2006
De Monterrey a Basilea: ¿quién gobierna los bancos?
Jan Kregel
[1]
El Consenso de Monterrey, resultado de la
Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo que se realizó
en Monterrey, México, en marzo de 2002, forjó una alianza entre países en
desarrollo y países industrializados basada en el mutuo reconocimiento de los
beneficios que podían resultar de la implementación de políticas exitosas en
términos de desarrollo. Los países en desarrollo se comprometieron a introducir
políticas económicas y sociales seguras para mejorar la gobernanza, eliminar la
corrupción y crear un entorno regulatorio doméstico favorable al desarrollo del
sector comercial privado. Si bien el Consenso se basa en la aceptación, por
parte de los países en desarrollo, de su responsabilidad por su propio
desarrollo, los países industrializados prometieron tomar medidas para brindar
los recursos financieros necesarios que, sumados a la movilización de recursos
internos del mundo en desarrollo, permitan alcanzar los dichos objetivos. Entre
las medidas figura la promesa de luchar para conseguir asistencia oficial para
el desarrollo a fin de igualar al menos 0,7% del producto interno bruto de cada
país, mejorar el acceso al mercado de las exportaciones del mundo en desarrollo
y completar la dimensión del desarrollo de la ronda de Doha de la Organización
Mundial del Comercio (OMC), aliviar la deuda para que su pago no sea un
obstáculo para el desarrollo, facilitar el impacto que tiene la inversión
extranjera directa sobre el desarrollo incrementando la transferencia de
tecnología, y mejorar la arquitectura financiera mundial para que se puedan
prever e impedir las crisis financieras.
El Consenso señaló también que a fin de
que los países en desarrollo tengan verdadera responsabilidad en el desarrollo
de sus recursos nacionales, deberían tener también la responsabilidad de diseñar
las regulaciones e instituciones internacionales que definen el entorno
internacional en el que participan y que tienen un gran impacto en el éxito de
sus estrategias nacionales de desarrollo. Esta responsabilidad adicional tendría
aún más sentido si tales países consiguieran una representación equitativa en
dichas instituciones y procesos, creados para definir las normas, regulaciones e
instituciones que constituyen el sistema internacional de comercio y finanzas.
Estructura de gobernanza desigual
El ejemplo más evidente de la actual
falta de representación de los países en desarrollo es la estructura de
gobernanza de las instituciones de Bretton Woods, el Banco Mundial y el Fondo
Monetario Internacional (FMI), que fueron creados para administrar el sistema
financiero y comercial internacional de la posguerra. Si bien ambos organismos
son “agencias especiales” de la Organización de Naciones Unidas (ONU), su
estructura de gobernanza no se basa en el principio tradicional de la ONU – un
país, un voto. Las decisiones las toma en cambio una junta directiva y el poder
de voto se basa en una complicada fórmula en base a una cantidad igual de votos
básicos, más votos adicionales determinados por la contribución financiera de
cada país a la institución, el tamaño de su economía y su participación en el
comercio mundial. Por lo tanto, los países industrializados, que son los más
poderosos, tienen automáticamente un mayor poder de voto que los del mundo en
desarrollo. Dado que los puntos variables han sido ajustados numerosas veces
para reflejar los cambios de tamaño de diferentes economías, mientras que los
votos básicos se mantienen fijos, la influencia de los países que han tenido un
crecimiento más rápido ha aumentado en relación a los países en desarrollo de
crecimiento más lento, sobre todo los Estados nuevos que se unieron al FMI luego
de su creación.
Las operaciones diarias del FMI y el
Banco Mundial están a cargo de una junta de 24 directores ejecutivos. Siete de
los países que forman parte de esa junta se representan sólo a sí mismos:
Alemania, Arabia Saudita, China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Japón.
