2006
Instituciones financieras internacionales: volver a las fuentes
Yilmaz Akyüz
La necesidad de más
financiación para el desarrollo
Existe consenso sobre
la necesidad de aumentar drásticamente la financiación externa para que los
países en desarrollo puedan alcanzar un crecimiento aceptable y hacerle mella a
la pobreza. La UNCTAD calculó que, con este fin, en el caso de África
subsahariana es necesario duplicar el nivel de financiación para el desarrollo.
El mismo cálculo fue confirmado posteriormente por la Comisión Zedillo
para los países en desarrollo en general. Según las distintas estimaciones, el
cumplimiento de los ODM en 2015 exigirá un monto adicional que varía entre los
USD 50.000 millones y los USD 150.000 millones.
¿De dónde surgirá ese
dinero? ¿Fuentes privadas, préstamos multilaterales o préstamos y donaciones
bilaterales? De estas, las privadas no son una fuente confiable de financiación
para la mayoría de los países en desarrollo. Las instituciones financieras
multilaterales ocupan un lugar cada vez más marginal como fuente de financiación
para el desarrollo. La ayuda bilateral no solo es escasa para lo que se
requiere, sino que su disponibilidad y su distribución son regidas por
consideraciones políticas y su calidad es dudosa. Por lo tanto, existe la
necesidad de un replanteo fundamental. Una reforma auténtica no solo deberá
incluir fuentes nuevas de financiación para el desarrollo, sino también de
distintos mecanismos y modalidades para su asignación. En especial, la ayuda
debe dejar de ser el elemento central de la financiación multilateral y las
instituciones financieras multilaterales deben sufrir un cambio drástico en
cuanto a sus mandatos y sus recursos.
Movimientos de
capitales privados: inestables y poco confiables
En el período de
posguerra se sucedieron dos ciclos de expansión-recesión en la corriente de
capitales privados hacia los países en desarrollo: el primero comenzó a
principios de la década de 1970 y terminó con la crisis de la deuda externa en
la década de 1980; y el segundo comenzó a principios de la década de 1990 y
terminó con una serie de crisis en América Latina, Asia oriental y otros
lugares. La primera expansión fue impulsada por el rápido crecimiento de
liquidez internacional asociada con los superávits petroleros y los crecientes
déficits externos de Estados Unidos, y fue facilitada por la desregulación
financiera de los países industrializados y el rápido crecimiento de los
mercados de eurodólares. El exceso de liquidez se recicló bajo la forma del
colapso de la demanda internacional. Sin embargo, como el incremento de las
tasas de interés en Estados Unidos y la recesión mundial provocaron mayores
dificultades para pagar el servicio de la deuda se produjo un fuerte recorte en
los préstamos bancarios, lo que obligó a los países deudores a generar
superávits comerciales para pagar la deuda mediante recortes en las
importaciones y el crecimiento. La consecuencia fue la crisis de la deuda y una
década perdida para muchos países en desarrollo de América Latina y África.
La segunda expansión
tuvo lugar después de casi 10 años de suspensión de los préstamos privados a los
países en desarrollo. Fue estimulada por el éxito del Plan Brady para la
restructura de la deuda soberana, la liberalización, las privatizaciones y la
estabilización en los países en desarrollo, y la rápida expansión de la liquidez
y los recortes en las tasas de interés de Estados Unidos y Japón en condiciones
de desaceleración económica. A diferencia de la primera expansión, una gran
proporción de los ingresos privados tomó la forma de inversiones en títulos y
carteras, y no de préstamos internacionales. En la mayoría de los casos las
mismas fueron estimuladas por la perspectiva de rápidas ganancias de capital y
oportunidades de arbitraje de corto plazo. Cuando la situación cambió, numerosos
países deudores padecieron otra vez transferencias negativas netas y fuertes
descensos en ingresos y empleos.
