulos nacionales en este informe, la
mayor parte de estos países no presenta las condiciones necesarias en materia
de educación y empleo como para aprovechar las posibilidades que aún les
brinda la relación activos/pasivos.
Pocas veces se escucha a los diseñadores de políticas insistir en la necesidad
de crear las condiciones de empleo necesarias para aprovechar estas
oportunidades, pero lo que sí se escucha con bastante frecuencia son las
predicciones pesimistas sobre los efectos del envejecimiento poblacional en el
futuro. La previsión (o experiencia concreta) de los procesos de envejecimiento
ha desatado una serie de preocupaciones acerca de la viabilidad de los sistemas
de salud y de seguridad social que en muchos países ha servido como argumento
para emprender reformas de los sistemas basados en la solidaridad
intergeneracional hacia sistemas basados en el ahorro individual.
El informe de Social Watch Italia plantea por ejemplo que “La necesidad de
aplicar reformas drásticas en el sistema de pensiones público y obligatorio
debido a su inviabilidad financiera es un asunto que comenzó a tener importante
resonancia pública a comienzos de la década de 1990. Básicamente, son tres
los factores utilizados como ‘prueba’ de esta necesidad: los graves
desequilibrios contables en el Instituto Italiano de la Seguridad Social (INPS),
el envejecimiento demográfico y la próxima jubilación de la llamada generación
del baby boom”.
Los argumentos que han motivado varias de las reformas en los sistemas de
seguridad social olvidan que cualquier tipo de sistema requiere de crecimiento
económico para su sostenibilidad; y que considerar los efectos del
envejecimiento exclusivamente como ‘cargas’ es olvidar que los aumentos en
la esperanza de vida son acompañados por aumentos en los años de vida
saludables y activos. Tampoco existen argumentos válidos para asegurar que los
aumentos en la productividad no puedan compensar los mayores costos en el
sistema de pensiones como lo han hecho hasta ahora los países desarrollados. En
este sentido, el informe de Social Watch España plantea que “si bien las
predicciones de colapso del sistema de pensiones aparecen con frecuencia, la
Seguridad Social española presenta superávit acumulado desde 1998.”
Es más, algunos investigadores han planteado la posibilidad de un ‘segundo
bono demográfico’ asociado al proceso de envejecimiento. La idea básica es
que siempre y cuando el aumento de la edad de retiro se traduzca en un mayor
ahorro por parte de los individuos, el Estado o las empresas, la inversión
posterior de ese capital para solventar el consumo en los años no activos hará
crecer la economía más rápido que en caso de no existir ese ahorro.
Si bien ésta es una idea interesante en tanto presenta un posible efecto
positivo del envejecimiento, en las condiciones actuales las posibilidades de
ahorro de la mayor parte de la población mundial son más que limitadas. De
hecho, proyecciones más realistas sobre la capacidad de ahorro privado han
servido para fundamentar la necesidad de implementar otro tipo de soluciones
como una pensión universal a la vejez: “Ya existe un número significativo de
pensionistas pobres, pero las cosas empeorarán aún más hacia 2030 y 2040, a
medida que se hagan efectivas las ya reducidas condiciones para obtener una
pensión. Supuestamente los ahorros privados, así como los nuevos esfuerzos de
la industria de servicios financieros, compensarán esta caída. Sin embargo,
las comisiones exorbitantes y las brechas de información entre proveedor y
consumidor virtualmente anularán esta compensación, tal como lo prevén las
proyecciones oficiales. Si la financiación privada de las pensiones falla en
los países ricos como consecuencia de los costos y la información desigual, su
contribución en los países pobres será aún más insatisfactoria”.
Pero la incapacidad de ahorro privado no parece ser la única dificultad para
mitigar los efectos de los menores ingresos durante los años de retiro, sino
también la forma en que hasta ahora se han procesado estos cambios, como señala
el informe de Social Watch Malta: “El riesgo de la longevidad pasa enteramente a ser una carga para los
contribuyentes individuales de la misma generación y no será sustentado por el
Estado, ya que el cambio a un programa de contribución directa traspasa el
riesgo financiero de los cambiantes factores económicos y demográficos del
Estado al individuo. Tomadas en su totalidad, estas medidas tienden a perjudicar
a las personas con una historia de ganancias bajas”.
Ninguno de estos argumentos intenta negar la necesidad de reformar los sistemas
de salud o seguridad social, pero sí problematizar los argumentos que sólo
consideran los escenarios de escasez para defender el ajuste y la estabilidad
financiera exclusivamente. Es decir, la capacidad de predecir los escenarios
futuros no debería conducir a la adopción de medidas desesperadas basadas en
los pronósticos más pesimistas, sino a la búsqueda de alternativas viables y
fundamentadas que promuevan las condiciones para aprovechar las potencialidades
ya sea del primer o segundo bono demográfico. Cuáles serán las medidas más
adecuadas dependerá no sólo de la etapa de la transición en la que se
encuentre el país o región sino también de otra serie de factores
contextuales, por lo que las propuestas sólo pueden provenir de análisis
detallados de las situaciones nacionales y regionales, como los que pueden
encontrarse en los capítulos nacionales en este mismo informe. En definitiva,
si bien la predicción de las tendencias de la población en el mediano y largo
plazo es un insumo fundamental para la planificación, la forma en que éstas se
traduzcan en oportunidades u obstáculos al desarrollo sigue siendo un problema
de políticas.
Notas:
International
Migration 2006 (poster). Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las
Naciones Unidas (DESA), División de Población.
World
population prospects: the 2004 revision. DESA, División de Población, 2005.
Sigg, R. (2007).
“A Global Overview on Social Security in the age of longevity”. En United
Nations Expert Group Meeting on Social and Economic Implications of Changing
Population Age Structure. Naciones Unidas, Nueva York.
Para echar luz
sobre estos temas y para adoptar medidas que contemplen la situación actual y
futura de los adultos mayores, algunas voces han comenzado a reclamar la
organización de una Convención a nivel de Naciones Unidas retomando los
resultados de la Segunda Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento. Ver en este
Informe el artículo de Susanne Paul y Alischa Kugel.
Ver Recuadro
sobre VIH/sida en este Informe.
Para un análisis
detallado del papel del Banco Mundial como principal promotor de estas reformas
ver el artículo de Antonio Tricarico en este Informe.
Similares
situaciones se describen en otros informes nacionales como el de Malta, España
o Alemania, donde los efectos del envejecimiento son claramente perceptibles
desde hace ya algunos años.
Mason, A.
(2007). “Demographic transition and demographic dividends in Developed and
developing countries”. En United Nations
Expert Group Meeting on Social and Economic Implications of Changing Population
Age Structure. Naciones Unidas, Nueva York.
Blackburn, R. (2007). Building Equality
from the Ground Up: An Outline Proposal for a Global Pension (and Youth Grant).
Lawrence y Wishart,
<www.lwbooks.co.uk/journals/articles/blackburn207.html>.
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