Así, los otros 17 directores ejecutivos deben representar los intereses de los
160 países restantes. A cada uno de esos directores se le asigna un grupo de
países. Actualmente, más de 40 países del África subsahariana están
representados por apenas dos directores ejecutivos, de modo que sus intereses no
tienen el mismo peso en las decisiones que los de cada uno de los países que
cuentan con un representante propio.
Los cinco países industrializados que
tienen un representante cada uno representan casi un tercio del total de los
votos. Otros países industrializados tienen escaños que representan otro tercio
de los votos. Esto implica que para tomar una decisión, para la que se necesita
una mayoría de dos tercios, alcanza con la aprobación de los países
industrializados. Además, sólo Estados Unidos tiene un poder de voto que supera
el 17 % del total. Se trata de un número importante, ya que las principales
decisiones sobre la estructura del FMI, como un cambio en el poder de voto,
requieren una mayoría de 85%. El Banco Mundial tiene una estructura de votación
y representación similar.
Así, mientras se le exige a los países en
desarrollo que asuman la responsabilidad de su propio desarrollo, que mejoren
sus estructuras de gobernanza y garanticen que sus políticas son “potestad
nacional”, las principales instituciones que definen la arquitectura del sistema
financiero internacional y son responsables de la mayor parte de la financiación
institucional para el desarrollo siguen funcionando en base a una forma de
gobernanza anómala y que está lejos de ser democrática, en la que los países
industrializados cuentan con una mayoría estructural.
Falta de representación en otros
organismos normativos
Es por esa razón que el Consenso de
Monterrey insistió en la necesidad de ampliar y fortalecer la participación de
los países en desarrollo y aquellos con economías en transición en la toma
internacional de decisiones económicas y la creación de normas. Se buscó mejorar
la participación de los países en desarrollo y los que tienen una economía de
transición en la toma de decisiones de las instituciones financieras
internacionales, fortaleciendo así el diálogo internacional y el trabajo de
dichas instituciones, que están a cargo de cubrir las necesidades de desarrollo
y las inquietudes de los países del Sur. Aunque la atención se ha centrado en el
FMI y el Banco Mundial, hay otros organismos internacionales normativos a nivel
mundial en los que la representación de los países en desarrollo es aún menos
equitativa y, en algunos casos, ni siquiera existe. Es por eso que el Consenso
de Monterrey fue aún más lejos y exigió a los Comités de Basilea del Banco
Internacional de Pagos (Bank of International Settlements), como el de
Supervisión Bancaria y el Foro de Estabilidad Financiera, que hagan un mayor
esfuerzo en cuanto al alcance y las consultorías para los países en desarrollo y
las economías en transición a nivel regional, y que revisen su lista de
miembros, si es necesario, para permitir una participación adecuada. Se le pidió
también a todas las agrupaciones ad hoc que realizan recomendaciones
políticas de alcance global que incrementen su alcance para incluir a los países
que no son miembros y que mejoren la colaboración con organismos normativos
financieros, como la Asociación Internacional de Supervisores de Seguros, el
Consejo de Normas Internacionales de Contabilidad, la Organización Internacional
de Comisiones de Valores, la Organización Internacional para la Normalización, y
la Federación Internacional de Bolsas de Valores.
Es especialmente importante prestar
atención a la representación de los países en desarrollo en esos otros
organismos porque la mayoría no tienen una estructura formal de gobernanza, o
son organismos voluntarios que no ofrecen representación a los países en
desarrollo. También es fundamental porque, dada la falta de instituciones
formales de gobernanza en el plano mundial, esos organismos han asumido la
responsabilidad de formular normas, regulaciones y códigos para la economía
mundial y el sistema financiero internacional sin tener siquiera una
representación formal mínima de los países en desarrollo. La consecuencia es que
se está creando un sistema de gobernanza mundial de hecho, sobre la base de las
decisiones de los países industrializados y sin la participación de los demás.
La naturaleza no representativa de esta estructura de gobernanza mundial en
marcha se conoce como “déficit democrático” debido a la falta de representación
equitativa de los intereses de todos los países.