Un tercer ciclo comenzó
con el advenimiento del milenio y la rápida recuperación de los movimientos
privados, impulsada por la combinación de condiciones sumamente favorables,
incluso tasas de interés históricamente bajas, altos niveles de liquidez,
fuertes precios de las materias primas y el dinamismo del comercio
internacional. Los ingresos de capitales en el ciclo actual superaron el pico
observado en la expansión anterior de la década de 1990, y la mayoría de los
países en desarrollo compartieron esta recuperación. Sin embargo, nuevamente el
resultado es el incremento de la fragilidad financiera, ya que en muchos países
los precios de los valores y de los tipos de cambio fueron llevados a niveles
que no se justifican por los fundamentos económicos. Algunos acontecimientos
recientes sugieren que se está aproximando el fin de esta expansión, con la
combinación de precios del petróleo y tasas de interés en crecimiento,
desequilibrios persistentes y crecientes del comercio mundial y el incremento de
la volatilidad del dólar. Varios mercados emergentes comenzaron a experimentar
fuertes caídas en sus bolsas de valores y sus monedas. Una vez más, los países
que dependen de los movimientos de capitales externos para financiar su balanza
de pagos corren el riesgo de sufrir condiciones financieras externas más severas
y el colapso de su crecimiento.
A menudo
se fomenta la inversión extranjera directa (IED) como una fuente más confiable
de financiación para el desarrollo.
En los países en desarrollo gran parte de la IED se destinó a la adquisición de
capitales existentes y no a inversiones nuevas (greenfield) que amplían
la capacidad productora. La inversión greenfield tiende a ir a la zaga
del crecimiento, en vez de impulsarlo, y a menudo se destina a países sin
carencias importantes de financiación externa. Aunque el discurso de las
instituciones de Bretton Woods sostiene que la reciente mejora en IED hacia los
países pobres refleja un mejor desempeño y clima de inversión y perspectivas de
crecimiento, los datos analizados en el reciente Informe sobre África de la
UNCTAD
demuestran que una parte importante de la misma se destinó a la explotación de
reservas de minerales y petróleo en un puñado de países en situación de
posconflicto o en países con recursos petrolíferos y minerales recientemente
descubiertos.
Los préstamos
multilaterales: ¿carga o alivio?
Cada vez más, las
instituciones financieras multilaterales representan una carga, y no un alivio,
para los países en desarrollo. Cada año a partir de 1991, las transferencias
netas (los desembolsos menos el pago del capital menos el pago de los intereses)
hacia los países en desarrollo de parte del Banco Internacional para la
Reconstrucción y el Desarrollo
(BIRD)
han sido negativas. A partir de 2002 también los desembolsos netos fueron
negativos. En efecto, tomado como un todo, el BIRD no realiza aporte alguno a la
financiación para el desarrollo más que brindar fondos para el pago de sus
obligaciones pendientes. Lo mismo ocurre en gran medida con los bancos
regionales de desarrollo. El problema es que, por motivos relacionados con las
condicionalidades y la burocracia, los países que son aptos para recibir
préstamos del BIRD no suelen estar dispuestos a pedir prestado mientras tengan
acceso a los mercados privados, aun cuando eso signifique el pago de tasas más
altas. Por otra parte, muchos países pobres que necesitan financiación externa
no son aptos para recibir préstamos del BIRD.
La Asociación
Internacional de Fomento (AIF) es la única fuente de financiación neta que el
Banco Mundial otorga a los países en desarrollo. Sin embargo, aparte de los
problemas derivados de la dependencia del Banco en un puñado de donantes para
obtener financiación para el desarrollo, los desembolsos de la AIF son pequeños,
en el orden de los USD 4.000-5.000 millones por año, para todos los países aptos
para recibir ayuda de la AIF. Si juntamos la AIF y el BIRD, la contribución que
hace el Banco Mundial a la financiación externa de los países en desarrollo es
negativa en unos USD 1.200 millones. Los movimientos netos del BIRD hacia África
subsahariana también son negativos. Desde el Banco en general son positivos,
pero inferiores a USD 2.000 millones, aproximadamente 10% de lo que se necesita.
En el caso de los países en desarrollo más pobres, la financiación que
proporciona el Banco Mundial está en el orden de los USD 3.000 millones, en
comparación con las donaciones privadas de unos USD 10.000 millones.
