Las finanzas se explican generalmente a través de metáforas líquidas: “flujos” de dinero, “derrame” hacia los pobres de los beneficios del crecimiento, “goteo” del capital desde los países al paraíso fiscal…
En un primer vistazo a esta construcción, la mayoría verá una cascada, así como la mayoría de los residentes de los países ricos piensa que un enorme caudal de sus contribuciones fiscales es dirigido a los países pobres bajo forma de asistencia, préstamos, beneficios comerciales y cancelaciones de deuda. Pero el agua de la cascada no llega siquiera a los pobres… En lugar de ello, es desviada y – contra toda lógica– fluye hacia arriba en vez de hacia abajo.
En 2006, Social Watch utilizó esta ilustración inspirada en la famosa “Cascada”, litografía de MC Escher, como una metáfora de la arquitectura financiera global. Esta estructura destaca a las instituciones de Bretton Woods (el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional -FMI), a pesar de que hayan fracasado en alcanzar los objetivos para los que fueron creadas: asegurar estabilidad financiera, pleno empleo y desarrollo. Sosteníamos entonces que un mecanismo que moviliza el capital desde donde es escaso (los países de bajos y medianos ingresos) hacia donde es abundante es “imposible, tanto en el sentido de poco práctico como de intolerable” y que la arquitectura financiera internacional “debe ser urgentemente rediseñada”.
Dos años más tarde, el sistema financiero internacional colapsó, las fuentes de crédito se secaron y la recesión se expandió como una pandemia desde las economías más ricas hasta las más pobres.
La necesidad de una reforma sustancial es ahora ampliamente reconocida, pero aún se necesita lograr un entendimiento común sobre qué falló, antes de acordar un plan de acción para una nueva arquitectura financiera.
Por otra parte, existe creciente consenso sobre la inmediata necesidad de compensar la decreciente actividad del sector privado y de los mercados fallidos con "paquetes" de incentivos. En el mundo se han gastado más de 10 billones de dólares en subvenciones o recortes fiscales que benefician a corporaciones, bancos y personas ricas, pero éstos no han logrado renovar el crédito ni estimular el gasto contra-cíclico. Los bancos son reacios a prestar dinero a empresas de futuro incierto, al tiempo que los consumidores prefieren ahorrar en lugar de gastar. Pero la gente que vive en la pobreza, ya sea en países ricos o en desarrollo, gastará cada uno de los centavos que reciba. Como los pobres no tienen la opción de aplazar el consumo, el mejor plan de incentivo para abordar la crisis económica mundial es invertir en ellos. Esto no es simplemente un principio básico de justicia; también es sensatez económica.