El alcance y la proliferación de estos
reglamentos, normas y códigos mundiales suelen subestimarse. Entre ellos se
destacan: los Principios Fundamentales para la Supervisión Bancaria emitidos por
el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea; los Objetivos y Principios de la
Regulación de Valores emitidos por la Organización Internacional de Comisiones
de Valores; los Principios Centrales de Seguros emitidos por la Asociación
Internacional de Supervisores de Seguros; los Principios y Líneas Rectoras para
la Insolvencia Efectiva y los Sistemas de Derechos de los Acreedores emitidos
por el Banco Mundial; los Principios de Gobierno Corporativo emitidos por la
Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos; las Normas
Internacionales de Contabilidad emitidas por el Consejo de Normas
Internacionales de Contabilidad; las Normas Internacionales de Auditoría
emitidas por la Federación Internacional de Contadores; los Principios Centrales
para los Sistemas de Pagos Sistemáticamente Importantes emitidos por el Comité
de Sistemas de Pagos y Liquidación; las Recomendaciones para los Sistemas de
Liquidación de Valores emitidas por el Comité sobre Sistemas de Pagos y
Liquidaciones y la Organización Internacional de Comisiones de Valores; las 40
Recomendaciones y las 9 Recomendaciones Especiales sobre Financiamiento del
Terrorismo emitidas por el Grupo de Acción Financiera Internacional sobre Lavado
de Dinero; los Códigos de Buenas Prácticas sobre Transparencia de Políticas
Monetarias y Fiscales, los Códigos de Buenas Prácticas en Transparencia Fiscal y
las Normas Especiales para la Divulgación de Datos, y el Sistema General de
Divulgación de Datos emitidos por el FMI.
Un poder regulador de facto
La globalización de las finanzas y la
creciente internacionalización de las crisis financieras de los últimos años
llevaron a incrementar los esfuerzos para obligar a los países a adoptar
acuerdos regulatorios similares. Sin embargo, a diferencia de las regulaciones
financieras nacionales, no existe un poder formal, a nivel internacional, que
fije y obligue al cumplimiento de las regulaciones en todo el mundo. Los
representantes de las agencias reguladoras y de supervisión del mercado
financiero de los países industrializados han diseñado un conjunto de normas y
códigos de las mejores prácticas y presionan a los demás países para que las
adopten. Pero en la práctica, quienes se ocupan del cumplimiento de estas
regulaciones mundiales son las instituciones financieras internacionales, como
el FMI y el Banco Mundial, ya sea introduciéndolas en las condiciones que deben
cumplir los países en desarrollo para obtener financiación por parte de esas
instituciones, o como parte de las normas usadas en la vigilancia del Artículo
IV del FMI, o en forma de normas según las cuales se juzga su compromiso a las
instituciones y a la gobernanza segura, tal como lo especifica el Consenso de
Monterrey.
También se han puesto mecanismos en
marcha para alentar su introducción, gobernar su uso y monitorear el
cumplimiento. El instrumento clave es el Informe sobre la Observancia de Normas
y Códigos, preparado por el FMI como parte de las consultas para el Artículo IV,
o a través de los Programas de Evaluación del Sector Financiero, a cargo del FMI
y el Banco Mundial. Dichas evaluaciones se han
realizado en más de 100 países. Así, ha quedado claro
que hoy existe un poder internacional de facto que monitorea la implementación
de normas sobre las mejores prácticas para las instituciones financieras que
operan en los mercados internacionales.
Como la posibilidad de crédito para el
riesgo país, asignado por las agencias de calificación crediticia, también se
establece cada vez más en base a la calidad del sistema regulatorio y supervisor
de cada Estado – que se mide, a su vez, según su adhesión a dichas normas
internacionales – es clave que los países en desarrollo adhieran a dichas normas
como condición mínima para atraer y retener el flujo de capitales
internacionales. Así, la capacidad de los países en desarrollo para atraer
finanzas oficiales o privadas depende cada vez más de una estructura de
gobernanza en la que no participan.