Con respecto al Fondo,
los préstamos del Servicio para el Crecimiento y la Lucha contra la Pobreza (SCLP)
constituyen una proporción muy pequeña de la financiación disponible para los
países en desarrollo. En los últimos años, el apoyo del Fondo se concentró en
las operaciones de rescate financiero en mercados emergentes, para rescatar a
los acreedores y prestamistas internacionales de los países afectados por las
crisis. A fines de 2004, los créditos pendientes del SCLP eran inferiores a los
SDR 7.000 millones (derechos especiales de giro, USD 9.900 millones), o 10% del
total de créditos pendientes del FMI. En 2005, el total de préstamos PRFG
aprobados fue inferior a los USD 500 millones.
Al FMI también le queda
un papel marginal en la provisión de financiación y liquidez a los países en
desarrollo. Todas las grandes economías emergentes de mercado, salvo Turquía,
pagaron sus deudas al FMI y se liberaron de su supervisión, lo cual deja solo a
los países más pobres como su clientela habitual, una base no muy buena para una
institución creada para asegurar la estabilidad económica internacional. Esta
situación también plantea una interrogante sobre la viabilidad financiera del
FMI. Los préstamos contra la pobreza no generan suficientes ingresos para
pagarle al personal y administrar la institución, y el FMI depende
principalmente de los préstamos en épocas de crisis a los mercados emergentes
para generar los USD 800 millones anuales que necesita para pagar sus costos
administrativos. Paradójicamente, la viabilidad financiera del FMI ha llegado a
depender de la inestabilidad y las crisis financieras de los mercados
emergentes.
La ayuda de los
donantes: ¿problema o solución?
La ayuda de los
donantes, ya sea directa o a través de las instituciones financieras
multilaterales bajo la forma de préstamos blandos y donaciones, es la única
fuente importante de financiación oficial para el desarrollo. En este caso el
problema no refiere solo a la cantidad. También existe un problema político
mayor. La ayuda es principalmente un instrumento poscolonial, de la guerra fría,
y su existencia y distribución se rigen por consideraciones políticas, y no por
viabilidad, lo cual por lo general sirve a los intereses de los donantes y no de
los receptores. Como ya se señalara, una gran proporción de financiación para el
desarrollo que otorgan las instituciones de Bretton Woods depende de la ayuda y
no de los recursos habituales de estas instituciones. En contraste con el
sistema de comercio donde el bilateralismo es considerado en gran medida como
una amenaza potencial del sistema multilateral, en el mercado financiero se da
por sentado que los instrumentos bilaterales y multilaterales son
complementarios. Este enfoque también predomina en las iniciativas contra la
deuda, como la de los Países Pobres Muy Endeudados (PPME) que combina la deuda
multilateral con la deuda bilateral contraída con los donantes del Club de
París, lo cual mejora el espacio para la influencia política.
Que las instituciones
de Bretton Woods dependan del albedrío de un pequeño número de donantes es una
fuente importante de defectos en sus estructuras de gobernanza. La práctica de
combinar el dinero del FMI con los aportes de los grandes países en las
operaciones de rescate financiero de los mercados emergentes dio más espacio a
la influencia política de los principales accionistas del FMI en las decisiones
que este adopta sobre los préstamos a conceder. La creación de la AIF tuvo un
papel importante en la reducción de la autonomía del secretariado del Banco
Mundial, aumentando su dependencia de los donantes y subvirtiendo su gobernanza
al ampliar el campo de acción de la influencia política. La dependencia de la
contribución de los donantes aumentaría si la AIF permanece en el Banco Mundial
mientras una creciente proporción de la misma se otorga bajo la forma de
donaciones, un paso que debe darse ya que muchos de los países de la AIF ya
están muy endeudados y necesitan una cancelación sustancial de su deuda.
La reforma de los
reformadores
Por eso, el primer paso
debe ser separar los instrumentos bilaterales de los multilaterales en los casos
de la financiación para el desarrollo y la deuda. Por cierto, las naciones
soberanas tienen la potestad de realizar convenios bilaterales sobre deuda y
financiación, pero los mismos deben mantenerse alejados del sistema
multilateral. Esto significa sacar a las facilidades regidas por los donantes
fuera de las instituciones de Bretton Woods; es decir, a la AIF del Banco
Mundial y a la SCLP del FMI. Los montos en cuestión son pequeños, pero el
impacto sobre la gobernanza de estas instituciones puede ser importante.