“Déficit democrático”
Los representantes que se reúnen para
proponer e implementar esas normas están lejos de ser elegidos en forma
democrática. La enorme mayoría representa al Grupo de los Siete (G-7) países más
industrializados y la representación de los países en desarrollo es escasa. Hay,
por tanto, un grave “déficit democrático” en la operación de este sistema
mundial de gobernanza de facto de los mercados financieros. Es necesario
realizar un estudio formal del funcionamiento de este sistema de facto para
determinar si su mecanismo de operaciones, deficiente en términos democráticos,
se puede justificar por el hecho de arrojar el prometido resultado de una mayor
estabilidad financiera mundial.
Se le ha prestado mucha atención a la
pregunta acerca de las voces y representaciones en el Banco Mundial y el FMI, y
como los países en desarrollo tienen alguna representación – aunque sea menor –
en dichas instituciones, se han involucrado activamente en la discusión sobre el
modo de lograr una mejor representación en las estructuras de gobernanza desde
Monterrey. Pero pasados casi cinco años desde la Conferencia, aún no ha habido
propuestas formales de cómo hacerlo. Aunque este asunto figuró en la Agenda de
las Reuniones anuales de Singapur (septiembre de 2006), no hay perspectivas de
que se asuma una rápida acción al respecto.
Los demás organismos internacionales de
establecimiento de normas mundiales han recibido mucha menos atención. La
primera de estas instituciones internacionales de facto fue el Comité de
Supervisión Bancaria de Basilea, con sede en el Banco de Pagos Internacionales,
que se encarga de los riesgos de los pagos internacionales entre los grandes
bancos mundiales de los países industrializados. Ese organismo creó regulaciones
que se conocen como Concordatos de Basilea de 1975 y 1978, que intentaron
asignarle la responsabilidad de la regulación de los bancos mundiales que operan
internacionalmente a la agencia reguladora nacional de cada banco y exigirle a
los bancos que ofrezcan informes financieros sobre una base consolidada que
cubra todas sus operaciones mundiales. En esencia, el Concordato era un acuerdo
mundial de vigilancia que debía servir como sustituto de un prestador
internacional como último recurso, o para la asignación de una entidad
crediticia de responsabilidad última, para que los bancos pudieran operar en el
plano internacional. El fracaso del Concordato, que no pudo ofrecer apoyo cuando
quebró un banco italiano a cargo de un holding de Suiza y Luxemburgo, llevó a la
búsqueda de otra alternativa. Se crearon nuevas normas de adecuación del capital
mundial, que son las que figuran en el primer Acuerdo de Adecuación de Capital
de Basilea.
La crisis en Asia Oriental de 1997 sirvió
para destacar la importancia dada a las regulaciones financieras coordinadas
mundialmente y la intención de asegurar que esa multiplicidad de regulaciones
fuera considerada por algún organismo central. La respuesta fue la creación del
Foro de Estabilidad Financiera por parte de los ministros de finanzas y los
gobernadores de los Bancos Centrales del G-7 en febrero de 1999. Se le asignó la
responsabilidad de definir un conjunto de normas y códigos que debían ser
observados por todos los bancos internacionales. Ese fue el primer intento de
desarrollar un conjunto de normas y principios internacionales para las
políticas nacionales en las esferas financiera y monetaria al que debían adherir
todos los países. Además, el Foro de Estabilidad Financiera identificó 70 normas
financieras a partir de las cuales los países del G-7 y las instituciones
financieras multilaterales crearon un subconjunto de normas que apuntan a
garantizar la estabilidad financiera.
Si bien la representación en las
instituciones financieras multilaterales es claramente no equitativa, la
estructura de gobernanza es clara. Por otro lado, organismos voluntarios ad-hoc
como los Comités de Basilea no tienen mandatos democráticos, o estructuras
transparentes de gobernanza, y carecen de formas de representación de los países
en desarrollo. Es aquí donde se encuentran los déficits democráticos más
importantes. Y es en este punto donde hay menos información sobre las funciones
de dichas instituciones[2].
El Comité de Supervisión Bancaria de
Basilea formuló un Nuevo acuerdo de Basilea sobre el capital internacional,
conocido como “Basilea II”. Se utilizaron mecanismos informales para que los
países en desarrollo pudieran participar, pero sus reglas de funcionamiento no
son transparentes. Por ejemplo, los métodos utilizados para elegir a los países
que participan en los comités de Basilea no se dan a conocer públicamente.
Tampoco hay información sobre cómo participan esos países en las deliberaciones
de dichos organismos. Se supone que la implementación de las normas y códigos es
voluntaria, y que la implementación se debe ajustar a las diversas
circunstancias de los países y las empresas, pero no está claro si esas
diferencias se tienen en consideración en la etapa de formulación de las normas,
o si la aplicación diferenciada se considera solamente como una excepción
ineludible para su completa aplicación más adelante.
Además, no queda claro cómo se eligen los
representantes del mundo en desarrollo y ante quién son responsables. Tampoco
hay información sobre cómo se preparan tales representantes para participar en
los organismos y si consultan con otros países que no están invitados, o si
tratan de representar alguna otra posición, además de la de su propio país.
Finalmente, está el tema de cómo se
implementan esas normas internacionales en los países que no participan en su
formulación. ¿Son responsables los gobiernos nacionales en razón de sus
políticas y, por tanto, están sujetos a la aprobación y vigilancia
parlamentaria? ¿Son democráticas esas decisiones y están a cargo de los
organismos de gobierno o los organismos técnicos nacionales? ¿Qué tan importante
es la situación de las instituciones financieras internacionales? ¿Influyen los
participantes del mercado privado?
La Revisión del Acuerdo Marco de Basilea
II debería ofrecer una mayor estabilidad financiera global. Este objetivo de
estabilidad financiera puede no ser compatible con la función esencial de los
mercados de capital de brindar una financiación para el proceso de inversión que
les permita a los países utilizar por completo sus recursos nacionales y tomar
decisiones de modo de apropiarse de dichas políticas en lo nacional.
Por ejemplo, se ha dicho que la
introducción de la Revisión del Acuerdo Marco podría hacer que el flujo de
capitales internacionales hacia los países en desarrollo fuera más pro cíclico.
Esto generaría un sistema financiero internacional menos estable y más
asimétrico. Otros señalaron que, si bien se supone que su aplicación responda a
las condiciones nacionales, los únicos que han introducido cambios para cumplir
con las condiciones y objetivos nacionales han sido los países industrializados,
y no los del mundo en desarrollo. La mayoría de los países en desarrollo
anunciaron su intención de cumplir con el calendario de implementaciones.
La Revisión del Acuerdo Marco se
aplica a las instituciones financieras privadas que operan a nivel
internacional, pero en la versión inicial (Basilea I) se aplicaba en general a
todos los bancos, incluso los de propiedad del gobierno y los bancos nacionales
de desarrollo de varios países. No está claro si el capital de dichos bancos, y
en particular los bancos nacionales de desarrollo, se pueden ubicar en el mismo
nivel que los bancos privados internacionales y si dicho marco es coherente con
sus objetivos nacionales. Este es un tema de particular importancia ya que
varios países están tratando nuevamente de darle un papel más importante a su
sistema bancario para el desarrollo, o de crear un sistema de ese tipo en los
casos en que se había abandonado.
[1]
Distinguido profesor e investigador del Centre for Full Employment and Price
Stability de la Universidad de Missouri, Kansas City.
[2]
IBASE, con el apoyo de la Fundación Ford, inició un gran proyecto de
investigación bajo la dirección de Jan Kregel y Fernando J. Cardim de
Carvalho, para estudiar el papel de esas instituciones en la gobernanza del
sistema financiero global. Por más información, escribir a: lcerqueira@ibase.br
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