La Unión Europea (UE)
anunció recientemente los planes de creación de un fideicomiso para entregar la
ayuda europea a África sin depender del Banco Mundial, con el argumento de que
el dinero que Europa destina a la ayuda debe gastarse según políticas europeas y
que la UE no tiene la influencia que debería en el Banco Mundial. Esto demuestra
una vez más el predominio que tienen las consideraciones políticas en la
provisión de la ayuda. Por lo tanto, es una iniciativa bienvenida en tanto ayuda
a separar los préstamos bilaterales de los multilaterales, pero también debe
venir acompañada de medidas que hagan del Banco Mundial una institución
financiera multilateral e independiente dedicada al desarrollo.
Toda reforma seria de
los mecanismos internacionales para la entrega de financiación a los países en
desarrollo también debe incluir el mandato, las modalidades operativas y la
gobernanza de las instituciones de Bretton Woods. No existe justificación para
que el FMI participe en el desarrollo y la reducción de la pobreza. El FMI debe
concentrarse en la entrega de liquidez de corto plazo a los países que
experimentan una escasez temporaria de pagos, incluso los países más pobres que
son particularmente vulnerables a los shocks comerciales. Debe reavivar la
Facilidad Financiera compensatoria como servicio de préstamos blandos. También
debe existir un mayor automatismo en el acceso al FMI, y los límites deben
decidirse sobre la base de la necesidad. El FMI debe alejarse de las
condicionalidades estructurales y concentrarse en la macroeconomía. No debe
permitírsele participar en operaciones de rescate financiero, sino desarrollar
mecanismos ordenados para salir del endeudamiento y concentrarse en la
prevención de las crisis ayudando a los países en desarrollo a administrar
ingresos de capital insostenibles a través de una vigilancia efectiva de las
políticas de los países industriales.
Una fuente adecuada de
financiación para la provisión de liquidez internacional por parte del FMI son
los Derechos Especiales de Giro (SDR). El argumento a favor de que los SDR
proporcionen fondos para la financiación de la cuenta corriente es mucho más
fuerte que el que propone usarlos para las operaciones de rescate financiero
asociadas con la función de prestamista-de-último-recurso que defiende el FMI
tras la crisis asiática. Habría que cambiar los mecanismos actuales para
permitir que los SDR reemplacen las cuotas y el Acuerdo General de Préstamos (GAB)
y el Nuevo Acuerdo de Préstamos (NAB) como fuentes de financiación para el FMI.
Se debe permitir al FMI expedirse a sí mismo SDR hasta cierto límite, lo cual
deberá aumentar con el paso del tiempo y con el crecimiento del comercio
mundial. El SDR debe convertirse en un medio de pago de aceptación universal,
bajo la tenencia de instituciones tanto privadas como públicas. El acceso de los
países podría estar sujeto a límites predeterminados que también deberán crecer
con el comercio mundial.
Habría que pulir
algunos detalles, pero una vez que se llegue a un acuerdo para remplazar las
fuentes tradicionales de financiación con los SDR, el FMI podrá de hecho
convertirse en una institución tecnocrática del tipo que defendía Keynes durante
las negociaciones de Bretton Woods. Su financiación ya no estaría sometida a
negociaciones arduas y políticamente cargadas dominadas por los principales
países industrializados. Este paso sería un prólogo importante a la reforma
fundamental de la gobernanza del FMI, sobre todo con respecto a la distribución
de los derechos de votación.
Muchos de los problemas
encontrados en la financiación para el desarrollo multilateral y la asesoría
política multilateral también se podrían abordar si el Banco Mundial volviera a
sus modalidades operativas originales y se concentrara en facilitar la inversión
de capital mediante la financiación de proyectos, en lugar de intentar arreglar
todo tipo de fallas políticas e institucionales en los países en desarrollo a
través de préstamos políticos de ajuste estructural y desarrollo. Debe dejar de
ser una institución de ayuda y convertirse en un banco de desarrollo,
intermediando entre los mercados financieros internacionales y los países en
desarrollo. Como se concibió en un principio, su financiación debe darse en
préstamos y no a través de donaciones, y solo entregarse a los países que
carezcan de acceso a capitales privados con condiciones razonables.
Aunque mejorarían el
funcionamiento y la gobernanza de las instituciones de Bretton Woods estos
mecanismos seguirían dejando el problema principal sin respuesta: la
financiación de los bienes públicos internacionales, incluso los préstamos
blandos y las donaciones a los países más pobres. En este sentido el tema es
doble: mecanismos y recursos institucionales. Se debe tomar en consideración la
mancomunión y la asignación de la ayuda a través de un fondo de desarrollo
puesto bajo la ONU, regido por un secretariado competente sin la interferencia
diaria de sus contribuyentes, reportando a la Asamblea General y auditado
regularmente por un organismo independiente. Este rumbo sería deseable no solo
porque aumenta la participación de la ONU en objetivos de desarrollo y problemas
sociales estrechamente vinculados a la paz mundial, sino también por su
naturaleza democrática.
La reducción de la
pobreza ha sido declarada un bien público internacional en varias cumbres y
conferencias de la ONU en los últimos años. Por lo tanto, existe un fuerte
argumento para establecer fuentes internacionales de financiación. Esto podría
lograrse a través de acuerdos sobre impuestos internacionales, incluso el
impuesto a las transacciones monetarias (conocido como la tasa Tobin), impuestos
ambientales y otros impuestos como los que gravan el tráfico de armas, que
aplicarían todas las partes del acuerdo sobre las transacciones y actividades en
cuestión y mancomunadas en el fondo de desarrollo de la ONU. Una característica
común de las mismas es que son todos impuestos punitivos que generarían ingresos
y, al mismo tiempo, desalentarían ciertos males públicos internacionales
como la especulación monetaria, el daño ambiental, el conflicto o la violencia
armada. Aunque la participación universal es muy deseable, estos acuerdos no
siempre necesitan de la participación de todos los países. Algunas fuentes de
ingreso, como la tasa Tobin, deberían adoptarse en todo el planeta para evitar
el arbitraje contra los países que la adopten, pero otras, como los impuestos
ambientales, podrían adoptarse de manera regional o plurilateral.
Asimismo, un fondo
creado mediante impuestos internacionales también podría suplirse con los
aportes voluntarios de gobiernos (del Norte y del Sur), fundaciones privadas y
personas adineradas. Incluso los recursos existentes de la AIF podrían
convertirse en parte del fondo siempre que los donantes acepten entregarlos a un
secretariado independiente. Un fondo relativamente pequeño, que alcance los USD
80.000 millones podría generar más fuentes para donaciones a los países más
pobres que la AIF y el SCLP juntos.
Una ventaja de estos
mecanismos sobre los mecanismos de ayuda vigentes es que una vez que se logra un
acuerdo, se alcanza cierto grado de automatismo para la provisión de
financiación para el desarrollo sin tener que pasar por las negociaciones arduas
y políticamente cargadas para renovar la ayuda ni los procesos presupuestarios
nacionales que suelen regirse por intereses mezquinos. Eso es justamente lo que
distingue a la financiación del BIRD, que depende de garantías de una sola vez
que otorgan sus accionistas de la muy politizada AIF.
La creación de un
sistema multilateral auténtico de financiación para el desarrollo es un tema
complejo que exigiría mayor reflexión, participación y debate de todas las
partes interesadas. En definitiva, corresponde a la voluntad y el peso político
de la comunidad internacional. Pero el primer paso debe ser colocar el tema
directamente en el orden del día mundial. Lamentablemente, este no ha sido el
caso a pesar de la proliferación de cumbres y conferencias de la ONU sobre
financiación para el desarrollo y pobreza.
Ex Director, División sobre Globalización y Estrategias de Desarrollo,
Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD). Este
capítulo temático se basa en una ponencia realizada en la conferencia
“Nuevos mecanismos de financiación para el desarrollo de África”, IPALMO,
Turín. 7 de diciembre de 2005.
ONU (2001).
“Technical Report of the High-Level Panel on Financing for Development.
Recommendations of the High-level Panel on Financing for Development”.
Disponible en:
.
UNCTAD (2005).
Economic Development in Africa. Rethinking the Role of Foreign Direct
Investment.
Ginebra, ONU. Disponible en: .
Banco Mundial
(2005). Global Development Finance 2005: Mobilizing Finance and Managing
Vulnerability.
Cuadro
5.1, p. 90.
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